El recambio climático
La hipocresía de la política española en materia de cambio climático, crece proporcionalmente con respecto al número de expertos, personalidades y prohombres que hablan a favor de políticas coherentes en esta materia. Tanto Jeremy Rifkin, como el propio ex presidente Felipe González jaleaban en los medios de comunicación al presidente Zapatero por sus iniciativas para luchar contra el cambio climático. Hace poco fue el propio Bill Clinton, y antes, lo fue el cuasi presidente de Estados Unidos, Al Gore, conocido por su activismo en este sentido.
Todo el orbe conoce el ‘compromiso ecologista’ (de aquella manera), con sus ‘karmas’ y sus ‘chakras’, que sostiene el Presidente, con la influencia ‘sotto vocce’ de la propia Ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona. Y, decimos ‘de aquella manera’ no porque él no se lo crea o no esté bien intencionado, sino por lo que por debajo de verdad le hacen desde la Administración que preside. A pesar de todo, lo que es innegable es que todos los mensajes que profiere el presidente por su boca, han calado en la opinión pública y parece que van a ser un eje que pasará a formar parte del programa político del PSOE.
Pero una cosa es predicar y otra dar trigo. Este fin de semana hemos podido conocer como los fondos que se van a dedicar al cambio climático por el Ministerio de Medio Ambiente decrecen en un 30 % para el presupuesto del año 2008, salvo los destinados finalmente a la compra de derechos derivados de la no reducción de los mismos. También hemos conocido que el Partido Socialista, a la hora de configurar su programa electoral ha preferido abandonar la idea del ‘ecocéntimo’, aterrados por las consecuencias electorales de la previsible perspectiva de que sube los impuestos. Del mismo modo, somos el país europeo que prima más que ningún otro las tecnologías emisoras en el nuevo Plan Nacional de Asignaciones, tanto que hasta la Unión Europea le ha puesto en observación por ser posiblemente ayudas de estado. Así la proporción que nuestro Plan otorga al Carbón frente al Gas, es la más alta de Europa, supera la de ¡Alemania! y a nadie se le cae la cara por ello. O como este año (con cambio climatológico, nuevamente, y sin rogativas) va a volver a aumentar la emisión de derechos de nuestro país y nos vamos a volver a alejar de los compromisos de Kioto, siendo el país de la Unión que más se aleja de sus objetivos. Pero, a la vez, es el país que más propaganda oficial ‘progre’ usa, para ciudadanos bienintencionados y bienpensantes. Paradojas de los ‘ecologistas de salón’ como editorializaba Expansión el sábado.
Y, por eso, también conocemos la dudosa fórmula magistral, ideada por el Ministerio de Industria para detraer los derechos de emisión en el sector eléctrico (algo, además, no previsto inicialmente): que paguen todos, no en función de lo que contaminan, sino de lo que se pueden haber beneficiado de los precios eléctricos, aunque sean centrales hidráulicas. (¿?). Con lo cual, las señales que los precios y los costes, tienen en un mercado liberalizado se esfuman (evidentemente para ello hay que creer en el mercado). Hagamos por tanto ‘justicia política’ (no justicia social), en lugar de hacer política medioambiental para beneficiar a una empresas y perjudicar a otras, en función de su lejanía o afinidad a las posiciones de la Administración en cada momento.
Otra consecuencia de todas estas actuaciones es que se quiere luchar contra el cambio climático, como en El Gatopardo, para que todo siga igual: sin alterar nada, sin efectuar cambios en la estructura del ‘mix’ de generación eléctrico español, sin gestionar la transición sectorial necesaria (no se ha avanzado nada), sin asumir costes (se regatean o se hacen malabarismos en las ecuaciones) para impulsar las renovables (otra cosa es que tenga que estar en la tarifa eléctrica o no y otra cosa es también a partir de qué momento, esas ayudas, en un marco de seguridad jurídica pueden desaparecer según vayan madurando los sectores), sin abordar el abandono de determinadas formas de generación. Es decir, sin hacer nada, sin enviar mensajes nítidos, salvaguardando las posiciones previas de los agentes y sin fomentar vía mercado a los agentes que han invertido en ello, al comprender las señales del mercado con anticipación.
O el estado de precariedad regulatoria al que estamos asistiendo en las energías renovables. Primero fue a cuenta del R.D. 661/2007, con la energía eólica y ahora con la energía fotovoltaica, fruto realmente de cómo se reguló mal en el primer decreto y se modificó por la tremenda. Sustituir estabilidad regulatoria por arbitrariedad regulatoria es lo que menos puede favorecer a las energías renovables. Pero es otro elemento de diferencia entre el discurso oficial, en materia de energías renovables, 20-20-20 del 2020 y la tragedia pequeñita diaria en su cotidianidad de la actual regulación energética española y su ejecutoria.
Todo esto, sin contar el hecho principal que altera cualquier política de eficiencia energética. Mantener una tarifa política estática para que los consumidores, no sean eficientes, no sepan lo que gastan, no sepan lo que les corresponde de sus emisiones e internalicen lo que contaminan. Y, mientras, que se siga disparando el consumo a troche y moche, con crecimientos de demanda intensísimos y con los efectos en los precios tipo adormidera para la ‘ciudadanía’. Para eso están los apagones institucionales inútiles de cinco minutos (obviamente mucho mejores desde la propaganda y lo que los expertos en marketing político denominan foto oportunidad), dado que, como todo el mundo ha podido comprobar, los consumidores privados siguen sin inmutarse ni en las convocatorias de apagón, lo que quiere decir que no se lo creen en sus comportamientos.
Seguramente que a todos estos expertos de Zapatero no les van a contar todos estos ‘pequeños-grandes detalles’, sobre todo la verdad de la política que sigue Industria (Energía) y Medio ambiente en torno al cambio climático. Todo suena a usado, a recambio climático, a recauchutado discursivo, insoportable y molesto para escépticos de la acción política. Por cierto, que son cuestiones cada vez más conocidas, públicas, más difíciles de esconder debajo de las alfombras y que pasan cada vez menos inadvertidas a la luz de las autoridades europeas. A lo mejor la verdad incómoda es esa. Que nos van a ver.

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