Sorayos y Nadales

La noticia que ha sacudido este fin de semana las esferas políticas es la decisión de Mariano Rajoy de abandonar su papel en la Comisión Delegada del Gobierno para Asuntos Económicos (cosa que de facto ocurría y que ya estaba cantada y descontada) a favor de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría. Rajoy se decanta por una solución de corte político para los asuntos económicos, terciando entre los ministros de Economía, Luis de Guindos, y de Hacienda, Cristóbal Montoro.

A partir de este momento, Saénz de Santamaría pasa a ser vicepresidenta económica in pectore y, como se recoge en los medios de comunicación, uno de sus primeros trabajos es la reforma de la fiscalidad, encargada por la Comisión Europea en el reciente chequeo a la economía y política españolas, en el que, a cambio de tiempo, el cerco de las autoridades comunitarias se ha intensificado.

Como también se ha podido conocer, otro encargo de la Unión Europea en materia económica es la resolución del problema del déficit tarifario eléctrico, cuestión en la que se han fijado las autoridades comunitarias habida cuenta de la propia demora y vacilaciones que exhibe el gobierno español; lo que se une a la tendencia al endeudamiento de los gobiernos españoles para pagar el suministro energético (electricidad, gas, butano), a las decisiones políticas de costes regulados asociados a los mismos y a la evitación de que todo ese trajín trascienda a los ciudadanos en forma de precios o tarifas más elevadas para evitar el impacto en la opinión pública. Política de la de toda la vida.

En el entorno monclovita, los afines a la vicepresidenta tienen como gentilicio los «sorayos», indicando la filiación y cercanía a su figura. Un hecho que no ha pasado inadvertido de cara a la resolución del problema del déficit tarifario, toda vez que supone un reforzamiento, si cabe aún mayor, de los hermanos Nadal, Alberto Nadal al frente de la Secretaría de Estado de Energía y de Álvaro Nadal, director de la Oficina Económica del Presidente, y conocido, como el Kicillof español.

Alberto y Álvaro Nadal son quizá el mayor exponente de los «sorayos» de la causa y conforman un fortín económico importante en Moncloa. Responden al perfil de expertos ubicados en las altas escalas y cuerpos de la Administración, audaces, con una aceptable formación académica (ya dijimos que Nadal no era Krugman o Stiglitz) y talento para las soluciones de tiralíneas. Su flanco débil es su carácter, crecido sin límites, a la sombra de una clase política sin basamento económico.

Y por otro lado, tenemos la expresión de un pensamiento consistente en la traducción de un modelo de intervención de derechas, la ausencia de experiencia gestora, la carencia de habilidades para la negociación directa, la falta de densidad en la comprensión del funcionamiento de la economía y los procesos internacionales de inversión, financiación o del funcionamiento de las instituciones y mercados a nivel nacional e internacional. Sólo así es explicable el diseño del bochornoso engendro de la nueva Comisión Nacional de Mercados y Competencia que salió de esa factoría. O que sea posible la articulación de distintas medidas, instrumentadas a través de insinuaciones, guiadas por REE para violentar tanto la Ley del Sector Eléctrico, como las Directivas Europeas, tanto en lo que es la generación por bombeo a favor del operador de transporte y sistema eléctrico como por las ocurrencias para hacer enjuagues en torno a la distribución de electricidad.

Razonablemente, y por razones del propio calendario fijado por la Unión Europea y de competencia de esta Comisión Delegada, este órgano y con esta conformación es el que tiene que dar luz verde a la reforma que prepara silentemente Industria al margen de los operadores y de las distintas asociaciones empresariales y sectoriales. Hay atisbos y anuncios de que la reforma será dolorosa: por ello, los esfuerzos del Gobierno por explicar en los consejos de los medios económicos el contexto de las mismas, y el esfuerzo por la campaña para debilitar a las empresas, con el fin de perpetrar «escraches» a todo lo empresarial, para ocultar el trasfondo político de los años del déficit tarifario y su origen.

Y, los agentes internacionales, inversores, EE.UU., Alemania y la Unión Europea, mirando.

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