La versión final del Acuerdo Social y Económico en materia energética

I

Al Acuerdo Social y Económico se le han visto demasiadas costuras en su accidentada y apresurada puesta en escena final, urgidos porque las fotos fuesen previas a la visita de la Canciller alemana, Angela Merkel. Desde el episodio que llevó a que los partidos políticos no asistiesen a la firma oficial en el Palacio de la Moncloa, al no haber recibido el texto cerrado por los agentes sociales en la noche en que se concluyó la negociación, hasta la confusión en las invitaciones enviadas por el protocolo de Moncloa. Incluso puede que el empeño en la pretenciosidad de hacer equivalente este Acuerdo a los Pactos de la Moncloa, al final se vuelva contra la parte más vulnerable del mismo, por su inconsistencia: todo aquello que se incorporó como un postizo al acuerdo de pensiones: energía, industria e innovación.

Haciendo una lectura política, el acuerdo y su representación pública buscaba una instrumentación para la que existía una convergencia de intereses: un Gobierno que intenta salvarse de la tendencia maléfica de las encuestas y unos sindicatos visiblemente desarbolados tras la fallida huelga general del 29 de septiembre. Gobierno que insiste en mantener la pulsión sindical en su haber como un activo, la sublimación del consenso y diálogo como filosofía. Y, adicionalmente, se percibe que desde las organizaciones sociales se quiere estar en la foto, incluso que se necesita (sólo hay que ver que los sindicatos, tras la firma del acuerdo, no hacen otra cosa que justificarse de por qué han firmado). La solución era que la foto se hiciera a 24 fotogramas por minuto y que durase mucho: se convirtiera en vídeo.

Consecuencia: en este hilo argumental resultaba positivo en ese diálogo social incluir todo lo que fuera posible además de las pensiones, completando con propuestas y texto de claro origen en el marketing político y que de genérico resultaba acartonadamente hueco. Lo importante en ese momento era tener un papel y la posible foto, lo cual había hecho que Moncloa volviera por sus fueros: a caminar por el filo de la navaja.

De hecho, en el caso de la energía, lo incorporado, más que políticamente correcto, era una colección de lugares comunes sin vinculación con la política energética o con los problemas, reformas y medidas precisas. Por eso, con un nivel de inconsciencia que raya la temeridad, se incluyen en el documento del Acuerdo una serie de formulaciones que agreden incluso el funcionamiento de los mercados y de la liberalización del sector eléctrico y que provocan que tenga que ser revisado y modificado.

II

En el ámbito de la energía, la redacción de este texto, sobre el que supuestamente había acuerdo, en sí ya era paradójico en la medida que se avanzaba la pretensión de que los precios de la electricidad se incorporasen al Acuerdo Social y Económico y al negociado de una nueva entidad panaeconómica y pannegociadora: un foro específico tripartito representativo de Gobierno y agentes sociales (sindicatos y empresarios). Una iniciativa que en el ámbito energético casi volvía al concepto vertical de las relaciones laborales/sindicales del franquismo con determinación de precios incluida. En ese marco, es en el que se hace una mención a la revisión de los precios de la electricidad y a la revisión de los mercados minoristas de la energía, cuestión recogida casi literalmente en su versión inicial. Un párrafo completo que finalmente desapareció en la versión definitiva, tras azarosas negociaciones en el seno de la CEOE y la intervención de Eduardo Montes, presidente de UNESA, según narra «Expansión«.

Visto desde afuera, es estrafalario que el precio de un bien, suministro o servicio se trate desde una perspectiva agregada en la negociación colectiva de los agentes sociales situada en el plano político. A nadie se le ocurre una idea de esta índole relativa al precio de las telecomunicaciones que pagan las empresas o sobre el precio de los combustibles. O, que se proponga que las empresas alimentarias bajen los precios de sus productos para que los trabajadores y sus familias completen su nutrición de forma más barata y, por ende, acepten menores salarios. A nadie se le ocurre que un órgano tripartito nacional representativo de los agentes sociales dinamite las relaciones de mercado y el funcionamiento del sistema de precios. Perturbador.

Y, ¿por qué surge esta propuesta? Porque existe un trasfondo, una pretensión oculta, casi un tabú instalado en ciertas capas corporativas de la sociedad: la idea de supeditar el precio de la energía a las expectativas del aparato productivo, incluyendo la intervención pública y la toma de decisiones, si es necesario. Cuestión que se remonta al momento en que la Unión Europea establece el final de los subsidios cruzados en la tarifa de consumidores a grandes empresas y que conlleva un resquemor latente que genera una agitación constante y múltiples reverberaciones.

Evidentemente, tanto desde sectores empresariales como sindicales, hay presiones para que la energía sea «barata» y no se trate como un suministro que se provee en un mercado con oferentes, demandantes y precios. Mientras unos reclaman unos costes de los factores baratos para sus cuentas de resultados, los otros piden que la competitividad se obtenga por esta vía y, así, poder negociar salarios más altos, evitando ajustes. Se trata de una tormenta perfecta y, en el trasfondo, se sustancia un substrato sociológico que se encuentra detrás de muchos nostálgicos, esto es, la conformación de un modelo de industrialización a la vieja usanza basado en contar con un factor económico barato: la electricidad y su subvención encubierta o la intervención directa.

Hay que reconocer, por tanto, que la defensa y cierre de esta cuestión en la CEOE, efectuada por Eduardo Montes, nuevo presidente de UNESA, ha sido ágil y novedosa: en primer lugar, porque reivindica la existencia de los precios de la electricidad y del mercado como en cualquier otro sector, frente a la intervención, bien por vía gubernamental o en compañía de otros (sindicatos, agentes sociales, etc…). Segundo, porque en muy poco tiempo como presidente de UNESA ha comprendido este problema desde el otro lado: su evolución desde su procedencia del sector industrial al sector eléctrico se ha efectuado con profesionalidad.

En todo caso, hay que señalar como negativa la difusión en los medios de comunicación con conocimiento de la economía y los mercados de la resolución de este disparate, puesto que se ha hecho en términos de un pulso entre eléctricas y sindicatos, para restar poder de las segundas a estos últimos. Los precios de la energía o de la electricidad, no son una cuestión de dialéctica de oposición de poder eléctricas-sindicatos, sino de comprensión de los funcionamientos del mercado y sus dinámicas. ¿Existe un país occidental y de economía de mercado donde se haya creado un foro de estas características con esta pretensión?

Y, finalmente, toda esta deriva también es fruto de la desinstitucionalización general sectorial y lo episódico del pacto energético que ha acabado en forma de vodevil. Si recordamos, la idea de un pacto energético comenzó con una foto del Ministro de Industria Miguel Sebastián y el responsable económico del Partido Popular Cristóbal Montoro. En realidad, se trataba de una maniobra política estival, una escaramuza para decidir una no subida de tarifas en el tercer trimestre de 2010. Luego el tiempo ha desvanecido ese pacto: un acuerdo energético entre Gobierno y oposición que, tras muchas idas y vueltas, no llegó nunca a fructificar, ni a concretarse en nada. Posteriormente, y en el territorio también del pacto o, mejor dicho, de la negociación política, esta vez en el ámbito parlamentario, están pendientes de abordar las conclusiones de la Subcomisión de Energía del Congreso en la que están presentes los grupos políticos con representación parlamentaria.

Todo ello ha pretendido ser superado por la tangente en un plis-plas a través de este inane Acuerdo Social y Económico en lo tocante a la energía. De todas formas y en todo caso, menos mal que en lo que se refiere al sector energético, en realidad, ya no dice nada.

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