El «paréntesis» en el libre funcionamiento de los mercados energéticos

El domingo pasado escribía en el diario “La Vanguardia” Enric Juliana un excelente artículo titulado ‘Los humos que bajan’. Trataba el artículo de dibujar el escenario prointervencionista surgido con motivo de la decisión del gobierno norteamericano de crear una agencia que se hiciera cargo de los activos de mala calidad que han devenido en la fuerte crisis de liquidez y solvencia de los mercados, su ‘Plan de Rescate Financiero’ (por cierto, nacido con una fuerte crisis de credibilidad y déficit público a cuenta de los excesos del pasado, verdadero talón de Aquiles del mismo, junto al déficit presupuestario). Algo que ha sacado bastantes demonios familiares de un país con una cultura acomodaticia con reminiscencias de un cierto paternalismo pseudofranquista. Denominaba ese escenario como “desafío liberal bolchevique”, una fórmula de “aflojar” el funcionamiento de los mercados para crear un “New Deal” protector público

Juliana por contraposición ponía el ejemplo de los mencheviques que por proponer aflojar la colectivización para que respirase la propiedad privada acabó con uno de sus líderes, Nikolai Bujarin, fruto de la denominada Ekonomitcheskaya Palitika, paréntesis al modelo soviético que acabó en Stalin y en sus planes quinquenales.

En España ha sido, nada más y nada menos, quien ha pedido aflojar la economía de mercado ha sido el presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales quien ha reclamado un “paréntesis” en la economía de mercado, dejando en la más absoluta perplejidad a propios y a extraños y dando argumentos a quienes piensan que esto del mercado es privatizar beneficios y socializar pérdidas. ¿Reponer el ICO como mecanismo de garantía para los excesos inmobiliarios, que buscan la “garantía del Estado”? ¿Vuelven los modelos intervencionistas de la mano de “pseudoliberales”? Veremos.

El caso es que en el sector energético se vive en un largo paréntesis, más bien un punto y aparte, en lo que se refiere al funcionamiento del mercado, fruto de la utilización política de la tarifa eléctrica y de determinadas actuaciones en materia de control de precios desde las autoridades públicas. Ejemplo continuado de intervención que falsea las señales a los consumidores, aumenta desmedidamente la demanda energética, ningunea las políticas de eficiencia energética y también las de protección del medioambiente. A cambio, las autoridades sólo son capaces de instrumentar mecanismos voluntaristas, buenismo en dosis considerables, buenas intenciones para los ciudadanos bienpensantes, regalo de bombillas de bajo consumo, escenas sin corbata y apagones de cinco minutos en noches estrelladas de primavera en las grandes ciudades.

Además, genera una ‘ilusión tarifaria’ que hace que determinados debates como el nuclear se efectúe con las cartas marcadas, es decir sin conocimiento de los precios reales de la energía. Pero, gracias a ello, no es que se ‘salve’ el país de nada, pero evita pasar por el trago de explicarle a los españoles que tienen una subvención a su energía actual que pagarán sus hijos. Incluso, esto también permite desconfiar del mercado de generación (que se comporta como todos los mercados europeos y es perfectamente homologable al mismo) o dar pábulo a propuestas o sugerencias extemporáneas como el Informe de Costes y Precios cuya pretensión tampoco era bajar los precios de la energía (lo que ya es paradójico) sino intervenir los mercados de la energía. Sobre todo porque está en juego también el medio plazo, lo que ha sido la forma de incrementar notablemente la capacidad de generación de nuestro país.

El cielo protector

Otro ejemplo es el caso del butano. El propio Ministro Miguel Sebastián ha afirmado recientemente que no se iba a efectuar la subida de este combustible para ‘proteger al consumidor’ dado que los precios internacionales se habían visto sometidos a la presión de los especuladores. Menos mal que no había subido por acumulación de bombonas en manos de los sufridos amos y amas de casa. O la denominada e inexplicable tarifa social. Por lo tanto, para no poner en manos de la turba del mercado a los consumidores, se profesa un descreimiento que ahonda las medidas contra el funcionamiento de los mercados, lo que a su vez provoca nuevas intervenciones públicas. Mercado libre, competencia, regulación la justa y supervisión eficiente debería ser la receta que evitase la intervención, que nunca acaba bien y siempre trae nuevos problemas (inesperados o esperados: pérdida de confianza sectorial o empresarial, riesgo regulatorio, menos inversión, mayores costes de financiación de déficit, etc., etc.…).

Esta cuestión se pondrá en los próximos meses más de relieve cuando llegue el momento de abandonar el actual esquema de tarifa eléctrica regulada (abandonado ya este trimestre a su suerte por la vía de no “activar” el procedimiento de ajuste en función de la evolución del precio de la energía en los mercados) para llegar a la denominada tarifa de último recurso. Tarifa que no es, ni debe ser, tal y como se instrumenta en la legislación europea una “tarifa intervenida”, sino que debe recoger la dinámica del mercado y la competencia (por cierto es algo que afecta tanto a la electricidad como al gas). Esperemos que, en este caso, también se actúe como ya ha sucedido en el caso de la tarifa industrial dónde el Ministerio de Industria ha actuado de forma muy ortodoxa, y se han conseguido ofertas por parte de las empresas para los consumidores que abaratan los precios del mercado mayorista, salvo para los que deliberadamente han querido mirar para otro sitio y esperar el auxilio del regulador y la dádiva.

¿O vamos a hacer otro paréntesis en el libre funcionamiento de los mercados en el sector energético? ¿Un nuevo paréntesis en una historia llena de paréntesis? ¿Quién lo paga? ¿Será otra Ekonomitcheskaya Palitika?

La ‘defunción 14’

Nos encontramos hoy con el inicio real del curso, porque los primeros días de septiembre han servido para la gestión de ese estrés postvacacional en el que ya se advertían los argumentos del curso político que se inicia. El final de julio nos dejo la publicación de la decisión del Tribunal de las Comunidades Europeas de acabar con el engendro regulatorio que era la función 14, en su ultima redacción, proporcionada por el ejecutivo de Zapatero en su primera edición, con Montilla a la cabeza en el Ministerio de Industria. Promulgada de forma ‘ostentoreamente’ oportunista en el momento en que la empresa energética germana E.On había anunciado que iba a entrar en el proceso de puja por Endesa, posterior a la OPA de Gas Natural por la eléctrica.

El objeto inicial de la función 14, es que el regulador energético independiente, es decir la Comisión Nacional de Energía, analizase las operaciones corporativas (adquisiciones de empresas) desde el punto de vista de la seguridad de suministro y desde el impacto a las actividades reguladas: transporte, y distribución de energía. Se trataba de ver si podrían verse afectadas las inversiones necesarias o comprometidas en estas actividades. El quiz de la cuestión es que al amparo de esta función, se podía vetar, dificultar y obstaculizar completamente una operación y de raíz.

La función 14, por tanto, se había constituido como una pieza defensiva en un andamiaje político más complejo. La segunda exclusa la podría constituir, en su caso, la política de competencia, de forma que el gobierno sólo tendría que salir a cuerpo limpio en tercera instancia, después de que alguno de etos órganos, en teoría independientes, fuera capaz de inmolarse o configurarse como organismos interpuestos de un ejecutivo, cualquiera que fuera su orientación política. Del mismo tono serían actuaciones pasadas como la de la CNE en el caso de la OPA de Gas Natural sobre Iberdrola (en tiempos del PP) o, del mismo organismo en el caso de la de la OPA E.ON sobre Endesa, en la anterior legislatura. Posiciones y actuaciones que no lograron superar con un mínimo de pudor lo mínimamente presentable.

Consecuentemente, esta formulación se prestaba a una utilización “indebida” y es más que razonable que la función 14 (sobre todo en su versión metafísica-ampliada) pase a mejor vida, que estos órganos se despoliticen y que sea el gobierno de turno quien pase por el oprobio de vetar o no una operación. En estos momentos, parece que pasamos a una configuración más o menos maniquea, de defender una función 14 “a todo trapo” como la que se invocó en su momento y que ha sido una “especialidad de la casa”, a que se tenga que reordenar la actividad de la CNE y la composición de su Consejo, hacia verdaderas funciones de inspección y supervisión (en evitación también de extravagantes posicionamientos antimercado surgidos del propio seno de su consejo).

En medio de todo esto, aparecen las operaciones corporativas que hay en ciernes. Por una parte, la operación de compra de Unión Fenosa por parte de Gas Natural. Al mismo tiempo, se conoce la venta de las participaciones que Santander y Unión Fenosa tienen en Cepsa y, la también, y recientemente conocida compra de Gas Mérida por Naturgas. Todas ellas, sujetas al alcance de la sentencia del tribunal europeo relativa a la aplicación de la función 14.

Para terminar de dibujar el escenario, el regulador energético se encuentra en una situación de interinidad en su composición a la hora de abordar estas operaciones, pendiente de que se renueven los puestos de cuatro de los consejeros cuyo mandato ha expirado hace ya meses (además de que se va conociendo que podría verse modificada la composición de su consejo y sus funciones). Supongamos que todo será en aras de un mayor consenso entre partidos y búsqueda del prestigio perdido en los girones de la función 14, hoy difunta.

La caja de resonancia en torno a la energía nuclear

Las amenazas proferidas hacia las instalaciones nucleares y el cúmulo de informaciones en forma de escándalo organizado, y convenientemente aireado, en torno a los incidentes ocurridos en este verano en las plantas españolas, merecen una reflexión, más o menos en profundidad, en la medida que suponen una escapatoria a los intentos de poner encima de la mesa el futuro de la generación nuclear en España, en función de las necesidades de crecimiento de la capacidad de generación eléctrica

Se ha producido una ceremonia de la confusión en que se ha instalado el debate sobre la seguridad nuclear, vertiendo sospechas contínuas sobre estas instalaciones. Este debate, oportunamente, se pone encima de la mesa con tintes de alarma, cada vez que se intenta abrir otro sobre la participación en el mix energético español de la energía nuclear (que es otro eufemismo, una reducción o simplificación de otro de más alcance: como será el mix energético español futuro, para cuándo, cuánto costará, qué precios energéticos tendremos a la luz de ello, cuál será su viabilidad económica y medioambiental y qué dependencia exterior tendrá asociada).

Y, de hecho, no se sabe cómo, siempre que está a punto de abrirse el debate nuclear, aparecen incidentes y sucesos (llámese en cada caso como se establezca en las tipologías homologadas al caso y difúndase como se pueda, parece la consigna) que están relacionados con la energía nuclear y con los temores más atávicos a la vez. Por ejemplo, ¿dónde está el famoso maletín nuclear con material radiactivo, convenientemente “afanado” por unos ladronzuelos en Móstoles que interrumpió los medios de comunicación la pasada primavera? ¿Ya se ha pasado su “efecto” terrorífico, cuando era necesario para aplacar el debate nuclear antes de las elecciones? ¿Se sabe de su paradero?

Incidentes descontextualizados de su gravedad, su importancia o su medida o más o menos episódicos. Expresados también en términos de marasmo que impide la defensa con racionalidad de lo sucedido en cada momento. Por tanto, habrá que hacer analogía entre el aborto del debate nuclear y la alarma social en que se ven sumidas nuestras plantas nucleares cada cierto tiempo, en función del “tempo político”.

Lo cierto, es que como cada vez es más insistente la necesidad de abordar el debate nuclear, más abrupto es la interrupción del debate de fondo (su necesidad futura, la ampliación del período de vida de las centrales nucleares, la sustitución de los anteriores reactores por otros de mayor potencia y tecnologías más avanzadas). Todo ello, son además decisiones que probablemente hay que tomar con prontitud para cuando sea preciso que estén operativos, teniendo en cuenta el tiempo necesario para ejecutar las inversiones necesarias.

En cambio, las instalaciones nucleares se ven en una espiral y en un naufragio informativo considerable, apoyado en que, sociológicamente, nuestro país es uno de los más vacunados en la opinión pública contra la energía nuclear. Lo dicen todos los estudios sociológicos y encuestas elaboradas y se conforma como un excipiente propicio en términos políticos. Y, uno de los que más consume energía nuclear importada. Debe ser como eso de tomar sacarina en el café tras un postre copioso. Y, lo que es más curioso es que este posicionamiento se empuja desde instancias políticas en función de posiciones ideologizadas.

En ese cierto chamanismo mediático contra la energía nuclear, estamos muy faltos de referencias de los incidentes ocurridos, número y gravedad y de un debate racional, informado, desapasionado y desideologizado. No se sabe si los incidentes actuales son muchos, si son pocos, comparativamente con lo que ha pasado en el pasado, si ha cambiado la forma de clasificarlos, de comunicarlos, al menos comparativamente con lo que ocurre en las instalaciones de otros países.

Lo que está claro es que con la abundancia de información “minuciosamente minuciosa” que tenemos y su forma de exponerla, no tenemos claro nada en lo que se refiere a la seguridad nuclear. Incapaces de saber lo que ha pasado, su volumen, su trascendencia, su realidad, su control por los operadores y las autoridades de seguridad. Y que la forma de informar no responda a una estrategia contra la propia tecnología. Como decía aquel parlamentario socarrón en referencia a la información de un Ministro en una Comisión, “informen un poco menos, a ver si podemos enterarnos un poco más”

Que se abra el debate nuclear, separándolo del de la seguridad nuclear (algo necesario, importante, imprescindible, pero que se tiene que dejar al funcionamiento de procedimientos eficaces y rigurosos y no a su utilización mediática y política).

Teoría del otoño caliente

Hay quien sostiene la teoría de que la organización de los procesos humanos y empresariales no se corresponde con los períodos del año natural (de enero a diciembre) sino con el comienzo de cada uno de los cursos, ya sea el escolar o el político. Es decir, se trazan los objetivos y se valoran los resultados de septiembre a julio, lo que es una fórmula de cómputo de tiempo semejante a las cosechas o los cursos lectivos. Por eso, en lo tocante al sector energético, este último día de julio puede ser un buen momento para analizar lo que se nos viene encima, en este, ya anticipado por todos, como otoño caliente. Nuevo curso y viejos problemas, algunos al borde de una operación de urgencia con el cuerpo abierto para el transplante.

Tras la última época de este curso lectivo, el que comienza (de septiembre a junio) señala el agolpamiento de temas que tendrán lugar nada más volver de las vacaciones. El hecho es que el último curso político ha estado marcado en el sector energético por las elecciones y la salida del anterior equipo “energético” del Ministerio de Industria, con Joan Clos e Ignasi Nieto al frente y la entrada de Miguel Sebastián como Ministro y Pedro Marín como Secretario General de Energía.

En estos cuatro meses, la actuación del nuevo equipo en el sector energético, la podemos calificar de ‘cautelosa’, tendente a conocer bien el terreno y la situación sectorial. Lo cual es de agradecer a la vista de la actividad desaforada a la que habíamos asistido en el bienio previo a las elecciones, con Clos y Nieto a la cabeza: regulación espasmódica, fuertemente desequilibrada; generadora de inseguridad regulatoria; corrección de errores; estudios económicos inexistentes o de brocha gorda (gordísima), que han traído al presente lodos importantes; otras soluciones arriesgadas; entreguismo al TSO nuestro de cada día; desgraciadas negociaciones con los sectores; y manierismo regulatorio, entre otras cuestiones.

En estos cuatro meses, parece que el nuevo equipo no ha ‘estropeado nada’, pero también parece que no ha arreglado mucho. Y, es más, determinados problemas como el déficit tarifario o la insuficiencia de las tarifas eléctricas se han agrandado con la revisión de las tarifas del tercer trimestre (y la evolución generalizada de los precios de la energía). El grave problema del déficit tarifario, que requiere un trabajo político y económico planificado, serio y coordinado con todos los agentes, será la tarea más ingente que abordará el nuevo curso. De hecho se debería haber avanzado mucho más en este período, sobre todo ante la inminencia para abordar la liberalización tarifaria de gas y electricidad, tras el verano es casi apremiante y su puesta en funcionamiento ya está galopando. En este punto, será necesario no pervertir el concepto de tarifa de último recurso con fines diferentes a los que está pensada.

En sentido positivo hay que valorar la posición del Ministerio en la supresión de las tarifas industriales que se produjo a principios de julio. En sentido negativo, un paso atrás ha sido la “tarifa social”, que además de enviar el mensaje de que “el Estado subvenciona la energía”, traslada el mensaje de que hay electricidad gratis y de que podemos vivir desacoplados del mundo y sus circunstancias en términos de precios energéticos. Eso sin contar los subterfugios y trampas en que ha caído la propuesta, incluso ciertas chanzas, derivado de que la energía es un suministro, no una subvención y su tarifa un precio. Así, equiparar poca potencia contratada a bajo nivel de renta, es un contrasentido que le ha supuesto un severo coste político al propio Ministro en una de sus primeras decisiones.

En otro orden de cosas, hay que alabar la voluntad de trasladar la filosofía de ahorro energético del nuevo equipo, pero también hay que pasar de los voluntarismos y de las medidas más o menos propagandísticas o estrafalarias a los hechos ciertos: que los consumidores puedan moderar su consumo en función de los precios reales de la energía. En Estados Unidos (dónde la fiscalidad de los combustibles es muy baja), con la subida de los costes de la energía, más de un millón y medio de ciudadanos han dejado su vehículo para ir a trabajar.

Otras cuestiones por conocer serán los planes futuros en materia del parque de generación de electricidad, el debate sobre la energía nuclear (algo que los últimos gobiernos tratan de esquivar, con mayor o menor suerte), cómo queda finalmente la regulación de la energía solar fotovoltaica (cuyo método parece bueno y más razonable que el anterior, pero sus cifras son muy restrictivas), la regulación final de los biocombustibles (otra cuestión aplazada) que debe tener en cuenta, el funcionamiento de los movimientos de oferta y demanda de consumo de carburantes en nuestro país, siendo neutrales con el funcionamiento del mercado. Será necesario resolver un debate serio y responsable, sobre como articular la obligación de aumentar su consumo para alcanzar el objetivo fijado, teniendo en cuenta el parque de vehículos de nuestro país y los propios cuestionamientos de eficiencia económica, energética y medioambiental, los cambios en los sistemas logísticos y de transporte de combustibles, etc, … evitando mezclar razones colaterales espurias.

Mención aparte tiene la situación en la que ha quedado como órgano regulador la Comisión Nacional de Energía, cuestión que el gobierno deberá abordar nada más llegar de las vacaciones. Organismo completamente trastabillado desde que se publicó el Informe sobre Costes y Precios, cuyo objetivo era acabar con el mercado eléctrico (y de paso la seguridad jurídica, la estabilidad regulatoria, el valor de las empresas y la inversión futura) y volver a los sistemas de reconocimiento de costes, ya conocido en su momento con el Marco Legal Estable. El organismo tiene “prolongado” el mandato de cuatro de sus consejeros (los designados en su momento por el Partido Popular) y necesita medidas quirúrgicas profundas, más allá de la sustitución de los salientes. Nunca este organismo había estado cuestionado de forma tan grave y esta vez por sus propias acciones, más que por el ‘ninguneo’ de Industria, más acentuado, si cabe en el penúltimo período antes de las elecciones, con reminiscencias freudianas de “matar a la madre”.

En medio de este panorama, cerramos el mes de julio con el escenario corporativo movido con la operación de adquisición de Unión Fenosa por parte de Gas Natural. La cuestión de las operaciones corporativas es un tema que lleva coleando en el sector energético desde hace años y, lo que parece evidente es que con esta reciente operación no se ha acabado, más bien puede que se reabra.

Para los que les vaya la política de altos vuelos, y con semejante perspectiva, habría que conseguir finalmente recentrar al Ministro de Industria como ministro del ramo en las cuestiones energéticas (e industriales, de comercio exterior, telecomunicaciones y turismo, etc…), frente a las veleidades de opinar y participar en la política económica, evitando caer en la tentación de la macroeconomía.

Por tanto, un otoño caliente, lleno de patatas ardientes, con una crisis (innombrable hasta hace bien poco), galopante. En septiembre todo se precipitará y el método de las patadas hacia delante a la pelota dejará de ser válido. Ya no queda tiempo para los ensayos, si aplicamos el lenguaje del teatro. Sólo sirve el del rugby.

Coacción a un mercado

La publicación por el diario económico Cinco Días en crónica de Carmen Monforte sobre las acciones legales que la Comisión Nacional de Energía podría tomar contra Iberdrola, a cuenta de la polémica sobre el informe sobre costes y precios de la energía, señalan, nuevamente, el dislate en el que se ha precipitado el organismo que preside Maite Costa con motivo de tan desgraciado informe. Parece ser que la fanfarria con la que los autores materiales e intelectuales de este informe del ácido bórico del sector energético, quieren celebrar y parapetar su obra, se aúpa por encima del propio comportamiento institucional y de los acuerdos de su Consejo de Administración.

Repasemos los hechos. El pasado 13 de mayo la Comisión Nacional de Energía publicó un informe sobre costes y precios, cuyo objetivo fundamental no era analizar vías para reducir los precios de la energía en nuestro país (algo que hubiera sido loable en estos momentos). El objetivo era cuestionar el funcionamiento del mercado eléctrico, atacando las rentas resultantes que percibirían dos tecnologías, la hidráulica y la nuclear, por las diferencias entre el precio que fija el mercado eléctrico y sus respectivos costes (todo ello sin información contable y económica real, un enfoque académico muy “sui géneris”). El informe, como se ha podido saber, fue elaborado por el Consejero de la Comisión Nacional de Energía, Jorge Fabra (su contenido es una copia de un artículo que publicará próximamente la CNE) y “dado” al director de Regulación del organismo, para que lo adoptase como propio, es decir, que pasase como fruto de los servicios del organismo. Todo ello, hecho con enorme velocidad y fruición, inclusive la aprobación por el Consejo.

Esta es la maniobra con la que se “traviste” un informe que no es un informe. Es una posición ideológica-académica, sostenida en estimaciones y no en la información económica que posee el organismo regulador. Una práctica completamente anómala a la tradición de los informes precisos, rigurosos y documentados del organismo y sus servicios técnicos. El objetivo era retroceder en el mercado eléctrico y, de hecho ese es el hilo argumental que se sostiene cada vez que sale a la palestra el consabido informe. Los windfall profits. (Por cierto, ¿se imaginan Vds. hablando de esto en cualquier otro sector, energético o no? ¿Conoce Vd. si hay windfall profits en los diferentes medios de transporte para hacer el viaje Madrid-Barcelona?)

Hasta aquí, el contenido de la bomba por debajo de la puerta que un organismo que debería estar dedicado a la garantía de la legalidad y el mercado y acaba en una deriva mezcla del Comité Central del PCUS, medio falangista-requeté . En definitiva, se aprecia un funcionamiento institucional, forzado, instrumentado en su debilidad, de una institución en plena descomposición, la Comisión Nacional de Energía, dónde sus corrientes subterráneos y sus grupúsculos de consejeros subvierten la propia actividad institucional del organismo.

Cronología de los hechos

Retomemos el relato de los hechos. El día 13 de mayo junto con el dictamen del Consejo del organismo, se advierte que la semana siguiente se aprobará una ‘addenda’ metida como una “morcilla” en la revisión tarifaria del tercer trimestre. La semana siguiente, los consejeros conocen el “Informe” la tarde anterior a su aprobación, 19 y 20 de mayo respectivamente. Por su parte, la patronal UNESA, contestó el pasado 22 de mayo duramente al informe, con una nota de prensa colectiva. Tras eso, empezó un carteo entre Iberdrola y la Comisión Nacional de Energía, que fue desvelado en su momento por el diario El Mundo. El 3 de julio el Consejo de Administración de la CNE analiza la primera carta de Iberdrola y decide contestar una semana más tarde en su sesión del 10 de julio de 2008. En esa contestación, el Consejo de Administración de la CNE actúa con extrema dureza con Iberdrola. En esa primera comunicación es en la que veladamente la CNE traslada sus amenazas a Iberdrola por las supuestas presiones al Consejo de Administración que serían estas comunicaciones.

Seguidamente, la compañía que preside y dirige Ignacio Sánchez Galán replicó en términos más suaves al Consejo de Administración y, esta segunda misiva, fue tratada en el consejo de administración de la CNE en su reunión del 17 de julio. En esa reunión, primó la prudencia finalmente entre los Consejeros y se decidió no alimentar más leña al fuego, triunfando la tesis de relajar la polémica. No hubo respuesta, a esta segunda carta, por parte del organismo y de su Consejo. Cuatro días más tarde aparece esta noticia en Cinco Días.

La CNE en redifusión: el informe de la langosta recalentada

Curiosamente, es en ese momento en que aparece la información del Consejo en el que la CNE amenaza a Iberdrola, echando combustible al fuego. Según, este artículo, “el organismo podría denunciar las presiones al Consejo”. Lo más peculiar es que la crónica surge después del desistimiento conjunto del consejo a esta opción, tras la segunda misiva de Iberdrola a la CNE. Algún día se podrá conocer porque en el seno del propio Consejo, los relatores internos trasladan noticias tardías para reincendiar los problemas del organismo, cuando sus decisiones colectivas son diferentes. Es decir es el momento de la langosta recalentada. ¿Quién coloca a la CNE en redifusión permanente? De hecho, la respuesta de Iberdrola a esta nueva indiscreción no se ha hecho esperar, y ha remitido una nueva comunicación al Consejo de la CNE.

Las consecuencias de todo este embrollo deberían ser, en primer lugar, que se imponga definitivamente la prudencia, se corten los mecanismos de alimentación artificial de este Informe, una falacia compositiva que debería haberse dado ya por desahuciado. Parece que es un informe en redifusión permanente, a ver si, de repetir sus conclusiones (equívocas, perjudiciales, falaces, venenosas) se hacen ciertas. Y, también, como sucedió con el informe del ácido bórico, esta teoría necesita sus altavoces.

Ácido bórico para el sector energético

La segunda consecuencia corresponde al análisis interno de la situación del organismo regulador independiente. Esta situación señala como una minoría creativa retroprogresiva va conduciendo subrepticiamente los designios del organismo, por detrás y por encima de los propios mecanismos institucionales. Al margen de los servicios internos y de la actividad de la propia presidencia, de su gabinete y del servicio de prensa. Parece ser que toda esta situación ha llegado demasiado lejos, dejándo nuevamente caer a la CNE en una crisis institucional sin precedentes, además del daño causado a la credibilidad del sector energético español, a la estabilidad regulatoria y a la valoración de las empresas energéticas en bolsa.

De todas formas, no está tan claro que todo este carteo se pueda advertir que haya «coacción» al Consejo de Administración de la CNE (que ya se coacciona solo, entre sí o por debajo). Lo que si está claro es que el Informe sobre Costes y Precios, es una coacción. Al proceso de liberalización de los sectores energéticos, a la Unión Europea, Ministerio de Industria, a las empresas, al sector energético y al mercado eléctrico. Por este orden.

Entre el glamour y los manguitos

Visto con distancia y sin contar con los asuntos episódicos que van jalonando la actividad de la Comisión Nacional de Energía como “regulador independiente”, se aprecia una doble personalidad de efectos incalculables. Cuestión que se agudiza más, si cabe, con la reciente condena al gobierno español por la nueva redacción «interesada y oportunista» de la función 14, previa a la presentación de la OPA de E.On por la compañía germana. Algo que en el fondo buscaba configurar el organismo independiente, como comisaría del gobierno para casos de urgencia necesaria, con la presencia, además, de algún que otro comandantín en su seno.

Nuestra sociedad ha evolucionado de forma que los trastornos psicológicos tienen una razonable comprensión social, con la única condición de que sean tratados concienzudamente. Las organizaciones también pueden tener componentes sicóticos (veáse el libro, La organización neurótica, escrito por Manfred F.R. Kets de Vries y Dannny Miller y publicado en la Editorial Apóstrofe).

El libro identifica cinco patologías en las organizaciones: paranoide, compulsiva, dramática, depresiva y esquizoide. Dos de ellas, son patologías que se aprecian en el funcionamiento actual de la CNE. Por un lado, la depresiva, que se manifiesta a través de la «sensación de desamparo» y desesperanza, de estar a merced de los acontecimientos, con disminución de la capacidad de pensar con claridad y la pérdida de interés y motivación. Por el otro, la esquizoide, que se manifiesta en el distanciamiento y la falta de interés en el presente y en el futuro, de perspectiva y orientación adecuadas.

Este es uno de los rasgos que define la posición actual del organismo: la «doble personalidad». La primera está relacionada con el papel del Consejo, configurado como un conjunto de Consejeros que deciden ya únicamente en las denominadas funciones catorce, recientemente cuestionadas: operaciones corporativas dónde flotan los intereses propios y ajenos, empresariales y gubernamentales y su papel es en muchos casos fuente de polémica. Segundo, un conjunto de actuaciones y de misiones consultivas que, una vez horadado el prestigio necesario por méritos propios (y también, por méritos ajenos), son bastante cuestionados (y cuestionables), carecen del necesario respeto y, lo que es peor, sin ascendencia sobre el sector en el que actúa. ¿Qué son si no, el Informe sobre Costes y Precios contra el propio ordenamiento jurídico, verdadero ácido bórico en el sector energético, o la actuación bochornosa en el caso de la OPA de E.ON, entre otros oprobios a destacar en el plano propio o el desdén en el trato desde el regulador principal (Ministerio de Industria)?

Quedan también las actuaciones de supervisión e inspección, necesarias y cada vez más importantes, si se desarrollase, como debe, el funcionamiento del mercado, en lugar de estar permanentemente en la almoneda ideológica. También, se le han ido atribuyendo funciones ordenancistas, de control, registro y censo en la sucesiva regulación que ha ido apareciendo. Y, en medio de todo, como engrase de esa maquinaria, queda la propia relación entre los Servicios Técnicos del organismo y el Consejo, del que su ejemplo menos edificante fue la promulgación del Informe de Costes y Precios, cuya autoría corrió a cargo del consejero Jorge Fabra. En esta ocasión, es un papel que, en ningún caso, tiene correlato con el de otros organismos, dónde la lubricación y el engranaje funciona de manera mucho menos disfuncional y atrabiliaria, como confiesan sus mismos profesionales.

Si nos atenemos a la evolución reciente podemos identificar dos extremos. El primero, el glamour de la función 14 en su versión metafísica y ampliada que sólo ha traído a España problemas con la Unión Europea y cuestionamiento de credibilidad en el funcionamiento de sus instituciones económicas y políticas. Que el consejo de Administración de la CNE, se configure como una Guardia de Corps (nunca mejor dicho) de la seguridad de suministro, extendida a las centrales nucleares y a lo que se tercie (versión eufemística de los intereses gubernamentales o de las afinidades electivas resultantes del Consejo) es algo que no parece propio y que al final ha resultado ser un «boomerang» en el peor momento del organismo.

El segundo extremo, es la irresistible atracción de la burocracia, por quedar sepultada en la administración de registros de miles de formas y formatos. Esto es, los “manguitos”, como sustitutos de lo que sería la creación de una burocracia «ad hoc» para las Administraciones Autonómicas y del propio Ministerio de Industria. Eso, contando con un excelente equipo profesional, pero que se ve involucionado por todas estas fuerzas centrífugas y centrípetas.

En paralelo, su respetabilidad cae en picado, abrasado en un cuestionamiento como una termita devoradora que le corroe. Desde los amagos de investigaciones y sanciones, la evitación de cualquier conflicto, al menos con la anterior Secretaría General de Energía en su última etapa (a este nuevo Secretario General le meten la bomba del atentado al mercado) y con Red Eléctrica, la defensa laxa de sus informes (con el apagón de Barcelona o el casi negacionismo que exhibe su presidenta ante el posicionamiento contrario del Consejo en su momento respecto de la reforma del R.D. 434 y su defensa de Nieto) y, ahora definitivamente el Informe sobre Costes y Precios y lo novelado que ha resultado, incluyendo los conflictos abiertos por su defensa.

Además, ahora ya tenemos en tiempo de descuento al Consejo de Administración y ojalá sea para que se produzca una reforma sustancial del mismo, del organismo y su funcionamiento, más allá de la mera sustitución de cuatro consejeros. Es el momento, una vez que se ha producido el desenlace de la función 14 metafísica.

Hasta ahora, incluso desde su presidencia, ha faltado perspectiva derivada por el propio autosecuestro político en el que se ha encontrado y el cortoplacismo del obsesivo control de sus decisiones. Perspectiva para aumentar su independencia y perfilarse como un organismo supervisor de prestigio, con unos servicios técnicos solventes, rigurosos y respaldados. Hay un ejemplo claro: el Banco de España. En primer lugar por que trae seriedad y rigor a los mercados, si este se saca del ejercicio de la política de partido (en su sentido más peyorativo) y de los tentáculos del Ejecutivo y de intereses espurios asociados.

Queda una línea argumental muy interesante por desarrollar a la luz de lo que sería una organización neurótica. La correlación entre las «fantasías, convicciones y aspiraciones predominantes en los máximos responsables de la toma de decisiones que influyen en la naturaleza y patología de las organizaciones».

Pellizcos de monja

La resolución por parte de la Generalitat del expediente sobre el apagón de Barcelona, ha dejado seguramente más luces que sombras, además de la perplejidad que resulta de una actuación inexplicable a la luz de los informes y de la información conocida hasta el momento. El resultado si lo tuviéramos que enunciar en términos futbolísticos sería algo así como un 11 a 10 (en el que se consigna como “perdedora” a los puntos, Red Eléctrica de España cuya penalización es de 11 millones de euros, a la vez perdedora moral). Por otra parte, Fecsa-Endesa recibe una penalización casualmente “parecida” 10 millones de euros, no hace justicia a la batería de informes de expertos y de órganos reguladores que acreditaban una mayor diferencia en la participación de “responsabilidades”.

La resolución trata de pegar algún “pellizco de monja” a Red Eléctrica de España, sin pasarse claro, como pequeña travesura de la Generalitat a la empresa que ha traído por el camino de la amargura a las administraciones públicas catalanas en lo que se refiere a las redes de transporte. Y más, desde su coronación como transportista único, con la reforma de la ley del Sector Eléctrico el año pasado. En todo caso, parece que Red Eléctrica de España, no sale bien parada de esta cuestión, ni siquiera con el halo protector de la Generalitat.

También es un reflejo del síndrome de Estocolmo dual: por un lado, la relación con Red Eléctrica de España ha sido enormemente tormentosa para Ayuntamiento y Generalitat. El número de incidentes ocurridos desde el apagón de julio, los retrasos en la realización de las obras de reconstrucción de las central siniestrada, la exhibición de los procedimientos internos de nuestro operador de redes y transporte, el incidente que colapsó las salidas de las autopistas de Barcelona…. Pero a la hora de decidir, de repartir responsabilidades se ha buscado una solución conservadora, nada ejemplarizante, más cercana a la acción punitiva de un árbitro que trata de compensar con sus decisiones los intereses de todos y de ninguno.

Sobre todo porque todos los informes más serios y solventes (incluso el propio de la Comisión Nacional de Energía, que recaban informes a su vez de varios expertos en electrotecnia) apuntaban a una resolución diferente, mucho más clara y explícita en sus planteamientos. Recordemos que la Comisión Nacional de Energía determinó más de un 98 % de responsabilidad para REE y menos de 2 % para Endesa. Entre otras cosas, porque en sus consideraciones aisló el incidente de la caída del cable en la estación de Collblanc del incendio de la estación de Maragall, como atestiguan todos los informes, que no vinculan relación de causa y efecto entre el primero y el segundo. Es más, establece una relación de “casualidad” más que de “causalidad” Pero es que, el efecto, la duración y el número de usuarios de la primera incidencia, es mucho menor que el de la segunda incidencia. En este sentido, la Generalitat se apunta a la teoría de que la primera incidencia (Collblanch) es la causante de la segunda (algo que los informes conocidos y públicos no sólo no confirman, sino que descartan, máxime los antecedentes ocurridos en la línea subterránea de distribución-transporte que da servicio a Barcelona).

La resolución prueba la politización de este suceso. Si la Comisión Nacional de Energía, todos los informes que se han dispuesto de un número importante de expertos, incluido el Colegio de Ingenieros de Catalunya (puesto a los pies de los caballos monopolizantes de Red Eléctrica de España en un escarnio de más de 80 preguntas, casi inconstitucionales), apuntan con claridad una versión de los hechos, la Generalitat decide ‘resolver’ contra sus informes. Y todo, para acabar así. En una final por la mínima, en una resolución a los penaltis.

En esto, la Dirección General de Energía de la Generalitat y el hombre que está al frente de ella, Agustín Maure (cuya procedencia es Red Eléctrica de España), debe ser garantía de solvencia técnica y profesional y de que la resolución final no se realizaría por el procedimiento del “premio de consolación”. En esto, a lo mejor un día conocermos si han recibido presiones en este organismo procedentes de instancias más altas (incluso externas), las que han determinado el caso omiso a todos los informes, evidencias e incluso actitudes manifestadas desde el operador de transporte y sistema en todo el proceso.

Lo peor de todo es que una resolución así no sirve para nada para el futuro. No sirve para darles a los ciudadanos conclusiones claras. No sirve a los catalanes para resolver problemas, mientras que las cosas no se atrevan a salir a cuerpo limpio, en lugar de embadurnarse en una política de tinta de calamar, pactos y espesura, que oculta la realidad técnica de los hechos. ¿Así se tratará el problema de que Girona siga en ‘antena’, lo que es lo mismo que decir que ‘pendiente de un hilo?. La pregunta es si ante cada una de las cuestiones que se suscitan con las infraestructuras en Catalunya, la respuesta de su Administración va a ser esta, por mucho que intente hincar el diente en el momento en que se negocie la financiación económica.

No hemos hecho nada. Sólo pellizcos de monja.

Podemos

La consecución por parte de la selección española de fútbol de la Copa de Europa tras un torneo emocionante y que instaurado un estado de credibilidad en nuestra selección española de fútbol viene a coincidir el tiempo con el fin de las tarifas de alta tensión y la articulación de un segmento del mercado liberalizado, en este caso de los usuarios y clientes empresariales. Algo que parecía imposible, tras un escenario artificialmente dramático y que estaba sometido a las presiones lógicas de determinados tipos de consumidores que mantenían unas condiciones de precios muy favorables (en detrimento de otros).

La consecuencia más evidente de las dos analogías felices es que se puede articular un mercado liberalizado, que podemos estar perfectamente homologados en el proceso de liberalización en la energía en Europa (tras haberlo liderado), sin necesidad de acudir a fórmulas extravagantes que supongan la intervención pública o la ruptura de los mecanismos de mercado, cayendo en algún tipo de anacronismo. Y un anacronismo, por ejemplo, es sugerir la regulación por tecnologías o la existencia o pervivencia de ‘subsidios cruzados’ entre consumidores, por una parte conocido y delatado a nivel europeo y por otra parte, como coartada para evitar procesos de inversión, de incorporación de tecnología y ajuste. Otro anacronismo es abdicar del modelo de mercado en aras a que la intervención y el arbitrismo ‘ponga todo en su sitio’.

Hasta el momento, hoy podemos conocer como se producen los ajustes en los mercados internacionales de materias primas o de determinadas commodities (por cierto, sometidos todos al mercado, al marginalismo sin componentes ideológicos peyorativos, con unos precios hoy en alza, sino como mecanismo real de funcionamiento o a través de las relaciones bilaterales entre iguales). Es un tema de competitividad, pero en serio. Si no, si no actúan los mercados, con una buena regulación, todo se convierte en ver quien se vincula con la Administración de turno, en una visión omninscente en la cual todo consiste en ejercer la presión suficiente, por los medios adecuados, en el momento (político o electora) adecuado. En todo caso, existen otras vías de hacer política industrial que no sea la transmutación de los costes relativos, igual que existen vías para hacer política de rentas, política fiscal o de gasto público para configurar el modelo de justicia social que decide un país que utilizar la tarifa eléctrica en un país sin energía.

Un anacronismo es, incluso, aislar a nuestro país y nuestro sistema productivo y a nuestros consumidores de la realidad internacional que son una brutal elevación de los costes de la energía por la vía regulatoria o intervencionista. Todos los análisis de medio plazo señalan que la ‘velocidad’ con la que un país se ajuste a la nueva realidad de la energía será clave en el futuro económico del país (y este ajuste no es el ejercicio de prestidigitación para que las tarifas se mantengan fijas, el ajuste es aquel permite hacer que los consumidores, las economías y los sistemas productivos utilicen menos energía y la utilicen mejor). Eso no quiere decir que no haya vías de política energética para tratar de contar con un sistema energético ‘menos costoso’ y más eficiente medioambientalmente. En eso también, hay que trabajar: es el medio plazo, sin subvertir las dinámicas de los mercados y la inversión (tan necesarias hacia el futuro).

Para ello, todos los consumidores (empresariales y particulares) deben conocer el coste real de la energía. Todos los expertos consultados refieren la importancia del precio en cualquier política de eficiencia energética, lo que fuerza a realizar políticas de ajuste, de innovación, de incorporación de tecnologías más eficientes a los procesos productivos. Cuestión de mayor enjundia si cabe, si somos conscientes de que los recursos energéticos propios son muy escasos y que la dependencia energética de nuestro país es muy alta.

Otra de las cuestiones que se ha puesto de manifiesto es que las formulas del pasado ya no sirven para este presente o para el futuro. Fórmulas proteccionistas, de presión o intervencionistas de cuño propio y de dudosa traslación en un marco europeo y liberalizado general. Y, la fórmula más rápida y más eficaz para que los agentes se adapten a la realidad y adopten, es el propio mercado. En el fondo, es producto de la dinámica cambio-resistencia que debe ser resuelta por la vía del progreso. Todo lo demás es un ejercicio de dilación. Por eso hay que saludar las declaraciones de los responsables de Industria en torno a las insinuaciones que va realizando la CNE cada vez que realiza un informe sobre cambio de tarifas para un trimestre se le pone por delante o publica el extravagante y falaz “Informe sobre Costes y Precios” (como si fuera un informe suyo) y, como resultado, cuestiona el mercado desde sus fuerzas internas anti mercado que han ocupado el vacío del organismo (que debería ser defensor del modelo de mercado vigente y se dedica a hacer informes académicos e ideológicos para cuestionarlo) y lo ha dejado actualmente en liquidación por fin de existencias, en la vía no del marginalismo, sino de la marginalidad en las tendencias sectoriales nacionales, internacionales y europeas, en un momento de crisis energética como el actual.

Las consecuencias de ello son y serán extraordinariamente positivas para el futuro. En primer lugar la exclusión de que la cuestión tarifaria del ámbito político. Probablemente porque el ámbito político se debe centrar en la relación entre la estrategia, la política energética y el desarrollo económico. La segunda es que desarrollar el proceso de liberalización en el ámbito industrial y empresarial, también supone dar un impulso al proceso de liberalización de las tarifas en el ámbito doméstico, a que se realice un trabajo serio y consensuado, para tratar el problema del déficit tarifario, cada vez de mayor volumen, cada vez más caro. Una solución seria, rigurosa y gestora es lo que requiere la situación pero para ello se requiere trabajo, entrenamiento, visión de futuro, nada de atajos, sin demagogias, pasarlo mal en algún momento, ante decisiones en el corto plazo que pueden parecer impopulares, pero que en el medio plazo generadoras de competencia y eficiencia (como le ha pasado a nuestra selección y a su entrenador). Todo ello será ir ganando ‘capital político’ para ponerlo en marcha.

Por ello hay que felicitarse y felicitar a todos. Es decir que podemos. Este es un primer paso. Un muy buen primer paso.

Las tarifas eléctricas como arma de distorsión masiva

Las tarifas eléctricas para el tercer trimestre (que hoy analiza el Consejo Consultivo de Electriciad de la CNE y que en brevé será analizado por su Consejo de Administración) se convierten en armas de distorsión masiva por varios motivos. En todo caso, las distorsiones provienen del ejercicio del eufemismo permanente para evitar una situación inevitable que es la elevación (lamentablemente, generalizada)del precio de la energía. El problema es que contra lo que aconseja la lógica y los economistas, que es asumir esta nueva situación y actuar de forma eficiente, parece que el esfuerzo se centra en eludir, bordear o lateralizar esta otra ‘realidad nacional’. Todo ello, acompañado de ejercicios de buenismo, que se ven forzados en un entorno de crísis económica no declarada.

El primero de los eufemismos es la propia subida para el tercer trimestre, si es que se le llama subida y que en el fondo no lo es, entendida como un ejercicio de ‘quiero y no puedo’. Una subida que no compensa ni la evolución de los precios en 2008 para dejar el déficit ex ante como estaba a principio de ejercicio.Además, todos los aditamentos añadidos quieren evitar trasladar la realidad de la situación a los consumidores, en su dulce estadio que es el limbo tarifario del déficit financiado a catorce años, en un entorno cada vez más costoso derivado del contexto financiero y de la inestabilidad regulatoria.

La segunda distorsión es denominar a la tarifa por potencia, tarifa social, sobre todo en la última semana que tienen todos los contribuyentes para presentar su declaración anual del Impuesto Sobre la Renta de las Personas Físicas. Como si la tarifa pudiera ser progresiva para ‘ricos y pobres’. Cómo se ha podido saber todos aquellos consumidores con una potencia contratada inferior a 3 kW, es decir hasta 2,2 kW tendrán derecho a acogerse a esta tarifa que “condona” lo que se denomina el pago del término de potencia. Además los consumidores tendrán ‘derecho’ a un ‘bonus’ de consumo incluido en el término de potencia. En conjunto de la tarifa “social” se podrán beneficiar aquellos usuarios que por cualquier motivo (social o no), tenga poca potencia contratada por la razón que sea.

Otro mensaje distorsionador asociado: en tiempos de costes elevados de energía, en lugar de incidir en la necesidad de ajustar consumos y ser eficientes energéticamente, se puede decir que la energía es gratis o barata para los españoles y que el gobierno se preocupa de que puedan seguir gastando igual que lo hacían. En todo caso, fruto de decisiones pasadas y presentes los españoles gozan de precios de la electricidad más baratos que los ciudadanos europeos, sobre todo del ejercicio del pase largo al futuro para no incurrir en costes políticos. Algo que empezó con el PP y que cada gobierno es responsable de su propio déficit generado y acumulado durante su mandato.

La tercera distorsión, y no relacionada con la tarifa para el tercer trimestre es el largo ‘affaire’ que ha heredado esta administración energética a cuenta de la desaparición de la actual tarifa nocturna. Y más distorsión es denominar a la sustitución de la tarifa nocturna como “tarifa ahorro”., cuando además a los consumidores que se pueden ver afectados tendrán un alza de entre el 20 y el 70 % según estima la propia Comisión Nacional de Energía. En este caso, la situación es la contraria. Aquellos consumidores que hayan realizado inversiones en las instalaciones de sus domicilios para reducir su coste de su electricidad (y aprovechar la producción de base, dicho sea de paso) ahora verán como sus equipamientos se quedan ‘muertos de risa’, además de completamente desfasados sus cálculos personales de amortización de estos equipos.

La siguiente distorsión, la “refinitiva” es que fruto de esta evolución de precios energéticos, lleguen las soluciones «ecuestres» (cueste lo que cueste) y que el Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía emita un Informe sobre Costes y Precios (que se larva por un procedimiento poco ortodoxo), que cuestione el mercado eléctrico, no en sus costes, no sus precios resultantes, o ni siquiera el comportamiento de sus agentes. Lo que cuestiona son las ¡rentas! de determinadas tecnologías. Y todo ello, con supuestos académicos y de laboratorio, predestinados y haciendo abstracción de las horas, uso y papel de cada energía en el sistema, obviando la contabilidad real de las empresas. En definitiva, complicando una visión serena y gestora de cómo abordar el problema del déficit tarifario y de la tarifa en nuestro país.

En definitiva, que las tarifas, los precios y los costes energéticos se han convertido en elementos de distorsión masiva. ¿Quién los «desdistorsionará»?

La revisión tarifaria: ¿a qué huelen las cosas que no huelen?

Ayer conocimos las líneas maestras de lo que sería la revisión tarifaria del tercer trimestre. En suma, la revisión tarifaria estará entre el 5 y 6% (cercana a la evolución actual del IPC) e incluirá rebajas, configurando lo que se ha venido en denominar ‘tarifa social’, en la cual los consumidores con menos de 3kW de potencia contratada solo pagaran por el consumo y no el denominado “término de potencia” y el resto tendrán un cupo de consumo exento.

Parece entonces que la tarifa ha entrado en uno de las fases más kafkianas de su existencia, en la medida en que hoy está en el marco de la duda existencial: es el pago de un suministro, el precio de un servicio, un impuesto, una ayuda social, una subvención a las familias, parte del programa 400 euros ‘plus’ del Plan del Gobierno anticrisis. Por tanto, la indefinición sobre la materia que nos ocupa, nos lleva a desconocer su naturaleza real, más clara en cualquier otro lugar del mundo. Anclada en una concepción tardofranquista, la tarifa eléctrica ha pasado a ser el brazo armado de una nueva versión sofisticada de la Junta Superior de Precios.

En segundo lugar, se vuelve a evidenciar la ausencia de capacidad política para sacar la tarifa eléctrica del debate partidista, en un momento de principio de legislatura, abriendo una brecha cada vez más amplia entre el coste de la energía y la tarifa, entre la tarifa topada con déficit tarifario y la que teóricamente tendría que entrar en vigor con la liberalización de las mismas (enero de 2009 o julio de 2008 para los consumidores empresariales), entre lo que pagan los consumidores europeos y los nuestros. Introduce un ‘gap’ entre la ‘tarifa social’ y lo que tendrá que ser la ‘tarifa de ultimo recurso’, que es de proporciones importantes. Por tanto, ya tenemos dos ‘inventos propios’, el déficit tarifario (modalidad prevista) y la tarifa de buena voluntad.

Otra de las consecuencias que se pueden extraer de este proceso pintoresco que nos ha conducido a esta solución, es que ha funcionado la contumaz maquinaria mediática de orquestar un escándalo (¿dirigido?) previo en torno a la tarifa eléctrica y su subida, poco riguroso, engañoso, interesado y falaz, sobre los beneficios de las eléctricas o de determinadas tecnologías, con el fin de postergar nuevamente las decisiones que se deben tomar. En el camino, se ha quedado la credibilidad de la Comisión Nacional de Energía, el ataque al mercado eléctrico, la visión internacional que hemos difundido de retroceso y de país intervencionzota y un número importante de regresiones patológicas.

Por otra parte, parece que los mensajes que traslada el gobierno en materia de eficiencia económica y cambio climático, no son excesivamente coherentes con esta medida de revisión tarifaria. Energía gratis. Ese es el mensaje en toda su crudeza. Con lo cual, los usuarios pueden llegar a aprender a dormir con la luz encendida, porque pase lo que pase, en el mercado de la generación de electricidad o en las materias primas, a nivel internacional, nunca van a sufrir los rigores de los mayores precios. Como si fuéramos venezolanos, nuestro país tuviera petróleo y siguieramos un modelo chavista de control de precios..

Y, no solamente eso, con eso de la ‘tarifa social’ ya han entrado en funcionamiento la maquinaria de la tradicional picaresca nacional para identificar posibilidades de utilización indebida en ese ejercicio de ‘buenísimo’ del gobierno: dos viviendas, reducir potencia contratada. Serán los titulares de dos casas, los que más se puedan beneficiar de este nuevo modelo tarifario, dado que contarán con dos mínimos exentos. Por tanto, puede llegar a ser una tarifa ‘regresiva’, dirigida a las clases bipropietarias, lo cual será altamente paradójico. En todo caso, todo es fruto de la perversión del uso de la tarifa eléctrica para fines de política social cuyas herramientas son otras. A cambio, a los consumidores con tarifa nocturana se les ‘manipula’: se les dice que se amplía el horario de la discriminación tarifaria, pero sus facturas aumentarían teóricamente entre el 20 y el 70 % según estudia la CNE.

Más paradojas de esta tarifa es que es una formato que evita que los distintos miembros del Gobierno, de la Comisión Nacional de Energía tengan que hacer sus respectivas palinodias, en las que algunos han ido siempre con el pie cambiado. Es una solución que no es ni carne, ni pescado y las interpretaciones pueden ser para todos los gustos. Hay subida, si, pero poca. Hay ‘sensibilidad social’. Si, pero de aquella manera.

En la definición de esta nueva tarifa, todos hemos perdido algo. El gobierno, la nueva adminsitración energética, el Presidente del Gobierno, el Ministerio de Industria, el Ministerio de Economía, la Comisión Nacional de Energía, las empresas, el mercado, la ‘minoria creativa intervencionista’, las instituciones, los consumidores, la confusión en los mensajes que se trasladan dentro de la medida, la falta de sentido conjunto de país, el aparcamiento de los ajustes de comportamiento de los usuarios (incluso su interpretación indebida), el concepto de justicia social, el cambio climático, nuestra economía, nuestra credibilidad interior y exterior. Nuestro futuro. ¿Merece la pena?