París bien vale una misa

El nombramiento de Miguel Arias Cañete como comisario de Energía y Acción por el Clima, bajo la recién creada Vicepresidencia para la Unión Energética, al cargo de Alanka Bratusek, exprimera ministra de Eslovenia, ofrece el desenlace de los juegos políticos palaciegos de la nueva conformación de la Comisión Europea. Una resolución que remarca el difícil equilibrio entre la progresiva devaluación del papel de España en las instituciones europeas y una solución de compromiso para salvar la honra con una perspectiva de disminución de entidad.

Seguramente, en la designación, no habrá pesado la experiencia y el conocimiento del asunto por parte del nombrado, ni lo edificante de la «política energética» de nuestro país en los últimos años. La involución en la liberalización de las reformas españolas, el desguace de los órganos independientes en energía hasta extremos, la gestión de los distintos déficit de tarifa, la desmesura de la política de incentivos aprobados, así como el grado de litigios, arbitrajes y conflictividad en que ha acabado sumido nuestro sector energético, no son precisamente las «mejores prácticas» y tarjetas de presentación que compartir en el seno de la Unión.

Cambiando de tercio, pero también relacionado, podíamos leer cómo el embajador español Ramón de Miguel, ha declarado lo que era un hecho a voces por todos conocido: Francia no tiene ningún tipo de interés de impulsar las interconexiones energéticas con España. Algo que, por otra parte, es meridiano y claro. Desde el demediado modelo de conexión eléctrica previsto en los «acuerdos» de interconexión que no permite la automaticidad de los flujos para la exportación de energía eléctrica, hasta la ralentización exasperada en su ejecutoria desde París (que además se combinan con el deshojar de margaritas de los distintos ramales propuestos o con otros problemas internos de oposición al mismo, la diatriba sobre el tendido en el lado español, el debate galgos-podencos sobre soterramiento:» si-no-quién sabe», táchese lo que no proceda).

Por su parte, en el plano internacional hemos podido ver a José Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo, además de con Christine Lagarde, presidenta del Fondo Monetario Internacional departiendo sobre los «avances» en materia de consolidación fiscal de la economía española, ofreciendo España al secretario de Estado de Energía norteamericano Ernst Moniz, como país detentor de una capacidad de importar gas licuado norteamericano hacia Europa, al ser el país europeo con más plantas de regasificación (alguna sin estrenar, como la de El Musel en Gijón). Por su parte, Estados Unidos «sólo» tendría que hacer sus propias plantas de licuefacción y la organización de su estructura portuaria y, con ello, milagrosamente se articularía una alternativa a la dependencia europea del gas ruso, un vecino y proveedor poco fiable, por otra parte.

Seguramente, lo que no le contó José Manuel Soria al estadounidense es la serie episódica respecto de las interconexiones energéticas (incluida la gasista) con Francia de la que hablaba el responsable de nuestra actual diplomacia en París.

Esto nos lleva a pensar en varias posibilidades: primera, con una cierta lógica, pero no exenta de voluntarismo, que sea una estrategia para mostrar estas bondades de la inversión en infraestructuras de regasificación realizada por España en sus buenos tiempos, de forma que muestre al mundo esta potencialidad, posibilidades de aprovechamiento, y de paso presionar a Francia, para que faciliten esta interconexión. Segunda, más delirante: que el gas norteamericano nos lo quedamos en España, con lo que habrá que valorar lo que hacemos con los actuales contratos de suministro con Argelia, así como con los países de los que importamos como Egipto, Omán y otros, con la disminución de demanda actual.

¡París bien vale una misa!

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