Ecologismo, energía nuclear y elecciones
En nuestro país, la forma de ser algo, es estar contra algo. Y, el certificado de homologación ecológico, el marchamo proviene de mostrarse contrario a la generación eléctrica mediante energía nuclear. Así se posicionaba Rubalcaba en días pasados, agitando las bases antinucleares del Partido Socialista Obrero Español y refiriéndose al Partido Popular, con un «les gusta el uranio», por la posición no antinuclear que recoge el programa de los conservadores.
Por tanto, lo primero a tener en cuenta es que si no se tiene ese marchamo antinuclear será muy fácil que cualquiera pueda ser calificado o etiquetado de «no medioambientalista», como alguna vez ha sucedido en este medio y en este país. De hecho, cuando hablamos en nuestro ideario de una política energética económica y medioambientalmente sostenible, se hace un ejercicio de reivindicación más amplio que no el hecho de mostrarse contrario a una tecnología o a favor de otra. Por ejemplo, hoy se puede comprobar cómo existen tendencias internacionales muy relevantes dentro de los propios movimientos ecologistas favorables a combinaciones de los mix energéticos que incluyan energía nuclear, junto a otras fuentes que no emiten carbono o que lo hacen en menor medida. Tendencias y expertos silenciados en nuestro país por la posición oficial medioambientalista.
En este estado de cosas, el hecho es que en España este debate está viciado de partida y, por ejemplo, no se abordan las causas del fracaso en el balance de emisiones de carbono, en la medida que nuestras políticas medioambientales relacionadas con la energía han tratado de efectuar postulados redistributivos de rentabilidades entre tecnologías en el tratamiento de los derechos de emisión, más que otros criterios coherentes con objetivos ecológicos. O bien, la cuestión de la emisión de carbono se escabulle con motivo de la caída de la actividad económica. Del mismo modo, y siendo muy razonable el cumplimiento de objetivos en materia de generación renovable, existe muy poca crítica y autocrítica respecto de los desfases y sobrecostes derivados de los excesos en determinadas tecnologías que han desequilibrado el concepto medioambiental y económicamente sostenible.
Y es pavorosa la tibieza y simplificación con la que se abordan estas dos cuestiones y la ausencia de crítica a estos dos elementos claves de la política medioambiental de nuestro país en el ámbito de la energía. Cualquiera de las críticas afectaría, por tanto, a unas tecnologías respecto a otras y es abundante el cultivo de la sinécdoque, de tomar el todo por la parte, para no ver el problema de forma global. Por ensalmo, habría que cerrar las plantas nucleares y convertir todo el parque en renovable, al precio que sea y como sea.
Es curioso cómo estas tomas de posición se incendian, casualmente, tanto más cuanta más competencia existe entre tecnologías de generación, tanto o más cuanto más exceso de capacidad y tanto más cuanto más se acentúa la caída de la demanda de electricidad. El alineamiento se produce, por tanto, en términos de estás conmigo o estás contra mí. Existen muchos interesados en expulsar del mix de generación a otra tecnología, para que pueda entrar otra en su sustitución, con independencia de que altere la diversificación actualmente existente (y casi ejemplar) o sea necesario el cierre de instalaciones y nuevas inversiones que no nos podemos permitir. Y qué mejor forma para hacer esto, que la política o el dogmatismo.
Y, por eso se apuntan fórmulas paranoides, como el hecho de afirmar que tecnologías como la nuclear y la hidráulica están amortizadas (algo falso, si acudimos a la contabilidad financiera), para después proponer un impuesto (¿por estar amortizadas?, ¿por supuesta ecología contradictoria y discrecional?, ¿por qué? ). Y, después, tras gravar la generación por esta tecnología, se proponga el cierre de las instalaciones nucleares. Y, con lo obtenido de este tributo, tasa o gravamen se constituya un Fondo para financiar un incremento de potencia renovable (la redistribución entre tecnologías ya clásico en los retroprogresivos, en vez del mercado).
Por tanto, la forma de plantear los problemas es muchas veces el propio problema. El ecologismo en nuestro país, a nivel energético, parece un simplismo consistente en estar contra lo nuclear, escabullendo el problema de las emisiones en el ámbito de la distorsión intelectual cognitiva, al tiempo que se promueve la energía renovable al precio que sea y con las primas que sean. Las elecciones han puesto de moda todos los demonios familiares. Y, seguramente, desde el “dogmatismo antialgo” no llegamos a nada.



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