Los economistas sensacionalistas y el informe de la discordia

El pasado viernes el diario Expansión publicaba un artículo titulado “El informe que destruye empleos renovables”. El artículo era una contestación a un informe que había sido elaborado/impulsado por el presidente del Instituto Juan de Mariana, Gabriel Calzada, con el apoyo de la Universidad Rey Juan Carlos titulado «Study of the effects on employment of public aid to renewable energy sources». Bien es cierto que el Informe ha tenido un importante calado internacional, sobre todo en Estados Unidos, lugar donde parece que era el destino original del mismo, con independencia de los daños colaterales que pudiera producir en España su publicación y difusión.

Primera aseveración, igual que hay jueces estrella, hay economistas sensacionalistas y varios temas relacionados con la energía prometen. Sobre todo en este momento en que determinadas afirmaciones simplificadas y empaquetadas en formato libro de aeropuerto van pasando de boca en boca y ganan eso que los expertos en internet llaman viralidad (decíos las cosas los unos a los otros y cread polémica, como si fuera un mandato bíblico). En este caso, le toca a un Informe que tenía, más o menos, como objetivo convertirse en una soflama contra el impulso de las energías renovables, y más concretamente contra las políticas seguidas en España en este campo.

El protagonista de este informe, Gabriel Calzada, estuvo incluso en horarios “prime time” en programas ‘talk-shows’ de la cadena ultraconservadora Fox. Hay que reconocer que, al menos, es curioso que un economista, responsable de un ‘think tank’ español, tenga una presencia en la política norteamericana tan amplía, extensa y repentina, si no estuviera perfectamente orquestado previamente. Se habla, por ello, de que el informe está auspiciado por un lobby muy importante ligado al partido republicano (lo cual no es bueno, ni malo, si al menos fuera algo razonable y equilibrado) y a posiciones cercanas a las empresas petrolíferas (que, por cierto, estarían muy interesadas en que la evolución previsible futura de precios del petróleo fuera más rápida y más intensa, gracias a que se mantenga la dependencia energética en el universo mundo). Por tanto, igual que hay lobbys de renovables, hay lobbys de petróleo y hay que explicar esta polémica, ubicada en USA, en estas claves.

Al parecer el efecto (dañino) ha tenido repercusión, porque las conclusiones de este informe parece que han llegado al entorno del presidente Barack Obama, de forma que las alusiones iniciales de su mandato a nuestro modeloenergético renovable se han desvanecido en la nueva Administración americana, tan impresionable por un informe tan demagógico, como poco solvente. Hay que reconocer que Obama es keynesiano, pero no ‘manirroto’ (como nos quieren hacer creer aquí) y, por tanto, ya ha articulado varias precauciones sobre la política española, con una cierta fama que le precede de generosa y “poco medida”.

El informe, en su sesgadez, cuestiona la política de apoyo a las energías renovables de nuestro país. Y, lo hace, con dos elementos: primero, la existencia de “subvenciones” en el modelo español. Algo que no es cierto: lo que han existido han sido primas de apoyo a estas tecnologías liquidadas contra la tarifa eléctrica pagadas por los usuarios. Alguien tendría que explicar la diferencia entre subvenciones, subsidios cruzados y transferencias a nuestros intelectuales económicos de cabecera. Es decir, la política interna de apoyo a las renovables que se ha articulado, se ha conformado sin precisar acudir a los Presupuestos Generales del Estado, es decir, al erario público, sin detraer recursos públicos. Eso es obvio y lo contrario es una falsedad.

El segundo elemento, recogiendo el mal extensivo a la nueva clase de profesionales de la economía, que desarrollan modelos, abstrayéndose de los datos para demostrar conclusiones previstas desde el principio (prejuicos), realiza una comparación de la intensidad de capital del sector de las energías renovables y su traducción en creación de empleo. Sobre esa cuestión, sobre esta simplificación “se monta” la que se monta, afirmando que cada empleo renovable destruye dos (por comparación de otros sectores y efecto expulsión de la inversión, al que aludiremos después).

También el Informe se olvida de los precios relativos de otras energías, materias primas, sin un buen conocimiento del mercado eléctrico español, además de utilizar en ocasiones datos desfasados en sus estudios. Para ser ultraliberal un análisis de mercados, de precios y de sensibilidad a la evolución del petróleo no estaría de más. Y, por ello, también debería analizar, cómo estas energías están logrando, poco a poco, acercarse a un escenario de competencia en el mercado, es decir, de no necesitar primas y participar con el resto de tecnologías en un entorno competido. Por tanto, el modelo se basa en promocionar una industria de generación cuyo destino es el mercado, reduciendo poco a poco su retribución, en función de ganancias en eficiencia y mejoras tecnológicas.

A partir de ahí, llega a varias conclusiones: la principal es que las renovables son caras, muy caras, comparativamente con el empleo que generan, en la medida que el capital instalado por empleo generado es excesivo comparativamente con otros sectores. Y, por tanto, “destruyen empleo”. El problema es que ese análisis en cualquier tipo de tecnología energética siempre saldrá así, dado que es un sector muy intensivo en capital. Además es un sector necesario en la economía; por lo tanto, le gusté o no al presidente del Instituto Juan de Mariana, será necesaria la existencia de sectores donde haya mucho capital instalado por empleo generado. Aquí y en USA.

En el análisis de si algo es caro o barato falta saber cuál sería la alternativa para que la producción renovable se hiciera con otras tecnologías basadas en combustibles fósiles y su efecto en los mercados de electricidad, estando bien diseñados. Seguramente hubiéramos asistido a precios muchos más altos en los mercados de generación de los que hemos tenido hasta el momento (y eso que ha habido fases de precios muy altos, justo cuando el petróleo estaba especialmente alto).

Segunda cuestión que lastra el Informe del presidente del Juan de Mariana es que es un ‘negacionista’ del cambio climático, por lo que se abstiene de las consideraciones medioambientales en su estudio y de los mercados y coste del carbono. Por tanto, toda la contaminación puede ser bienvenida. Además de utilizar datos parciales, algunos incluso desfasados o aseveraciones como el efecto “crowding out” (expulsión) del empleo realizado en otros sectores.

En todo caso, cabría advertir contra esta tendencia a la elaboración de Informes simplificados sobre temas complejos. Simplificar problemas complejos en aras de sacar conclusiones y prejuicios preestablecidos es un ejercicio peligroso y arriesgado y de consecuencias sobre la economía y el medio ambiente, que exigen más responsabilidad que el entregarse a determinados intereses, más o menos legítimos. Por tanto, los informes podrán tener “audiencia”, pero están inhabilitados para describir una realidad o sacar conclusiones. Y así, se hace un flaco favor al sector energético, a la economía española y a la sociedad.

Por cierto, y en la misma línea. Mañana hablaremos del Informe de la Fundación Ideas, que en sentido contrario, tampoco se queda corto, por lo que parece claro que es necesario reclamar serenidad, equilibrio y sentido común. Así, que en cuanto se haya informado un poco más, dado que tiene un equipo más riguroso que todas estas propuestas espurias que aparecen procedentes en nuestra ejecutoria patria, ¿qué pensará Obama de nuestros “economistas” y de sus informes?

Aquelarres, procesos elusivos y estratagemas contra la liberalización eléctrica

Sería momento de hacer un repaso a los modos de oposición a la última fase del proceso de liberalización pendiente en el sector eléctrico y de cómo se puedan apreciar desde un desconocimiento generalizado (real o intencionado), hasta posiciones y comportamientos como los que van apareciendo tanto en la escena partidista del ámbito político (la posición del principal partido político de la oposición, el Partido Popular, que inició el proceso de liberalización eléctrico en 1998), la intervención de los medios de comunicación o la posición de la Comisión Nacional de Energía conocida ayer a raíz del análisis de la metodología de la tarifa de último recurso.

Un ejemplo de esto último, es el que pudimos escuchar hace dos noches en la tertulia nocturna de la Cadena Ser, uncidos en este proceso de cambio en el sistema de tarifas hacia la liberalización, tan mal explicado. El hecho es que este tema fue incluido en plena tertulia nocturna del programa «Hora 25» y así, tras varios desabarres de la política diaria española, como el ponerse tetas, el avión del Presidente, el famoso caso Gürtel o los rifi-rafes de la campaña electoral, llegamos a la polémica de las tarifas de último recurso y de la posible subida asociada en clave de alarma según la posición del Partido Popular. Y, la forma en que se produjo el debate en las intervenciones de Emilio Contreras y Miguel Ángel Aguilar fue casi en forma de aquelarre.

Desde descalificaciones al proceso de liberalización, insidias referidas al reciente Real Decreto Ley y a la deuda tarifaria contraída en estos años y que debe ser financiada por decisiones políticas anteriores (en una reacción que hace pensar en la de aquél al que le recuerdan una deuda y se hace renuente al pago). Incluso, alguno de los contertulios, en ese afán por demediar el último Real Decreto Ley aprobado por el Gobierno para resolver esta cuestión (y por el Parlamento el jueves pasado, ¡con la abstención del grupo popular!), hizo notar que todavía está esperando la convalidación ¡ya cumplida!, lo que evidencia, primero, el grado de conocimiento del tema en cuestión.

Y, alguno, en concreto, en referencia a la tarifa social, también rebajó ostensiblemente el porcentaje de consumidores beneficiados por la tarifa social (mecanismo para no trasladar la subida a determinados colectivos y que sufragan las propias eléctricas, no el Presupuesto del Estado, siendo una decisión de política fiscal) de forma que 3 millones (posibles beneficiarios), sobre 25 millones de consumidores, se transformó en un error aritmético a la hora de calcular los porcentajes, exagerada y casualmente a la baja, escondiendo que el Gobierno ha buscado en esto un espacio transitorio razonable a tres años, incluyendo mecanismos para evitar que los consumidores más vulnerables se vean afectados por las subidas.

Por su parte, la CNE afirma que hay poco tiempo para la aplicación de las tarifas de último recurso y para gestionar el proceso de cambio de suministrador. Seguramente sea una afirmación correcta, y seguramente haya sido un proceso poco informado, como afirman y señalan las asociaciones de consumidores. Siendo correcta, no tiene por qué ser cierta o, mejor dicho, no tener una parte falaz o saducea a la luz de la coherencia de la actuación pasada o de cómo el organismo no ha salido precisamente a cuerpo limpio defendiendo la liberalización y explicando las consecuencias del déficit de tarifa para los consumidores (más bien tomando posturas pintorescas en todo el proceso). De hecho, a lo que estamos asistiendo es la última fase de reacción a la derrota de las posiciones contrarias a la liberalización.

Pero, por ello, hay que señalar que parte del problema han sido los retrasos y demoras que se han acumulado derivados de las intervenciones mefistofélicas en todo este proceso, inclusive en la resolución del déficit tarifario acumulado, el fracaso de la CNE en la financiación y la necesidad de actuar con responsabilidad económica, gestora y de gobierno en todo el problema. Por ello, si hacen repaso del compartamiento del órgano regulador podrán comprobar que éste se ha comportado como el Tendido 7 de Las Ventas en el proceso de liberalización, aportando más bien poco y removiendo a través de las corrientes ocultas más retroprogresivas el cotarro alrededor del mismo (en lo que se ve y en lo que se ha venido conociendo, incluyendo la secreta ambición y los teje manejes para que se revocase el Real Decreto Ley 6/2009 en el Congreso). Por tanto, es razonable que nos tengamos que acercar al momento de la verdad en la liberalización y hacerlo. Por tanto, hoy sería impropia otra estratagema más para demorar el proceso de liberalización, sobre todo habiendo sido freno y resabio hasta el momento. En fin, ayer tuvo que ser aquello otro aquelarre.

Este sería el momento de plantearnos con mayor visión y contexto lo que está pasando, porque puede ser que estemos en un bucle. Tendríamos que entrenar más el pensamiento positivo, colectivo y constructivo: cómo hacer para que nuestro país transite a la liberalización del sector eléctrico, de forma que, en el marco de un modelo competitivo y de mercado en generación y comercialización, se transmitan señales de precio para la eficiencia energética y para la inversión. Además de defender el modelo de liberalización que data de 1998 y que el propio partido que lo realizó ahora no lo entiende.

En términos de lectura política, podemos señalar también el interés del pase a navaja al ministro Miguel Sebastián a cuenta de la energía eléctrica y del proceso de liberalización, sobre todo si podemos identificar sus inductores. Tampoco tiene mucho sentido esta batalla que se libra, se alimenta y se suministra entre este colectivo de retroprogresivos contrarios a la liberalización y sus terminaciones, si no es por el hecho de cómo se revuelven de manera oculta ante estas decisiones de política energética.

Por tanto, no es momento de continuar la inflamación a la opinión pública o la utilización de los consumidores con otros fines. Se requiere un análisis serio y riguroso, un trabajo directo para finalizar el proceso de liberalización, de informar a los consumidores y a la sociedad sin descanso sobre la liberalización y sus efectos, sobre el papel de la comercialización, concienciar sobre los costes energéticos y su realidad (y de que no somos venezolanos), no amarrarse al pasado protector, intervencionista e involucionista, promover y aumentar la competencia en la comercialización para que haya oferta y un mercado de este tipo a medio plazo y pensar en un mix de generación razonable a medio plazo que combine requisitos medioambientales y económicos.

Así estaríamos centrados en lo que hay que hacer y reformar, y no perdidos en cuestionamientos y debates trasnochados, modelo años 60, que no conducen a nada, en conductas de los órganos reguladores que no asumen el proceso de liberalización que proviene de nuestro marco legal español y europeo. Todas estas reacciones, más o menos dispersas, se realimentan y tienen un origen común y, claramente, reactivo. Otra vez más, otro aquelarre. Probablemente sea la última trinchera. Que pase pronto.

Del revuelo sobre la comercialización y las nuevas tarifas

Todos los cambios tienen sus procesos de soportes y resistencias, movimientos de ida y de vuelta, en un reflejo de la dialéctica y de comportamiento de los agentes que participan en el cambio. Si nos atenemos al revuelo causado por el siguiente hito en el proceso de la liberalización eléctrica, es decir, por la elección de comercializador por parte de los consumidores y la implantación de las tarifas de último recurso, podemos volver a encontrar movimientos y comportamientos recurrentes.

Sobre todo porque todavía tiene nuevos pasos a la vista, y próximos, y porque el destino de ello debería ser que existiera un conjunto de ofertas competitivas para los consumidores de electricidad, con el techo de una tarifa máxima o de último recurso. Es decir, que pasáramos a un mercado de los kilowatios semejante a las telecomunicaciones, en que uno puede encontrar para el ADSL ofertas más baratas que las que fija de referencia la CMT. Todo con la pequeña salvedad de que todavía no se está pagando la electricidad a sus costes reales.

Una cuestión que requiere su propio análisis es el efecto informativo o desinformativo que existe al respecto, causa y origen del revuelo de estos días. En este sentido, los resultados de la encuesta elaborada por CEACCU vienen a confirmar el desconocimiento de los consumidores españoles de muchas cuestiones.

Para empezar, tendrán que elegir un comercializador, con las implicaciones que ello tiene. Pero también, con el conocimiento del problema del déficit tarifario y la tendencia a las soluciones mágicas: que sean las empresas quienes reduzcan beneficios o que lo pague el gobierno. A cambio hay que reconocer que los procesos informativos, más transparentes que se están dando para otros procesos de transformación de la economía y de la sociedad, como por ejemplo la implantación de la Televisión Digital Terrestre, han sido mucho más generalizados y extensivos (hoy todo el mundo conoce que habrá un apagón de la señal analógica y que tiene que adaptar sus antenas y televisores).

El hecho es que nadie le ha planteado con claridad a los consumidores españoles la cuestión de que, hasta el momento, venían pagando la electricidad a precios menores que los que se derivaban de los costes de su proceso de producción, transporte, distribución y comercialización.

También es de recibo, tener en cuenta el papel esperable de los comercializadores en la electricidad a medio plazo y el de las tarifas de último recurso que necesariamente deben ser topes, sobre el cual tienen que existir reducciones de precios, mejores ofertas, competencia y mercado (que, por cierto, ha sido la manera en que se han abaratado las telecomunicaciones). Estando acostumbrados al pensamiento único y a la tarifa regulada, es por ello difícil de entender por quienes no comprenden que la economía de las sociedades libres y democráticas se organiza en mercados, sobre los cuáles no hay que intervenir.

A cambio de eso, desde los sectores más inmovilistas y retroprogresivos relacionados con la energía, se ha tratado de poner palos en las ruedas (o robar los neumáticos directamente) al proceso de liberalización: cuestionando las dinámicas y los procesos de mercado, saboteando la resolución de los problemas acumulados y el tránsito a un modelo que perfeccione la liberalización en el sector eléctrico. Todo para defender un modelo de tarifas ineficiente desde el punto de vista competitivo, económico, financiero y medioambiental.

Hay que recordar que el mercado es la forma más eficiente de asignación de recursos, frente a la intervención, la planificación u otros mecanismos basados en la retribución en función de costes reconocidos, famosa teoría del Informe de Costes y Precios (y, por ende, de control de rentas) por tecnologías de un bien indiferenciado como es el kilowatio y no visión conjunta del mercado eléctrico que ha permitido una importante expansión de la oferta y capacidad excedentaria en materia de generación (lo que aumenta la competencia y favorece los precios bajos y generales para todos). Como en todos los mercados.

Por tanto, además de la influencia de los modelos tardofranquistas/falangistas (con su sentido particular de la justicia distributiva y su visión enfermiza de las empresas), una suma de errores políticos pasados (tarifas bajas artificialmente) acumulados durante los momentos de nuestro auge económico, en que los españoles consumían mucha más electricidad dado que no conocían los precios reales (y a la vez eran capaces de pagar mucho más por los bienes inmuebles).

Así, sus autoridades políticas habían decidido no trasladar el coste de la energía en un acto de benevolencia, paternalismo o cobardía política continuada. O de ideología (selectiva) dado que, como no se podía intervenir en los precios de lo inmobiliario, se podía intervenir el precio de la energía de forma que los españoles se pudieran gastar su renta disponible en pisos, por ejemplo, como se ha hecho toda la vida de Dios. Esto ha devenido en la existencia de cantidades enormes de déficit tarifario (cantidad no pagada por los consumidores en la tarifa y que o se financiaba después en cómodos plazos, eso sí, crecientes).

Si unimos a esto, la falta de conocimiento económico generalizado, la ausencia de cultura económica, de funcionamiento de los mercados y de la competencia incluso de los teóricos sectores más liberales, junto con una oposición mareada y descentrada (el Partido Popular se une al incendio de la gripe AH1N1 con las amenazas del 30 % en el crecimiento de la tarifa eléctrica en un ejercicio demagógico de interpretación de la realidad), vemos cómo se intenta sacar rédito político o electoral de un proceso que además de inevitable, si se hace bien (como se debe hacer, fuera de partidisimos y de componentes ideológicos), puede ser en el medio plazo beneficioso para el consumidor español y para la economía en general.

Coacción a un gobierno

Ayer tuvo lugar en el Parlamento la convalidación del Real Decreto Ley 6/2009, cuestión que, si no hubiera sido por esa marea interna ideológica que tiene desgraciadamente el sector eléctrico, debería haber pasado de una forma natural por la sede parlamentaria como, en efecto, ocurrió finalmente, tras los intentos de “afear” “in extremis” este acuerdo al Gobierno. Acuerdo que supondrá, en primer lugar, la posibilidad de que se financie la deuda acumulada con las empresas (derivada de la insuficiencia tarifaria, seguida y sostenida en estos últimos años y que deterioraba la situación económica e inversora del sector) y que las compañías asuman varias partidas de la factura eléctrica actual, además del bono social. No contentos con esta “quita”, el colectivo de retroprogesivos (intelectuales vinculados al sector energético, propensos al Antiguo Régimen y contrarios a la liberalización de los mercados) ha venido manifestando su total disconformidad con este acuerdo, por distintas vías indirectas y preferentemente a través de algún medio de comunicación.

Los retroprogresivos (tendido 7 del sector energético, apostados en gran medida en la CNE, órgano convertido en algo inservible y anacrónico), están hoy enfrentados claramente y significativamente al Gobierno y al Ministerio de Industria, a la realidad vigente y a la construcción de los mercados de la energía en toda Europa. Hoy libran sus últimas batallitas contra la liberalización y la regulación europea y son el último reducto del intervencionismo, de la tentación a la expropiación y al chavismo económico en el sector energético. Son contrarios al mercado eléctrico (y, en el fondo, a todos los mercados), con una visión distorsionada de las empresas. Pero esta visión cuenta con un “pequeño defecto de fábrica”: que España es un país con gran dependencia exterior y sin fuentes de energía propia, con lo cual todas las medidas intervencionistas se convierten en toreo de salón o saltan por otro lado. ¿Cómo conciliar esa situación estructural y sofocar los precios de la energía para los consumidores? A través de un intervencionismo, del control de precios por vía administrativa, de la inseguridad jurídica y regulatoria, de la consideración del sector empresarial como “entes” domeñables, derivados de la actuación pública de cada momento. La solución, el franquismo en el que hasta las empresas formaban parte del “aparato”, la autarquía, el Marco Legal Estable, el saqueo a los mercados por mecanismos arbitrarios, más o menos ocurrentes y la oposición a cualquier cosa que recoja el funcionamiento de una economía avanzada y liberalizada con una regulación razonable y eficiente. En eso tuvieron la inestimable colaboración del anterior equipo ministerial, con Clos y Nieto a la cabeza.

Por ello, ayer un medio de comunicación se hacía eco de una noticia expresada de forma muy malévola: la existencia de supuestas presiones de las empresas eléctricas a los grupos parlamentarios popular y del PNV, a efectos de garantizar la aprobación de este Real Decreto Ley, evidenciando, en realidad, la presión que, de facto, se ejercía con una noticia así, difundida en estos términos y a través de aquel medio de comunicación al Grupo Socialista, al Ministerio de Industria y al propio Gobierno.

Todo ello instado por mecanismos habituales en las correas de transmisión, promovido desde instancias retroprogresivas que han ido apareciendo en todas las fases de negociación de este acuerdo y, ahora, en su convalidación parlamentaria. Por eso, siempre que había un acuerdo listo entre Gobierno y empresas para solucionar la pandemia del déficit tarifario, inmediatamente se saboteaba: se conseguía que se filtrara y destazara, utilizando siempre el argumento nefando de lo “empresarial” que tan buen rédito da (el concepto empresarial demonizado en términos de ideología pseudomarxista-pseudofalangista) y de la existencia de trasfondo y actuación de “lobbys” perversos.

Manejo de los hilos, mecanismos propios del trostkismo aprendido en el franquismo (eso sí que es opaco): algo tormentoso, oculto y truculento que, de pronto y casualmente, aparece en escena a través de los medios de comunicación y que busca provocar con la manipulación de los titulares a la opinión pública. Véanlo, es la misma técnica que, de vez en cuando, reverdece en la campaña antinuclear (maletines que se pierden con cargas radiactivas y situaciones propias de películas de James Bond). De todas formas, síganles. Son inconfundibles. Ayer, incluso, seguro que habría esperanzas, en plan ‘hooligan’, a ver si el Ministro de Industria, Miguel Sebastián y el Gobierno doblaban la rodilla y no conseguían convalidar este Real Decreto Ley. Son los últimos estertores e intentonas de este colectivo en el que se mascaba la expectación de la postrera oportunidad para evitar la liberalización y seguir trajinando.

En ese ámbito es en el que hay que colocar la posición de este colectivo a otro Real Decreto Ley, el R.D. 11/2008 (éste sí impresentable) que consistía en la detracción de los derechos de CO2 distribuidos gratuitamente a las eléctricas (y a otros nueve sectores a los que no se les detraía nada), para reducir el montante de la factura eléctrica. Impresentable, porque un Secretario General consiguió que un Parlamento refrendase una actuación, con dudas sobre su legalidad a nivel europeo, por la vía de la disciplina de partido (con abstención de la oposición, recordémoslo).

En todo caso, este Real Decreto Ley convalidado ayer ha transparentado, por fin, la situación de deuda tarifaria generada, entre las tarifas y los costes del transporte, distribución y generación, calculados con unos mercados transparentes y que trasladan perfectamente la situación de oferta y demanda y precios de materias primas (miren ahora, por ejemplo). Deuda tarifaria generada por decisiones políticas erróneas: no subir tarifas eléctricas a los ciudadanos a cambio de crear una deuda a plazo y pagarla más tarde. Deuda que precisaba aval del Estado y un mecanismo de recuperación razonable. Decisiones que se producían, incomprensiblemente, en tiempos de bonanza y expansión que, por dejadez política, falta de convicción en el mercado de responsables políticos anteriores, incluso por la influencia de sectores intervencionistas que generaban una secreta esperanza en alguna actuación mágica detractora que lo extinguiera, hay que afrontar hoy en momentos de crisis.

Por ello, en todo el proceso que desata el Real Decreto, ahora toca que el mecanismo para su titulización y financiación sea completamente transparente, eficiente para los consumidores: es decir, que el coste sea bajo en términos de gastos financieros. Y, por otra parte, que se normalice el funcionamiento del sector hacia una liberalización y la desaparición completa del déficit, en un escenario de seguridad jurídica y estabilidad regulatoria. Tocaría, lógicamente, la promoción de un sector de comercialización y de unas tarifas que permitan generar una fuerte competencia en los mercados.

En este medio hemos señalado, los aciertos y lo que consideramos los errores de este Real Decreto Ley. Y, evidentemente, como nudo gordiano, la resolución del déficit tarifario, su calendarización, extinción y su financiación, es un acierto y una necesidad para nuestro sector energético, en la medida que se ha buscado una alternativa al desastre de las subastas de la CNE, con el necesario respaldo público.

En el campo contrario, la regulación del Registro de Preasignación, que aplica la técnica del electroshock, aplicando los electrodos al sector de las renovables (nunca mejor dicho) para controlar la factura de la electricidad y los costes a soportar en términos de primas. Esperemos que en el desarrollo posterior, se pueda mejorar y afinar esta regulación, realizada ‘ad limitum”. Del mismo modo, la involución hacia el monopolio en la red de transporte gasista a favor de Enagás, en el mismo sentido que la configuración de REE como transportista único, no es tampoco una buena noticia y también es una herencia retroprogresiva.

Por tanto, valoración positiva general y división de opiniones y matices en aspectos particulares de este Real Decreto Ley. Pero de ahí a volver al esperpento del intervencionismo, hay un gran trecho.

Achique de espacios

Ayer podíamos conocer cómo la caída de la demanda asociada a la crisis obligaba a parar los parques eólicos. Se trata de una cuestión que ya anticipamos en Energía Diario y que definimos como cambio de marco, de “frame” en el sector energético español, dada la magnitud que este fenómeno está alcanzando. Los últimos datos, confirman una caída al mes de abril del 13,4% y una reducción de la demanda en horas valle (nocturnas) de 23.000 a 20.000 MW.

Caída de demanda que está asociada a unos precios muy bajos en el mercado de generación (en muchos momentos cuestionado, pero que, en la medida que refleja en la formación de precios los aspectos de oferta, demanda y costes, se confirma como mecanismo eficaz y eficiente de asignación de recursos).

En sentido figurado, podemos denominar a este fenómeno, con todas sus manifestaciones y consecuencias, con una denominación de estrategia futbolística que el que fuera ex entrenador del Barça, César Luis Menotti (ahora que están de moda), señalaba como achique de espacios. Esta estrategia consistía en la utilización de las líneas defensivas muy por delante (subían mucho, en el argot, hasta estar muy próximas de la línea medular del terreno de juego), para provocar fueras de juego. Empezamos a ver la existencia de “fueras de juego” en la generación eléctrica.

Lo primero que tenemos que señalar es que parece que esta caída de la demanda ha llegado para quedarse. Las estimaciones más optimistas señalan que la recuperación de la demanda de electricidad no se producirá, como pronto, al menos en dos años. Por tanto, no nos encontramos solamente ante una cuestión que podríamos denominar “coyuntural”. Si esto fuera poco, estábamos acostumbrados a unos fuertes incrementos de la demanda que permitían aprovechar fuertemente la capacidad instalada, sea cual sea la tecnología de generación y sus costes. Por tanto, nos encontramos ante unas perspectivas y planificaciones construidas con una economía creciendo por encima del tres por ciento del PIB y con una demanda energética por encima del 2,5. Lo que demuestra que cualquier tiempo pasado fue anterior y que, como figura en los prospectos de los productos financieros, rentabilidades presentes no aseguran rentabilidades futuras.

Segunda consecuencia: la bajada de precios del mercado de generación (y de las materias primas) cambia los “precios relativos” entre las tecnologías. En consecuencia, en este período se van a producir reacciones lógicas y comportamientos a la vista de este escenario desde los distintos agentes económicos, incluyendo empresas, consumidores y administración. ¿Qué va a pasar con las tecnologías más caras ante un exceso de capacidad? ¿Por qué no se concluye la regulación de la retribución gestión de la disponibilidad? La respuesta es sencilla: porque hay exceso de capacidad.

En términos de inversión, seguramente que asistimos a la paralización de los procesos de inversión y la necesidad de rentabilizar el mix de generación. Por tanto, la batalla de las tecnologías por cubrir la demanda (decreciente) está servida y, detrás, seguramente otros intereses vinculados a los precios y suministro de las materias primas, empleo, financiación etc. ¿Cómo construir un nuevo escenario de primas para las renovables y de aumento de capacidad por tecnologías si la tarta se reduce? ¿Cómo conciliar la necesidad de asegurar la incorporación de la producción del régimen especial en el sistema, garantizando a la vez el funcionamiento de las centrales de carga base, térmicas y nucleares, cuya desconexión es muy compleja por cuestiones logísticas y de seguridad, en un escenario de demanda insuficiente?

Se trata de preguntas que no se pueden resolver acudiendo al pensamiento mágico: a los planes de futuro (de plazo incierto), a cambios de modelo que surtirán efecto en el medio y largo plazo, la regulación de oferta y demanda a través de la recarga nocturna de vehículos eléctricos, la extensión de los contadores inteligentes (casi en fase de prototipo), etc… Soluciones, en teoría más a corto plazo, serían las relacionadas con mejorar la capacidad de exportación de electricidad a través de las interconexiones, pero de eso (algo no tan viable como parece) hablaremos otro día.

El hecho es que empiezan a “pitarse” fueras de juego a los excesos de capacidad y habrá que cambiar el estilo de juego.

La política de los “brotes verdes” y la energía

La Ministra de Economía, Elena Salgado, y la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, escenificaron hace unos días una rueda de prensa “a pachas”, modelo plató, en la que exhibieron su confianza en la aparición de los primeros síntomas de recuperación de la economía española. Salgado los definió como “brotes verdes”, en esta bien entrada primavera metereológica y parece ser que el propio Presidente del Gobierno los ve también y, además, acusa a los demás de agoreros y gafes por no convencidos o críticos por no verlos. Son los primeros destellos de la precampaña electoral a las Elecciones Europeas. Los esfuerzos fútiles de gasto público practicados por el gobierno hasta el momento de manera sistemática y poco selectiva (keynesianismo más allá del keynesianismo, keynesianismo “a la pata la llana” o a go go) deberían dar los primeros resultados y que así se domesticara esta tendencia al precipicio.

La osadía, además de llenar las páginas de los periódicos y las opiniones de los columnistas, ha sonrojado a muchos cercanos al propio gobierno y al mundo económico en particular. En privado, en el propio PSOE se reconoce un nivel muy alto de crítica hacia el actual equipo económico y hacia su líder actual, atemperado por la situación del principal partido de la oposición. Días más tarde, la Comisión Europea hacia público un informe muy duro con toda Europa, en general; más duro con algunos países en concreto como Irlanda, y en el que España, en particular, salía bastante peor parada que la media europea. De esa personalización banal de la culpabilización de la realidad, el Comisario Joaquín Almunia, casi vetado en los entornos presidenciales, volvía a reverdecer.

Pero centrémonos en el caso de la energía, porque esta crisis todavía no arroja “brotes verdes”, sino todo lo contrario. Sobre todo porque el consumo energético es el indicador más relevante de lo que ocurre en la actividad económica. La caída de la demanda de energía es de las más importantes que se recuerda y, probablemente, va a definir un “nuevo frame”, un nuevo marco para el sector durante mucho tiempo. Caídas del 13,46 % del consumo de electricidad internanual al mes de abril, caídas de la demanda gasista y caídas en el consumo de los consumidores industriales del 20 % pueden dar idea de la magnitud de la crisis que nos estamos encontrando. Las cifras son de escalofrío, de forma que, según se anticipa, para alcanzar la demanda a la que se llegó el año pasado tendremos que esperar unos cuatro años. Por lo tanto, también es hora de un ajuste en el sector energético.

Según se ha podido saber, Red Eléctrica de España ya lo ha incorporado en su planificación y empezamos a conocer cómo el Ministerio de Industria podría reducir las inversiones de los dos operadores de transporte gasista y eléctrico, REE y Enagás, en coherencia con estas nuevas previsiones. ¿Qué puede ocurrir con todas esas inversiones energéticas pensadas en tiempo de bonanza, de crecimiento al 3 % de la economía española y del 2,6 % de crecimiento de la demanda eléctrica? ¿Tenemos en cuenta que estas inversiones encarecerán los precios de la electricidad (no olvidemos que las infraestructuras de los transportistas se remuneran, se usen o no, y se pagan en la tarifa sean necesarias o no)? ¿Qué puede pasar con esa capacidad excedentaria de estas instalaciones? ¿Cuál puede ser el futuro de esa promesa política que es El Musel, junto con más gaseoductos e interconexiones, que la harían doblemente inútil? ¿Cómo puede ser que los operadores de transporte señalen, como anticipó Antonio Llardén en una rueda de prensa, que la ejecución de sus inversiones pueden contribuir a salir de la crisis, si no hay demanda que lo pague? ¿No se verán afectadas por lo que está pasando? ¿Quién paga todo eso? ¿Qué puede ocurrir si se cumple que saldremos más tarde y peor de esta crisis que el resto de países europeos?

Más efectos y configuración de este marco para el sector energético: caída de precios de la energía y las materias primas, resultado directo como consecuencia de esta crisis de demanda. De hecho, hoy encontramos precios muy bajos en los mercados mayoristas, donde la competencia en el mercado de generación se ampliará y la capacidad sobrante es creciente (de hecho, hoy sigue sin regularse la remuneración de la disponibilidad, por algo será). Y también, en consecuencia, esto se traduce en una reducción de la actividad de las empresas y de sus resultados. Del mismo modo, podemos atisbar cómo de cara a la planificación de la generación futura se encarnizará la lucha entre las distintas tecnologías del mix español. Más asuntos: volverá el debate de las primas a las energías renovables, como ya ha insinuado o filtrado algún medio de comunicación (veremos con qué alcance o efectos).

En tanto, el Ministro de Industria, experto en macroeconomía, hombre que proviene del mundo financiero y que conoce en mayor medida que el resto del Ejecutivo actual los mecanismos económicos de esta crisis, seguramente que no pronunciará en mucho tiempo una frase que contenga “brotes verdes”, con independencia de que lo fácil sería, en una pirueta política, en un guiño al jefe, unirlo al desarrollo de las energías renovables con la futura ley del ramo en la mano, lista para su presentación pública. Seguramente que se guardará mucho de proferir estos dos vocablos, sustantivo y adjetivo.

Brotes verdes.

La política de los “brotes verdes” y la energía

La Ministra de Economía, Elena Salgado, y la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, escenificaron hace unos días una rueda de prensa “a pachas”, modelo plató, en la que exhibieron su confianza en la aparición de los primeros síntomas de recuperación de la economía española. Salgado los definió como “brotes verdes”, en esta bien entrada primavera metereológica y parece ser que el propio Presidente del Gobierno los ve también y, además, acusa a los demás de agoreros y gafes por no convencidos o críticos por no verlos. Son los primeros destellos de la precampaña electoral a las Elecciones Europeas. Los esfuerzos fútiles de gasto público practicados por el gobierno hasta el momento de manera sistemática y poco selectiva (keynesianismo más allá del keynesianismo, keynesianismo “a la pata la llana” o a go go) deberían dar los primeros resultados y que así se domesticara esta tendencia al precipicio.

La osadía, además de llenar las páginas de los periódicos y las opiniones de los columnistas, ha sonrojado a muchos cercanos al propio gobierno y al mundo económico en particular. En privado, en el propio PSOE se reconoce un nivel muy alto de crítica hacia el actual equipo económico y hacia su líder actual, atemperado por la situación del principal partido de la oposición. Días más tarde, la Comisión Europea hacia público un informe muy duro con toda Europa, en general; más duro con algunos países en concreto como Irlanda, y en el que España, en particular, salía bastante peor parada que la media europea. De esa personalización banal de la culpabilización de la realidad, el Comisario Joaquín Almunia, casi vetado en los entornos presidenciales, volvía a reverdecer.

Pero centrémonos en el caso de la energía, porque esta crisis todavía no arroja “brotes verdes”, sino todo lo contrario. Sobre todo porque el consumo energético es el indicador más relevante de lo que ocurre en la actividad económica. La caída de la demanda de energía es de las más importantes que se recuerda y, probablemente, va a definir un “nuevo frame”, un nuevo marco para el sector durante mucho tiempo. Caídas del 13,46 % del consumo de electricidad internanual al mes de abril, caídas de la demanda gasista y caídas en el consumo de los consumidores industriales del 20 % pueden dar idea de la magnitud de la crisis que nos estamos encontrando. Las cifras son de escalofrío, de forma que, según se anticipa, para alcanzar la demanda a la que se llegó el año pasado tendremos que esperar unos cuatro años. Por lo tanto, también es hora de un ajuste en el sector energético.

Según se ha podido saber, Red Eléctrica de España ya lo ha incorporado en su planificación y empezamos a conocer cómo el Ministerio de Industria podría reducir las inversiones de los dos operadores de transporte gasista y eléctrico, REE y Enagás, en coherencia con estas nuevas previsiones. ¿Qué puede ocurrir con todas esas inversiones energéticas pensadas en tiempo de bonanza, de crecimiento al 3 % de la economía española y del 2,6 % de crecimiento de la demanda eléctrica? ¿Tenemos en cuenta que estas inversiones encarecerán los precios de la electricidad (no olvidemos que las infraestructuras de los transportistas se remuneran, se usen o no, y se pagan en la tarifa sean necesarias o no)? ¿Qué puede pasar con esa capacidad excedentaria de estas instalaciones? ¿Cuál puede ser el futuro de esa promesa política que es El Musel, junto con más gaseoductos e interconexiones, que la harían doblemente inútil? ¿Cómo puede ser que los operadores de transporte señalen, como anticipó Antonio Llardén en una rueda de prensa, que la ejecución de sus inversiones pueden contribuir a salir de la crisis, si no hay demanda que lo pague? ¿No se verán afectadas por lo que está pasando? ¿Quién paga todo eso? ¿Qué puede ocurrir si se cumple que saldremos más tarde y peor de esta crisis que el resto de países europeos?

Más efectos y configuración de este marco para el sector energético: caída de precios de la energía y las materias primas, resultado directo como consecuencia de esta crisis de demanda. De hecho, hoy encontramos precios muy bajos en los mercados mayoristas, donde la competencia en el mercado de generación se ampliará y la capacidad sobrante es creciente (de hecho, hoy sigue sin regularse la remuneración de la disponibilidad, por algo será). Y también, en consecuencia, esto se traduce en una reducción de la actividad de las empresas y de sus resultados. Del mismo modo, podemos atisbar cómo de cara a la planificación de la generación futura se encarnizará la lucha entre las distintas tecnologías del mix español. Más asuntos: volverá el debate de las primas a las energías renovables, como ya ha insinuado o filtrado algún medio de comunicación (veremos con qué alcance o efectos).

En tanto, el Ministro de Industria, experto en macroeconomía, hombre que proviene del mundo financiero y que conoce en mayor medida que el resto del Ejecutivo actual los mecanismos económicos de esta crisis, seguramente que no pronunciará en mucho tiempo una frase que contenga “brotes verdes”, con independencia de que lo fácil sería, en una pirueta política, en un guiño al jefe, unirlo al desarrollo de las energías renovables con la futura ley del ramo en la mano, lista para su presentación pública. Seguramente que se guardará mucho de proferir estos dos vocablos, sustantivo y adjetivo.

Brotes verdes.

Hacia la normalización del sector eléctrico

La promulgación del R.D.-Ley 6/2009 por el que se adoptan determinadas medidas en el sector energético y se aprueba el bono social, junto con la aprobación del R.D. 485/2009 en el que se regula la puesta en marcha del suministro de último recurso, configuran dos normas que permiten, en el primer caso, resolver problemas generados en el pasado más reciente (y no sólo el déficit tarifario, como veremos más adelante) y abordar un escenario de avance en la liberalización del sector, en el segundo.

Cuando decimos que estas dos normas no sólo resuelven, en un modelo latino (es decir con gradualidad, transitoriedad y plazos) la cuestión del déficit tarifario, podemos señalar también cómo aborda, quizás, otra cosa de enorme gravedad: la situación de precariedad regulatoria heredada de la etapa Clos-Nieto, caracterizada por una regulación muy arriesgada, improvisada, atrabiliaria y espasmódica, conformadora de medidas que han generado una fuerte inseguridad jurídica, una falta de estabilidad regulatoria, el olvido de las condiciones empresariales y financieras del sector, incluyendo la tendencia a cuestionar el funcionamiento del mercado y del propio modelo de liberalización. Si bien, todo lo roto no se ha arreglado, sí que se han enviado señales muy claras de cambio de rumbo.

En todo caso, se había llegado a una situación impropia de un sector que necesita fuertes inversiones para que cumpla su misión de suministro de electricidad a ciudadanos y empresas. Por tanto, las soluciones y medidas recogidas en estas normas podríamos decir que hubieran sido impensables hace año y medio, con independencia de que fueran sus creadores políticos los propios responsables de su solución. El hecho es que el déficit tarifario como criatura prometeica estaba concebido en ese momento y por determinados apoyos “intelectuales retroprogresivos” como algo solucionable con un “golpe de Estado” regulatorio, al que estábamos acostumbrados de manera inexplicable. Por tanto, no era en sí un problema que tuviera el recurso de la arbitrariedad. Por eso, el de qué venimos es importante, porque no solamente había creado el problema, sino que era parte del problema.

En ese proceso, hay que señalar que se habían producido fuertes regresiones en el proceso de liberalización del sector, medidas como las emisiones primarias de energía con poco sentido incluso desde su finalidad presunta o, directamente, movimientos expropiatorios de dudosa estofa y menos garantía jurídica como la detracción de derechos de emisión (que acabarían mal en la esfera judicial). El caso, es que el rosario de procesos judiciales embalsado y con no muy buenas perspectivas para el regulador tenía toda la pinta de que empezaba su deshielo y las sentencias negativas inspiradas en las posiciones más intervencionistas del sector (el intervencionismo es la negación del estado de derecho). Industria, en este caso, ha optado por la solución menos heterodoxa, no por la solución más ortodoxa, ya que la ortodoxia pura existe, pero no es posible o no es razonable. Por tanto, este Real Decreto-Ley con la derogación del famoso R.D. 11/2007 acaba con los atisbos y las insinuaciones de persistencia en una medida disparatada judicialmente.

En segundo lugar y cuando decimos que el escenario permite abordar un avance en la liberalización real del sector, quiere decirse que con estas medidas se configura una caja de herramientas más o menos suficientes y, al mismo tiempo, susceptible de mejora y de buen uso, cosa que se confirmará con los próximos pasos de Industria. Por ejemplo, es necesario resolver la capacidad de que las actuales distribuidoras puedan ejercer de comercializadores de último recurso, que vayan subiendo tarifas de acceso y peajes, de forma que se reconozcan los precios reales y al mismo tiempo que la tarifa de último recurso sea completa (aditiva) para que puedan existir ofertas y competencia para los clientes. Quizá habría que señalar que el escenario de avance en la liberalización no es tan intenso, ambicioso o rápido como cabía prever, pero supone cierta inflexión en la tendencia que mostraba el anterior equipo contra el modelo de liberalización que prevé la directiva europea y sus continuos esfuerzos por zafarse de ello.

Por ese motivo, la semana que viene analizaremos y recogeremos las reacciones a este Real Decreto, pero podemos señalar que, en general, es una medida que conduce a normalizar una situación artificialmente anómala, inflada por las malas prácticas regulatorias precedentes. También analizaremos otras cuestiones como los registros de preasignación o el bono social, que son cuestiones también abiertas con esta normativa encima de la mesa.

Hasta ahí es una buena noticia, la conformación que se haga de la tarifa de último recurso, el impulso a la comercialización y de la competencia dictarán el avance liberalizador y su plazo que, en todo caso, no parece que sea corto. Por ello, hay que valorar positivamente este avance y el que las posiciones intervencionistas finalmente hayan sido soslayadas. Lo que viene ahora es gestión y la tendencia hacia esa normalización apuntada ahora. Paciencia y barajar.

Hacia la normalización del sector eléctrico

La promulgación del R.D.-Ley 6/2009 por el que se adoptan determinadas medidas en el sector energético y se aprueba el bono social, junto con la aprobación del R.D. 485/2009 en el que se regula la puesta en marcha del suministro de último recurso, configuran dos normas que permiten, en el primer caso, resolver problemas generados en el pasado más reciente (y no sólo el déficit tarifario, como veremos más adelante) y abordar un escenario de avance en la liberalización del sector, en el segundo.

Cuando decimos que estas dos normas no sólo resuelven, en un modelo latino (es decir con gradualidad, transitoriedad y plazos) la cuestión del déficit tarifario, podemos señalar también cómo aborda, quizás, otra cosa de enorme gravedad: la situación de precariedad regulatoria heredada de la etapa Clos-Nieto, caracterizada por una regulación muy arriesgada, improvisada, atrabiliaria y espasmódica, conformadora de medidas que han generado una fuerte inseguridad jurídica, una falta de estabilidad regulatoria, el olvido de las condiciones empresariales y financieras del sector, incluyendo la tendencia a cuestionar el funcionamiento del mercado y del propio modelo de liberalización. Si bien, todo lo roto no se ha arreglado, sí que se han enviado señales muy claras de cambio de rumbo.

En todo caso, se había llegado a una situación impropia de un sector que necesita fuertes inversiones para que cumpla su misión de suministro de electricidad a ciudadanos y empresas. Por tanto, las soluciones y medidas recogidas en estas normas podríamos decir que hubieran sido impensables hace año y medio, con independencia de que fueran sus creadores políticos los propios responsables de su solución. El hecho es que el déficit tarifario como criatura prometeica estaba concebido en ese momento y por determinados apoyos “intelectuales retroprogresivos” como algo solucionable con un “golpe de Estado” regulatorio, al que estábamos acostumbrados de manera inexplicable. Por tanto, no era en sí un problema que tuviera el recurso de la arbitrariedad. Por eso, el de qué venimos es importante, porque no solamente había creado el problema, sino que era parte del problema.

En ese proceso, hay que señalar que se habían producido fuertes regresiones en el proceso de liberalización del sector, medidas como las emisiones primarias de energía con poco sentido incluso desde su finalidad presunta o, directamente, movimientos expropiatorios de dudosa estofa y menos garantía jurídica como la detracción de derechos de emisión (que acabarían mal en la esfera judicial). El caso, es que el rosario de procesos judiciales embalsado y con no muy buenas perspectivas para el regulador tenía toda la pinta de que empezaba su deshielo y las sentencias negativas inspiradas en las posiciones más intervencionistas del sector (el intervencionismo es la negación del estado de derecho). Industria, en este caso, ha optado por la solución menos heterodoxa, no por la solución más ortodoxa, ya que la ortodoxia pura existe, pero no es posible o no es razonable. Por tanto, este Real Decreto-Ley con la derogación del famoso R.D. 11/2007 acaba con los atisbos y las insinuaciones de persistencia en una medida disparatada judicialmente.

En segundo lugar y cuando decimos que el escenario permite abordar un avance en la liberalización real del sector, quiere decirse que con estas medidas se configura una caja de herramientas más o menos suficientes y, al mismo tiempo, susceptible de mejora y de buen uso, cosa que se confirmará con los próximos pasos de Industria. Por ejemplo, es necesario resolver la capacidad de que las actuales distribuidoras puedan ejercer de comercializadores de último recurso, que vayan subiendo tarifas de acceso y peajes, de forma que se reconozcan los precios reales y al mismo tiempo que la tarifa de último recurso sea completa (aditiva) para que puedan existir ofertas y competencia para los clientes. Quizá habría que señalar que el escenario de avance en la liberalización no es tan intenso, ambicioso o rápido como cabía prever, pero supone cierta inflexión en la tendencia que mostraba el anterior equipo contra el modelo de liberalización que prevé la directiva europea y sus continuos esfuerzos por zafarse de ello.

Por ese motivo, la semana que viene analizaremos y recogeremos las reacciones a este Real Decreto, pero podemos señalar que, en general, es una medida que conduce a normalizar una situación artificialmente anómala, inflada por las malas prácticas regulatorias precedentes. También analizaremos otras cuestiones como los registros de preasignación o el bono social, que son cuestiones también abiertas con esta normativa encima de la mesa.

Hasta ahí es una buena noticia, la conformación que se haga de la tarifa de último recurso, el impulso a la comercialización y de la competencia dictarán el avance liberalizador y su plazo que, en todo caso, no parece que sea corto. Por ello, hay que valorar positivamente este avance y el que las posiciones intervencionistas finalmente hayan sido soslayadas. Lo que viene ahora es gestión y la tendencia hacia esa normalización apuntada ahora. Paciencia y barajar.

Yes, we can

Este sí sería uno de los ejemplos en que el lema de la campaña presidencial de Obama es aplicable plenamente. Ese, «Yes, we can», que hace referencia a dos cuestiones: afrontar los problemas económicos, unido a la vuelta al rigor y la seriedad como elementos que cimienten el futuro de la economía. Quede claro que, pese a las lecturas torticeras, Obama no viene en todo caso a intervenir la economía, ni a cuestionar el libre mercado. En este sentido, la aprobación del Real Decreto para la eliminación del déficit tarifario, con todas sus luces y sus sombras, ofrece distintas lecturas al respecto, así como consecuencias y aprendizajes para el futuro en términos positivos.

La primera, lógicamente, en términos de lo que los expertos en negociación señalan como “comportamientos tractales”, se refiere al contenido objetivo de la negociación: por un lado, el aval del Estado al déficit de forma que pueda ser financiado (en una fórmula muy parecida a la que se instrumentó con la moratoria nuclear), junto a una clarificación de los contenidos de la tarifa: atención por parte de los Presupuestos Generales del Estado al coste del suministro extrapeninsular.

A cambio, parece que el coste se centra en el bono social, las subvenciones al carbón y la atención a los gastos de los residuos nucleares. La primera, una cifra nada desdeñable en la medida que ya el colectivo de consumidores con una potencia inferior a 3,3 kV es alto, más de cinco millones de hogares, más aquellos otros consumidores que puedan añadirse por cumplir los requisitos que establece el Real Decreto, junto con un período de aplicación también amplío. Lo que sí es evidente es que el tiempo transcurrido ya exigía una resolución y, de hecho, parte de esa situación de nerviosismo parece que se trasmitió en los instantes finales de la negociación, cuando su acuerdo final era “despistado” (gracias a la intervención intervencionista) en el último momento y en sucesivas ocasiones, pese a las alineaciones de Industria y Economía y la resolución de los inconvenientes existentes en otras instancias ministeriales y de la Administración.

Por ello, se puede decir que los mecanismos de negociación han funcionado y que todos se han dejado pelos en la gatera, expresión que señala que en una negociación todos ceden algo (o mucho). El hecho es que la situación se había vuelto insostenible: el déficit se había instalado en los balances de las empresas por la incapacidad para gestionar su financiación (motivos políticos, más coyuntura económica) y las empresas eléctricas españolas estaban fuertemente penalizadas en la Bolsa por la inseguridad jurídica y regulatoria de esta situación embalsada.

Lo primero y más importante de todo esto es que se consiga avanzar en el proceso de liberalización y que, como está sucediendo en el caso del gas, puedan existir subidas y bajadas de precios que puedan percibir los consumidores junto con la competencia en la comercialización.

Lo segundo, es que esta actuación permita resolver la deuda pendiente, mediante mecanismos razonables y sin las alternativas que se alentaban desde los sectores más retroprogresivos (partidarios del “pío, pío que yo no he sido”) en referencia a las decisiones pasadas de no elevar las tarifas, acudiendo al mecanismo de la financiación. Llegado el momento, su posición era incluso olvidarse de esa deuda, lo cual diría poco de la confianza en este sector y en nuestra economía. Pero, a nuestro pesar y por extraño que pueda resultar, partidarios de eso existen, que quede claro. Finalmente, se ha optado por una solución excepcional pero mucho más ortodoxa.

Una tercera cuestión es el post acuerdo: la necesidad de mantener estabilidad regulatoria y seguridad jurídica en el sector energético, superando el reciente ominoso del anterior equipo del Ministerio de Industria de mal recuerdo y que tanto está costando desde el punto de vista para solucionar los problemas generados. A la par, la importante transformación en la propiedad de las empresas energéticas españolas va a impedir la facilidad con la que se habían producido las trapisondas regulatorias del pasado reciente, lo cual también debe resultar una garantía de futuro.

Por tanto, y a la vista de las condiciones del mercado eléctrico, de los acuerdos conseguidos, podemos decir que sí es posible desbloquear la liberalización pendiente e interrumpida, introducir mecanismos de competencia en el sector energético y proporcionar seguridad jurídica y estabilidad regulatoria en el sector energético. Se ha comprobado.

«Yes, we can».