Narbona, Fabra y Carme Chacón
Fuera de eso, realmente, el Partido Socialista Obrero Español se ha colocado en una posición de irrelevancia política de cara a las propias propuestas, que se han ido al simplismo de un partido desterrado de las opciones de gobierno.
Sólo hay que escuchar las declaraciones de los responsables de energía en el Congreso a cuenta de la moratoria renovable, amnésicas del problema del déficit tarifario y sus efectos para las empresas, la financiación de la economía y para los propios consumidores. Una postura nihilista y buenista verde para conectar con las bases más ideologizadas.
En ese mar de la calamidad hay un hecho relevante o curioso a destacar, y es el fichaje de Cristina Narbona y de Jorge Fabra, el inefable ex Consejero de la Comisión Nacional de Energía, dentro del equipo económico de Carme Chacón. Y lo es también por el hecho añadido de que en su momento los dos participaron del programa con el que Alfredo Pérez Rubalcaba concurrió a las elecciones generales. Ayer Cristina Narbona trataba de explicar el viraje en sus afinidades electivas en un vacío artículo en El País, que era poco aclaratorio de este cambio de bando, en la medida que contemporizaba y daba una imagen beatífica de la ex Ministra como promotora del lenguaje políticamente correcto y de los valores del zapaterismo (poco a poco la candidatura de Carme Chacón se ha ido quitando los velos que ocultaban este hecho). Por su parte, Fabra se embarca en otra campaña electoral, tras la de Rubalcaba, y su asalto fallido al Colegio de Economistas de Madrid.
Pero, a decir verdad, el programa económico de Rubalcaba en los aspectos sectoriales (en los que intervinieron con más saña Narbona y Fabra, unidos por una visión retroprogresiva especialmente en la energía) tenía su punto más débil y le valió más de una crítica por resucitar el más viejo intervencionismo del izquierdismo trasnochado y la tendencia al pensamiento político mágico anclado en mayo del 68 del siglo pasado: muerte a los mercados, viva Trotski, muera el capital, abajo las empresas y todo en ese plan. Tanto es así que hasta Paul Krugman, de esa forma velada e intelectual en la que hablan los expertos, reprochaba las visiones más atávicas en lo económico que se proferían, los desbarres, con un «no es eso, no es eso», asustado al contemplar que el apoyo al Partido Socialista Obrero Español era una coartada para perpetrar las visiones más retrógradas del pensamiento de izquierdas de Marta Harneker y Louis Althusser.
Y en esto hay que revisar la visión de Rubalcaba tras el fracaso electoral del 20 de noviembre: una vuelta a una socialdemocracia moderna, renovación de pensamiento de partido para ser opción de gobierno, revisión de los calendarios de ajuste de déficit, europeísmo, atención a la economía con dosis de ortodoxia (mercados y empresas) combinada con redistribución, apuesta por el crecimiento, revisión del modelo de las autonomías con visión más homogeneizadora y reconexión del partido socialista con las clases medias y profesionales (como dice Enric Juliana, «prietista»).
Mientras, Chacón reedita una versión del zapaterismo de consigna: programa de diseño por colectivos próximos, glamour mediático, antinucleares a todo trapo, que toda la generación eléctrica sea renovable a cualquier precio, hembrismo más que feminismo, déficit público sin matices, coqueteo con Cuba y Chávez, España autonómica indefinida en términos de «la puta y la Ramoneta» y rojerío en plan «divine gauche».
Quizá por todo eso Narbona y Fabra están mejor con Chacón (ahora).



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