Fukushima: aprendizajes, oportunismos y oportunidades

Bien es cierto que las condiciones del accidente nuclear ocurrido no son fácilmente reproducibles: un terremoto, más un tsunami, una ubicación más que discutible de la central (que, en realidad son seis centrales, seis reactores). También, con todo, es relevante el comportamiento y la propia resistencia de las instalaciones y la tenacidad de los técnicos y autoridades japonesas, que han centrado sus esfuerzos en reconducir un accidente que en otros países y en otros momentos se han saldado con importantes fugas.

Evidentemente, en todo lo ocurrido, fruto del emotivismo comunicacional y de la fuerte ideologización del tema nuclear se han producido muchas declaraciones, en algunos momentos no suficientemente contrastadas, incluso paradójicas. Ahí está la posición francesa, un país con una industria nuclear impresionante, además de una potencia nuclear en generación por esta tecnología (el 78% de la generación francesa es de origen nuclear), que en algunos momentos avivaron el fuego del posible apocalipsis. En todo este contexto, se pueden sacar conclusiones.

En primer lugar, parece claro que los programas de desarrollo de la energía nuclear van a sufrir un frenazo a nivel internacional. Es una cuestión que tiene que ver con la opinión pública y los comportamientos políticos. Los esfuerzos ímprobos para reducir los daños al sector seguramente tienen un efecto muy limitado sobre un sector que veía signos de renacimiento. De hecho, cuando se producen accidentes de este tipo, siempre se han producido fuertes retrocesos, al menos en los procesos que eran de inminente decisión respecto de su puesta en marcha o del inicio de sus inversiones.

En España, la respuesta del Gobierno ha sido, en este sentido, prudente: una revisión de las condiciones de seguridad y de las posibilidades de catástrofes naturales. En todo caso, no parece urgente la decisión respecto de la necesidad de aumentar la capacidad instalada, nuclear o de otro tipo de tecnologías, en una situación como la actual con un parque de generación muy renovado, por lo que es razonable un debate con todos los datos, enseñanzas y aprendizajes. Y, en España, esta discusión (la de promover nueva generación nuclear) era casi académica o de opereta, con independencia de la infantil «caza de brujas» hacia los partidarios de la energía nuclear desatada en los últimos días en los dos grandes partidos a cuenta de Fukushima.

En realidad, el debate se centra en la vida y condiciones de seguridad del parque actual español, más que en la promoción de nuevas instalaciones (algo que no se le ha pasado a nadie por la cabeza desde hace tiempo). De hecho, esta revisión de las condiciones de seguridad, esos test de «estrés», debería finalmente pacificar el debate en torno a este sector. Otra de las cuestiones que parece relevante es que una cultura de la transparencia y de la seguridad es necesaria, así como las medidas que puedan ser necesarias para incrementar la seguridad, incluyendo determinados avances tecnológicos. Transparencia sin estridencias, pero con rigor, siempre es el mejor antídoto frente a posiciones ideologizadas.

Por otra parte, la otra versión de la catástrofe de Fukushima está en quienes han visto una perfecta coartada para los utopistas que requieren que la totalidad de generación sea renovable y, de paso, justificar los excesos, despistes retributivos y manguerazos a los que hemos asistido, con argumentos beatíficos y maniqueos. Lo bueno, probablemente de la situación es que el exceso de capacidad actual permite analizar con mayor detenimiento la realidad de la generación energética española, sin urgencias y sin vernos impelidos por el emotivismo comunicacional, para pensar de forma global enfrentando el futuro y tomando en cuenta aprendizajes y errores pasados.

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