El islote de Perejil y las velas negras
De la composición resultante de este organismo, tras esta propuesta y su consiguiente furor mediático, caben varias enseñanzas: la primera, y principal, es que la evolución de los órganos reguladores enfila un tobogán de descenso alarmante hasta llegar a un punto de no retorno, que es fruto de la falta de cultura democrática, política, económica e institucional del país y de sus administradores. De hecho, cultura democrática y política no se deben confundir con votocracia y el tacticismo partidista, como en primera instancia podría describirse en una igualdad perversa. La tentación es hacer extensiva la idea de que la «política» sirve, como un ejercicio administración de las transacciones y ejercicio de las mayorías, como una acción volitiva amparada en la geometría variable, para la ocupación institucional.
Se presumía mayor altura de miras para un proceso relevante para un sector tan importante como el energético. Del mismo modo, la cultura económica pasa por una concepción moderna de los mercados, los sectores económicos y el mundo empresarial (no existe un país en el mundo occidental cuya clase política se permita el lujo de revivir discusiones ideológicas de mayo del 68, con argumentos ideológicos de esa época, a cada uno de los lados del cuadrilátero, salvo en el nuestro). Del mismo modo, también acaba con la idea de que un voluntarismo plasmado en una norma (La ley de Economía Sostenible) es suficiente para reformar esa ausencia de cultura política, de institucionalización y de configuración de un proyecto cuyo punto de partida sean principios comunes y objetivos compartidos.
Una causa, y a la vez lectura de lo acontecido, es que la amenaza del Partido Popular de remoción de los nombrados no ha caído en vano; es más, ha sido altamente efectiva, de forma que los perfiles de mayor rigor y prestigio se han alejado de la convocatoria. Consecuencias de este posicionamiento: la ausencia de un perfil profesional y regulatorio medio concordante con la relevancia del organismo, rozando el nihilismo.
De hecho, este nuevo consejo de administración de la CNE resultante de la aplicación de la Ley de Economía sostenible tiene un gran peso muerto de cemento armado a sus pies y ha sido arrojado al fondo del río. Su interinidad declarada a futuro, su fecha de caducidad, la facilidad con la que el PP, con una mayoría suficiente o absoluta, puede desmantelar esta «nueva» CNE sin grandes costes en términos de torrefacción de haber dado finiquito a un conjunto de expertos independientes de prestigio, la hacen carne de cañón. Y, es más, tras la primera expedición del Partido Popular hace unos años, que consistió en la liquidación de la Comisión Nacional del Sistema Eléctrico ¡con Miguel Ángel Fernández Ordóñez a la cabeza!, esto será una operación asimilable a la recuperación del islote de Perejil.
Por eso, una operación de renovación efectuada de forma tan chapucera en lo político, anticipa derivas y naufragios. El falso acuerdo pedido por el Ejecutivo ha pasado a las ciertas advertencias del principal partido de la oposición, que ha visto escamoteadas las propuestas de negociación, por la medianía de una solicitud de una aportación vergonzante de candidatos. Tendremos que esperar a ver la reacción del Partido Popular respecto de este último movimiento, que seguramente se podrá seguir durante la comparecencia de los propuestos, pero tiene toda la pinta de que consistirá en poner dos velas negras.



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