Días de vino y rosas
Existen dos películas paradigmáticas y casi contemporáneas, una con otra, sobre el tema del alcoholismo. «Días de vino y rosas» y «Días sin huella«. Las dos son magníficas. La primera del director Blake Edwards y la segunda de Billy Wilder. Tratan de la forma de acceder y descender al mundo de las adicciones y la evasión vital de la realidad y de los problemas. Una reflexión necesaria para los gobiernos con necesidad de medidas balsámicas para los ciudadanos, aunque tramposas, ante deterioros económicos mayores que los previstos.
Por eso, la noticia de que la subasta Cesur de electricidad ha experimentado como resultado una bajada del 15% del precio de la electricidad, viene a confirmar varias cosas en la medida en que un 15% es una cantidad muy considerable y que sólo es posible en la única parte liberalizada del recibo. Así, la conclusión más relevante y positiva del resultado de las subastas que fija el precio para el siguiente trimestre es que el mercado eléctrico funciona y es eficiente.
El mercado de generación eléctrico español recoge señales de precios de oferta y demanda, recoge el efecto de las condiciones pluviométricas del invierno que han permitido más generación hidráulica, recoge el efecto del exceso de capacidad instalada, recoge las consecuencias de la competencia entre operadores y recoge la aparición de los nuevos entrantes en esta concurrencia. Y eso, además, incluyendo los efectos de la nueva fiscalidad surgida tras la Ley de Medidas Fiscales en Materia Medioambiental y Sostenibilidad Energética. Ni rastro ahora mismo del corifeo de críticos retroprogresivos del mercado eléctrico, opinadores sobre el mercado y la liberalización en las emisoras de radio que proyectan, además, torvas sombras e infundios sobre el mercado de generación español (incluyendo los gubernamentales). Ahora sólo aprovechamiento de la buena nueva.
En la parte negativa, se trata de comprobar cómo se desaprovecha la ocasión para reducir y aminorar el déficit tarifario, que seguirá creciendo y acumulándose aunque el horizonte para este ejercicio era el de su desaparición. Porque el Gobierno, a la vista de este resultado, ha optado por reducir el precio de la electricidad en lugar de aminorar el déficit tarifario acumulado o el latente, es decir, ha optado por la solución más simpática. Se puede decir que ha elegido por dar una alegría para el cuerpo: trasladar el descenso directamente a los ciudadanos y seguir aumentando la deuda posterior a financiar. Eso sí, el ministro, que también puede tener ataques de sinceridad, ya ha dicho que las alegrías probablemente se han acabado. Por el momento.
Pero quizá este es un buen momento, un momento feliz, para aprovechar la pedagogía sobre el déficit tarifario, en la medida en que se afirma que luego «el déficit lo paga el usuario». Esa es la parte falaz de todo esto. El usuario debería pagar el coste del suministro, dado que es el consumidor y debería ser conocedor de cada uno de los partícipes en su engorde (en esencia, los costes regulados y las primas). La segunda parte que ocasiona o genera el déficit es la no correspondencia entre el coste total del suministro que se fija y la tarifa que paga, es decir, que la factura es incompleta y hay una parte aplazada. El problema es que cuando se acumula y es preciso «pasar la deuda pendiente» a los ciudadanos, llegan los miedos. Y, llegan las decisiones que se basan en atajos que provocan distorsiones en los mercados y las empresas para que el consumidor no pague el consumo que ha realizado a precios engañosos. Y, entonces, se traspasa a las empresas, a otros sectores, a la competitividad o a Portugal, que también es posible.
Por eso, sería más interesante no abandonarse a la futilidad del alivio momentáneo consistente en la demagogia sedante cuando el Presidente del Gobierno afirma que el año será peor. Lo propio hubiera sido congelar los precios, aprovechar el momento y evitar aumentar ese endeudamiento. Sobre todo porque esta rebaja ficticia tiene una duración y una dimensión política muy limitada y de corto alcance. Y, a partir de ahí, todo lo que viene después es francamente desagradable. Una gestión muy tumultuosa de intereses, el zarandeo y el escándalo del Gobierno y chapuzas varias en la regulación española que evidencian comportamientos disfuncionales impropios. Nos podríamos ahorrar medidas generadoras de déficit, además de problemas.
Por tanto, estamos en unos días de vino y rosas para la factura de los ciudadanos, a base de crear realidades ficticias. Es quizás algo más genuino que la tortilla española y moneda común que une a los distintos Ejecutivos: el gusto por el endeudamiento y la evasión. Borrachera de déficit de la que luego, meses más tarde, llega la cruda realidad, el ponerse colorados. La mañana después de la cogorza. La resaca. Y lo que llega después. Los días sin huella.




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