«No soy un experto» (Marti Scharfhausen) – «No; se ve, se nota» (un diputado)
Por eso, una vez publicada en la página oficial del Congreso de los Diputados dicha transcripción, así como el vídeo, se puede comentar en profundidad, de forma que nuestros lectores y los profesionales del sector energético, político y regulatorio se puedan hacer una idea por su propia percepción de lo que transparentó el secretario de Estado frente a sus señorías. De hecho, en bastantes momentos de la comparecencia se produjeron murmullos y rumores entre los diputados asistentes a la Comparecencia, e incluso el que a la afirmación del secretario de Estado «Yo no soy un experto (en energía)«, se produjera una réplica de un diputado del siguiente tenor «No; se ve, se nota» , tal y como se reproduce en el acta publicada.
A la vista de lo acontecido, consideramos una obligación y un consejo prudente por parte de este medio que el ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, el ministro de Economía y Competitividad, Luis de Guindos, el ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, el jefe de la Oficina Económica del Presidente, Álvaro Nadal, la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría y el propio presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, deberían efectuar el visionado completo de la comparecencia y seguramente, tomar nota a la vista de los hechos.
La comparecencia es criticable tanto en términos de formas, como de fondo. En términos de formas, el secretario de Estado realizó una primera intervención, seguramente que preparada por los servicios del Ministerio, puramente formularia, que fue leída a una velocidad de vértigo, con unos «delays» entre las ideas y su verbalización que se transmutaban en un cruce entre Chiquito de la Calzada y el malogrado Antonio Ozores, acudiendo a lugares comunes y argumentos insustanciales, evidenciando no conocer el contenido de su lectura y lo que es peor de lo que trata la misma. Hasta ese momento la cosa fue relativamente presentable. Pero todo se complicó enormemente, desbordándose hasta extremos delirantes, cuando empezó el turno de respuestas a las preguntas (totalmente previsibles, por otra parte) que le hicieron los parlamentarios al secretario de Estado. A partir de ese momento, hubo un ejercicio de autoafirmación de Marti Scharfhausen como titular de la Secretaría de Estado, combinado con una exoneración de lo que supuestamente aportaba a esta responsabilidad: conocimiento del sector energético y de sus problemas por su paso o experiencia de doce años en la Comisión Nacional de Energía, que convirtió todos los elogios al organismo en ceniza. Había un cierto componente mesiánico, paternal, condescendiente, que evidenció con meridiana claridad las capacidades del secretario de Estado de Energía para ocupar esa posición.
En términos de fondo, también hay cuestiones fuertemente criticables. De hecho, son muy peligrosas las inexactitudes y vaguedades con las que se desarrollaban las afirmaciones del secretario de Estado, en especial las relativas a los sistemas extrapeninsulares (incluyendo la apelación a la solicitud de un informe a Red Eléctrica) para evitar tratar la cuestión de fondo: el traslado de su costes del déficit público al déficit tarifario por indicación del Ministerio de Hacienda. Pero es más, lo que se extrae de la intervención es la no existencia de una política energética, la carencia de una estrategia para abordar el déficit tarifario, y lo que es peor, la terrible indigencia económico-energética en que está sumida esta importante área del Ejecutivo.
A pesar de eso, o incluso por todo eso, Marti Scharfhausen no dudó en afirmar con cierta vehemencia que él no sabe de energía, que es un ingeniero de Minas y que sus hijos sólo le preguntan por el CO2 y que el mejor jefe que jamás había tenido era José Manuel Soria. En consecuencia, urge una reflexión al Ejecutivo de a quién ha encargado y en qué manos está el problema de la energía en la Administración. Pero lo más importante no es lo que él afirme, sino de lo que se dieron cuenta sus señorías, apesadumbrados por tanta irreverencia. No se ve, se nota.



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