Empieza el fango
Sucede, en el caso del gobierno popular, que ya existe una percepción de que desde su instalación en el gobierno se ha producido un avance en su línea temporal, que supera, con mucho, el número de días corridos desde la toma de posesión del presidente y de sus ministros. La ejecutoria del Gobierno surgido de las urnas el pasado 20 de noviembre está ya a punto de entrar en una nueva fase, diferente, que trata de la administración de los asuntos públicos iniciados con pulcritud y precisión de relojero, artesanía política, gestora y económica.
Tras las primeras medidas, llega el efecto de la inercia. Puestas en marcha las macrorreformas (sin duda, discutibles o no, el gobierno ha emprendido importantes reformas), ahora toca la microcirugía, el ajuste fino. El indiscutible oxígeno de las encuestas a los populares, tras las subidas de impuestos, la reforma financiera (incluyendo medidas tan acertadas como el control de salarios en entidades bancarias que han recibido ayudas públicas), la presentación de la reforma laboral o la moratoria de instalación de nueva potencia renovable, no puede esconder que lo que viene a continuación es la gestión de un nuevo escenario, con mayor complejidad, manifestación de los intereses de los agentes, ajuste a la legalidad vigente y la aparición de problemas que requieren emplearse a fondo, más gestión, más finura, capacidad y conocimiento.
En realidad, hasta el momento, el Ejecutivo ha hecho lo que ha querido hacer, sin oposición real (el Partido Socialista estaba en su diatriba) y con una sociedad abierta en canal y perpleja ante una crisis galopante, capaz de aceptar las medidas y los ajustes con facilidad en estos tiempos malos para la lírica (llamémosle una sociedad político-aceptante). A partir de ahora todo se tornará también en exigencias al Ejecutivo.
Desde la gestión del orden público, a la administración del fin de ETA, pasando por la organización de los servicios públicos, educación y sanidad, empiezan a aparecer cuestiones en la agenda pública que exigen esa atención, esa finura y esa percepción de los detalles que va más allá de lo puramente programático. En el sector energético, todo lo aparecido en torno al déficit tarifario y sus estrambóticas alternativas de resolución empieza a ser objeto de atención por parte de la prensa internacional, los mercados, los agentes financieros y las agencias de calificación de riesgos, por lo que son muy peligrosas soluciones de corte político e intervencionista que primen la demagógica de un problema económico cuyo origen envenenado es puramente político. Nos están mirando, por lo que las soluciones delirantes o extravagantes desde el punto de vista económico, financiero o jurídico (tanto en el ordenamiento español o europeo) cada vez tienen menos cabida. En este sentido, lo que es cierto es que la primera medida, la moratoria de nueva instalación renovable, ha sido un ejemplo de ‘cuidado’ técnico, económico y de garantías jurídicas, intentando meterse en pocos líos.
En la secuencia de los acontecimientos, estos momentos del segundo tiempo son en los que, además, empezarán a transpirarse las fisuras y defectos de construcción del nuevo ejecutivo: la más evidente y que ya obtiene un consenso generalizado es la existencia de tres cabezas económicas (Ministro de Economía, Ministro de Hacienda y Oficina Económica del Presidente, reeditada en modelo Zapatero-Sebastián) con distintos pesos e intereses políticos cada uno de ellos. En el caso que nos ocupa, empezarán a mostrarse también las capacidades, talentos y habilidades de la administración energética, esto es, del ministro de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, así como del secretario de Estado de Energía, Fernando Marti Scharfhausen, para abordar los problemas con inteligencia, conocimiento, capacidad, modelo económico, de mercado, de inversión, de financiación, con rigor jurídico y también, evidentemente, con diálogo. O, por el contrario, en este escenario, también es posible que se evidencien posibles carencias, para lo cual debemos estar muy atentos.
Lo importante es que sepan no meterse en charcos, y comprendan que lo que llega es el fango. Empieza a caminarse con menor ligereza. Deben comprender la importancia del momento, la relevancia de los problemas, deben estudiar con rigor y seriedad los mismos y la complejidad de las soluciones sin utilizar vías rápidas y, claro, que no primen soluciones imaginativas o perversas. Y también que los responsables sepan darse cuenta a tiempo de los charcos, salir de ellos de forma airosa, sin primar comportamientos o intereses puramente políticos, basados en dar abrazos a la sociedad, porque la situación no lo permite. En estas lides es donde un buen gobierno, en este momento, se la juega. No en los telediarios.



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