Entrevista con el vampiro: «El otro día me pasó en China»

En primer lugar, que es el ministro portavoz del Gobierno bis. Curiosamente, la entrevista la realizan Miguel Ángel Noceda y Carlos E. Cué, que es uno de los principales corresponsales políticos del rotativo de la calle Miguel Yuste. El perfil político del ministro, y por ende de la entrevista, está asegurado, frente al perfil técnico económico de las distintas áreas que el ministro, con mayor o menor acierto, tiene bajo su égida y pastorea para generar ventanas de opinión.

En segundo lugar, Soria hizo gala de la pertenencia a la escuela de portavoces de la calle Génova, cuyo estilo se basa en la repetición del argumento y en pasar de puntillas sin detenerse en los pequeños detalles, sin profundizar en el conocimiento de sus problemas, de los agentes, sin analizar rigurosamente causas, consecuencias o alternativas. Cultura de clase política española de eslóganes sencillos. Así, parece que la entrevista estaba pensada para que el ministro colocase cada uno de los mensajes que tenía previsto en cada una de las preguntas que los entrevistadores habían preparado para él. No entrar en detalles y, a la vez, no tener miramientos. Como un guante, para vampirizar la entrevista, como en el título de la película. De hecho, tanto fue así, que se pasó de frenada.

Por tanto, el esquema argumental es sencillo: a la polémica reforma eléctrica, la teoría del daño distribuido a consumidores, empresas, sectores y administración. Esto, complementado con la teoría de la quiebra por la eventual necesidad de incrementar las tarifas en un 42% para equilibrar con los costes regulados alimentados al calor de las clases extractivas. Un planteamiento sin autocrítica política ni económica.

Al argumento de la existencia de eventuales presiones, asegura que no las siente y que, además, entiende las posibles discrepancias. A la posibilidad de que haya reclamaciones judiciales, dice que es doctrina del Tribunal Supremo y que el Gobierno es su traductor plenipotenciario, como los intérpretes de los textos sagrados. Eso y que, además, hasta el momento, sin nada aprobado, todavía no hay reclamaciones en los tribunales (sin referencia alguna a los arbitrajes internacionales presentes o futuros o a los accionistas de las empresas españolas y su escarnio).

A la no asunción por parte de Hacienda de una parte sustancial de los costes regulados, incluso menor de la prevista inicialmente en los Presupuestos de 2013, política de consolidación fiscal. Al «fracking», mira qué bien le ha venido a Obama y teoría salazarista de la independencia energética. A la «road show» de la reforma eléctrica, que los asistentes de los mercados financieros de Estados Unidos, Reino Unido y China se han quedado satisfechos y que lo entendían perfectamente, quedándose como malvas. A la teoría de las presiones de los lobbys o de consejeros en las empresas, que sí, que tienen poder, pero que no le llaman. A lo que hay sumar que no hablan con las empresas o que no los escuchan.

En toda la entrevista, además de un punto cesarista, mucho jabón espolvoreado: los temores (al «fracking») son lícitos, las demandas tendrían su legitimidad, los embajadores muestran su preocupación, porque es su obligación.

Quizás el aspecto más endeble es el de la perversión de relaciones causa efecto en la que incurre el ministro, dado que la demagogia y la política son así, a efectos de manipular en su propio beneficio. De hecho, el ministro afirma que en España hay una potencia instalada máxima de 106.000 megavatios, con una demanda punta de 40.000, este desfase lo justifica en la ¿¡sobreinversión en distribución porque está pagada se necesite o no!?

Recuerden sus afirmaciones, estableciendo la siguiente relación causa-efecto inversa: Soria decía que una de las razones para que concedieran Madrid los Juegos Olímpicos de 2020 era lo beneficioso que podría resultar para España. Desde aquí pensamos que las falacias causa-efecto del ministro Soria dan para un twitter con desparpajo. Y la frase, en referencia a los fondos de inversión, «El otro día me pasó en China», no tiene desperdicio. Es memorable.

Y sigue abundando en cuestiones empresariales no energéticas, mostrándose partidario de un acuerdo en el asunto de la expropiación argentina de YPF a Repsol. Y, para finalizar, un titular antibritánico en plan patriótico desinteresado, sin analizar que se ha hecho mal desde la política económica española en el proceso de venta de Iberia, «Tras la fusión, Iberia va peor y British mejor. Espero que se reconduzca». Como si pudiera hacer algo. Y advierte que el Gobierno vetará la venta de firmas estratégicas, después de abaratar las empresas con la política energética e industrial. Proteccionismo para la era global.

El ministro, por tanto, colocó todos sus mensajes (algunos excesivamente evidentes y peligrosos) y vampirizó la entrevista. De terror.

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