La renovación que da el tiro de gracia a la CNE
Aún caliente la noticia en las agencias, los nombres son los de Marina Serrano, actual Secretaria del Consejo, Joan Batalla (jefe de Gabinete de la actual presidenta), María Teresa Baquedano, actual Subdirectora de Energía Eléctrica (y que recientemente sustituyó a Eduardo Ramos) y Josep María Guinart, alcalde de L’Escala (población de menos de 2.000 habitantes, propuesto por CiU). Se unen, así, a los nombres de Idoia Zenarruzabeitia (designada por el PNV), de Tomás Gómez San Román y de Alberto Lafuente, ya propuesto para Presidente hace unas semanas. Parece que aquí finaliza este serial, más allá de la comparecencia, y varías lecturas son las que se pueden derivar de la composición final del Consejo de Administración resultante.
Si, en principio, el formato de la propuesta no es sorpresivo «per se», en la medida que era esperable un Consejo de Administración de la Comisión Nacional de Energía configurado de forma unilateral por el Gobierno, sí es sorpresiva su alineación final que con calzador se ha tratado de comunicar esforzadamente como «técnica». Sin embargo, el nivel de conocimiento y experiencia en cuestiones regulatorias y sectoriales en términos de mercados, jurídicos, económicos y técnicos del Consejo resultante es para situar en observación, si exceptuamos el nivel jurídico como abogada del Estado de Marina Serrano y el conocimiento en redes de Tomás Gómez San Román. En todo caso, como hombre y mujer fuerte del nuevo Consejo, quedan respectivamente Alberto Lafuente (con apoyos políticos de partido y candidato a presidente) y la propia Marina Serrano (el perfil más solvente del target por su experiencia en el sector energético). Tratemos, por otra parte, de aislar el conocimiento en la elaboración normativa de María Teresa Baquedano, en la medida que incluso resulta contradictorio con el propio papel de contrapunto que debe tener el regulador independiente respecto al propio Ministerio.
De hecho, la propuesta de Consejo de Administración finalmente se ha establecido puramente en términos políticos, con el fin de garantizarse en cada fase el apoyo parlamentario suficiente a los candidatos propuestos por el Ejecutivo en cada hornada (fundamentalmente por Sebastián). De hecho, el gesto de colocar a Marina Serrano se interpreta a la vez como un intento para tender algún puente hacia el Partido Popular a fin de evitar un tsunami posterior, asegurar la relación con el cuerpo de Abogados del Estado, así como para tratar de dar consistencia y «background» a este Consejo de Administración CNE, dando una cierta continuidad con el equipo anterior.
En todo caso, no se conjura, sino que se acentúa uno de los principales problemas, que previsiblemente derivará en el aborto de esta nueva conformación: la ausencia de negociación factual entre Gobierno y Partido Popular. De hecho, el Partido Popular ya ha advertido de que modificará el sistema de elección y nombramiento, que remocionará este Consejo de Administración y se habla, incluso, de la integración de CNE y CMT a futuro. Lo cierto es que el enfado y malestar en las filas populares con esta pseudonegociación es indisimulado, además de con los intentos del Ejecutivo de culpabilizar a los populares de la supuesta falta de acuerdo. De hecho, la designación de Alberto Lafuente, militante socialista, complica aún más una solución pacífica tras las próximas elecciones generales.
El hecho es que la pretensión de Sebastián (un acuerdo retórico, sin negociación, mediante asentimiento de los populares) era claramente insuficiente y tramposo. Las informaciones ayer conocidas hablaban vagamente de una reunión «hace semanas» entre Sebastián y el Partido Popular más que de un proceso de negociación. Otras fuentes se preguntan si realmente a eso se le llama proceso negociador, cuando no se llega a un consenso sobre la figura del presidente, se coloca a un hombre «de partido» al frente y se requiere aportar dos nombres y dar un cheque en blanco al Gobierno.
Por tanto, hemos pasado de un Consejo de Administración que tenía componentes ideológicos y esperpénticos a un Consejo acomodaticio para Industria, condenado a recibir su tiro de gracia. Ni profesional, ni técnico, ni político, sino todo lo contrario. El problema, en todo caso, no es político, u orientado a procurar una composición afín. El problema es de credibilidad de los reguladores independientes, de las instituciones económicas y para los mercados financieros. Cuesta ver a este Consejo, con esta composición, abordando de forma solvente una operación corporativa como a las que hemos asistido en la pasada temporada, entre otras cuestiones. Parece que lo establecido en la Ley de Economía Sostenible en lo que se refiere a órganos reguladores se ha burlado nuevamente. Ya estamos otra vez.










