Entre el glamour y los manguitos
Visto con distancia y sin contar con los asuntos episódicos que van jalonando la actividad de la Comisión Nacional de Energía como “regulador independiente”, se aprecia una doble personalidad de efectos incalculables. Cuestión que se agudiza más, si cabe, con la reciente condena al gobierno español por la nueva redacción «interesada y oportunista» de la función 14, previa a la presentación de la OPA de E.On por la compañía germana. Algo que en el fondo buscaba configurar el organismo independiente, como comisaría del gobierno para casos de urgencia necesaria, con la presencia, además, de algún que otro comandantín en su seno.
Nuestra sociedad ha evolucionado de forma que los trastornos psicológicos tienen una razonable comprensión social, con la única condición de que sean tratados concienzudamente. Las organizaciones también pueden tener componentes sicóticos (veáse el libro, La organización neurótica, escrito por Manfred F.R. Kets de Vries y Dannny Miller y publicado en la Editorial Apóstrofe).
El libro identifica cinco patologías en las organizaciones: paranoide, compulsiva, dramática, depresiva y esquizoide. Dos de ellas, son patologías que se aprecian en el funcionamiento actual de la CNE. Por un lado, la depresiva, que se manifiesta a través de la «sensación de desamparo» y desesperanza, de estar a merced de los acontecimientos, con disminución de la capacidad de pensar con claridad y la pérdida de interés y motivación. Por el otro, la esquizoide, que se manifiesta en el distanciamiento y la falta de interés en el presente y en el futuro, de perspectiva y orientación adecuadas.
Este es uno de los rasgos que define la posición actual del organismo: la «doble personalidad». La primera está relacionada con el papel del Consejo, configurado como un conjunto de Consejeros que deciden ya únicamente en las denominadas funciones catorce, recientemente cuestionadas: operaciones corporativas dónde flotan los intereses propios y ajenos, empresariales y gubernamentales y su papel es en muchos casos fuente de polémica. Segundo, un conjunto de actuaciones y de misiones consultivas que, una vez horadado el prestigio necesario por méritos propios (y también, por méritos ajenos), son bastante cuestionados (y cuestionables), carecen del necesario respeto y, lo que es peor, sin ascendencia sobre el sector en el que actúa. ¿Qué son si no, el Informe sobre Costes y Precios contra el propio ordenamiento jurídico, verdadero ácido bórico en el sector energético, o la actuación bochornosa en el caso de la OPA de E.ON, entre otros oprobios a destacar en el plano propio o el desdén en el trato desde el regulador principal (Ministerio de Industria)?
Quedan también las actuaciones de supervisión e inspección, necesarias y cada vez más importantes, si se desarrollase, como debe, el funcionamiento del mercado, en lugar de estar permanentemente en la almoneda ideológica. También, se le han ido atribuyendo funciones ordenancistas, de control, registro y censo en la sucesiva regulación que ha ido apareciendo. Y, en medio de todo, como engrase de esa maquinaria, queda la propia relación entre los Servicios Técnicos del organismo y el Consejo, del que su ejemplo menos edificante fue la promulgación del Informe de Costes y Precios, cuya autoría corrió a cargo del consejero Jorge Fabra. En esta ocasión, es un papel que, en ningún caso, tiene correlato con el de otros organismos, dónde la lubricación y el engranaje funciona de manera mucho menos disfuncional y atrabiliaria, como confiesan sus mismos profesionales.
Si nos atenemos a la evolución reciente podemos identificar dos extremos. El primero, el glamour de la función 14 en su versión metafísica y ampliada que sólo ha traído a España problemas con la Unión Europea y cuestionamiento de credibilidad en el funcionamiento de sus instituciones económicas y políticas. Que el consejo de Administración de la CNE, se configure como una Guardia de Corps (nunca mejor dicho) de la seguridad de suministro, extendida a las centrales nucleares y a lo que se tercie (versión eufemística de los intereses gubernamentales o de las afinidades electivas resultantes del Consejo) es algo que no parece propio y que al final ha resultado ser un «boomerang» en el peor momento del organismo.
El segundo extremo, es la irresistible atracción de la burocracia, por quedar sepultada en la administración de registros de miles de formas y formatos. Esto es, los “manguitos”, como sustitutos de lo que sería la creación de una burocracia «ad hoc» para las Administraciones Autonómicas y del propio Ministerio de Industria. Eso, contando con un excelente equipo profesional, pero que se ve involucionado por todas estas fuerzas centrífugas y centrípetas.
En paralelo, su respetabilidad cae en picado, abrasado en un cuestionamiento como una termita devoradora que le corroe. Desde los amagos de investigaciones y sanciones, la evitación de cualquier conflicto, al menos con la anterior Secretaría General de Energía en su última etapa (a este nuevo Secretario General le meten la bomba del atentado al mercado) y con Red Eléctrica, la defensa laxa de sus informes (con el apagón de Barcelona o el casi negacionismo que exhibe su presidenta ante el posicionamiento contrario del Consejo en su momento respecto de la reforma del R.D. 434 y su defensa de Nieto) y, ahora definitivamente el Informe sobre Costes y Precios y lo novelado que ha resultado, incluyendo los conflictos abiertos por su defensa.
Además, ahora ya tenemos en tiempo de descuento al Consejo de Administración y ojalá sea para que se produzca una reforma sustancial del mismo, del organismo y su funcionamiento, más allá de la mera sustitución de cuatro consejeros. Es el momento, una vez que se ha producido el desenlace de la función 14 metafísica.
Hasta ahora, incluso desde su presidencia, ha faltado perspectiva derivada por el propio autosecuestro político en el que se ha encontrado y el cortoplacismo del obsesivo control de sus decisiones. Perspectiva para aumentar su independencia y perfilarse como un organismo supervisor de prestigio, con unos servicios técnicos solventes, rigurosos y respaldados. Hay un ejemplo claro: el Banco de España. En primer lugar por que trae seriedad y rigor a los mercados, si este se saca del ejercicio de la política de partido (en su sentido más peyorativo) y de los tentáculos del Ejecutivo y de intereses espurios asociados.
Queda una línea argumental muy interesante por desarrollar a la luz de lo que sería una organización neurótica. La correlación entre las «fantasías, convicciones y aspiraciones predominantes en los máximos responsables de la toma de decisiones que influyen en la naturaleza y patología de las organizaciones».



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