A vueltas con el carbón nacional

El Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, inicia un periplo que lo llevará por varias instancias internaciones, entre ellas la ONU y el G-20 en su reunión de Pittsburg. Según hemos podido conocer por la fuentes más o menos oficiosas y oficiales, Zapatero va a volver a defender la lucha contra el cambio climático como un vector político. Por su parte, el flamante recién reelegido presidente de la Unión Europea, José Manuel Durão Barroso también ha insistido en esta cuestión en un artículo publicado hoy titulado “Un mundo al borde del abismo”.

Esta claro que esta retórica ha calado entre la clase política. Y esta retórica viene acompañada de evidencias en el mundo científico sobre el cambio climático. Sigue existiendo un grupo de ‘negacionistas’ del mismo, en la medida que refutar una cosa y la contraria en un mundo wiki es relativamente fácil. Y porque el presente continuo de la comunicación política y de los intelectuales de cada uno de los regímenes o a régimen operan cada uno a su manera. La sociedad sobreinformada es lo que tiene.

El problema aparece cuando esas grandes expresiones de compromiso de lucha contra el cambio climático se tienen que traducir en políticas reales. Es decir, cuando más allá de la retórica de mitin para convencidos y pabellón polideportivo hay que ir a tomar medidas y gestionar la realidad de la “cosa pública”. En algunos momentos se ha intentado plantear la posible contradicción entre la política medioambiental y el crecimiento económico y más en época de crisis, donde existen incentivos a que las economías hagan la “vista gorda” con todas esas cuestiones. Y en el tema de las emisiones de CO2 esa prosodia empieza a ser poco o menos convincente.

España está registrando una contención en sus emisiones de GEI (carbono fundamentalmente) en la medida que la crisis económica ha frenado el desboque con respecto a los objetivos que se nos había planteado a nuestra economía (otra cosa y muy cuestionable es cómo se llegó al acuerdo de estos objetivos). Pero, medidas como el Plan Nacional de Asignaciones y su distribución por tecnologías en el caso del sector eléctrico, la detracción de derechos de emisión para reducir la factura tarifaria, etc…, han venido a poner en entredicho la coherencia de la política medioambiental y su vinculación con la energía.

Ahora entramos en otra doble contradicción. La primera se deriva de la oposición entre nuclear y renovables articulada en el marco de la comunicación política empleada para justificar el cierre de Garoña. La segunda aparece también en estos momentos con una crisis de demanda eléctrica galopante, con los mecanismos que están encima de la mesa, además de la presión del Ejecutivo para que se consuma más carbón nacional para la producción de energía eléctrica.

Evidentemente consumir más carbón en las centrales térmicas implica saltar los puntos de una política medioambiental. En primer lugar, porque aumentar la producción vía carbón expulsará sin remedio a tecnologías menos emisoras. En segundo lugar, cualquier propuesta en línea con el “regalo de los derechos de emisión” al carbón (es decir, que no se internalice este coste en sus precios) tendría que considerarse per sé como argumento herético. En tercer lugar, la articulación de incentivos tiene un doble problema: la posible consideración de ayuda de Estado y su traslación, en términos de precios, a la tarifa eléctrica. Es decir que lo pague al final el consumidor. Todo un sudoku difícil y complejo, con un agravante, y es que en la Unión Europea nos están viendo.

Por otra parte, la presión de los poderosos sectoriales está llevando a que, habiendo cumplido las eléctricas con las previsiones de compra en términos de toneladas adquiridas, mas las almacenadas a rebosar, sea insuficiente, dado que los precios de producción no son competitivos en el mercado eléctrico. Por tanto, la solución a la vista es de esas que se traducen en un “sistema alambicado de subsidios cruzados”, cuya solución es satanizar a las empresas eléctricas. Incentivo en la generación, que resulte neutro en el precio y que expulse tecnologías no contaminantes, con el fin de mantener los márgenes en el carbón nacional a costa de reducir el de las eléctricas (cuyo margen se ha reducido por la caída de la demanda, con muchas instalaciones que no recuperan los costes a los precios actuales).

Además, hay que tener en cuenta las minas que tienen las propias eléctricas, explotaciones dentro y fuera del país, de forma que se elucubra con la posibilidad de que exista un ejercicio de tensión de las empresas, cuando han aguardado a acumular todo el carbón posible y el precio de la electricidad en el mercado está por los suelos y la demanda eléctrica (cantidad) también. Algún día habrá que estudiar o entrar a analizar quién ha sido el/los responsable/s e instigadores de la teoría de que las eléctricas tengan que ser más que empresas (como el Barça, que es más que un club) o bien que no tengan que funcionar como empresas orientadas a los resultados y la inversión o que sus propietarios no exijan rentabilidad de sus activos, dicho con todo respeto para el que piensa que la crisis la tiene que soportar otro. Incluso, fruto de esta teoría, surge el pensamiento retroprogresivo, que supone que las empresas no tengan que actuar en un mercado bien regulado (ni mucho ni poco), pero libre, y se busque un intervencionismo que recuerda a las teorías de la función de la empresa en el falangismo. Todo está conectado.

Nadie habla de continuar reconvirtiendo la industria del carbón o cómo bajar los precios del carbón, incluso sin subvenciones, u otros mecanismos como la reserva estratégica recién creada e insuficiente (algo que recuerda al extinto SENPA agrario). Es decir, nadie se plantea una actuación estratégica de medio plazo, la asunción de mecanismos de ajuste en los precios del carbón nacional y, por ende, la articulación de la política social y de desarrollo regional coherente con esa problemática. Todo ello, con un efecto muy perverso en cómo configurar el debate sobre el futuro del mix de generación español, incluyendo la partida abierta sobre las renovables, la nuclear, qué hacemos con los nuevos ciclos combinados (incluido El Musel) y los objetivos para 2020.

Mientras, el Presidente sigue llevando en su maletín discursos sobre liderar el cambio climático en el exterior y ardores de orgullo renovable. Veremos.

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