La visita de Sarkozy y la interconexión eléctrica España-Francia

«Il existe au milieu du temps, la possibilité d´une île/ Entrée en dépendance entière / Je sais le tremblement de l´être / L´hésitation à disparaître», canta Carla Bruni.

Es evidente la existencia de signos de hermanamiento con el país galo y con el actual Presidente de la República, Nicolas Sarkozy. Así, con motivo de la visita del presidente francés, el Paseo de la Castellana se ha vestido de gala, ha cambiado las banderas, se han estrenado gallardetes e, incluso, se ha emitido una edición de ‘pines’ a modo de escarapelas, con las banderas de los dos países cruzadas. Por su parte, nuestro presidente del gobierno no oculta su admiración (y en algunas cosas su “benchmarking” de las cosas que hace Sarko), la querencia por el golpe de efecto que, en los tiempos que corren, despierta más suspicacias que adhesiones y que inunda su acción política. Y, Sarkozy, por su parte, maneja con Zapatero tanto el favor (cesión del asiento en el G 20, colaboración indubitada en la lucha contra ETA) como el desdén, de vez en cuando, para animar la controversia en más de una y de dos ocasiones sobre la base de la ambigüedad en las declaraciones o en sus posiciones, que provocan malestar en la Moncloa, amago de conflicto diplomático “ma non tropo”, incluido el reciente episodio a cuenta de la inteligencia de nuestro presidente.

Por otra pare, el hecho es que muchos países han configurado una diplomacia denominada económica, basada en los intereses nacionales, de sus sectores económicos y de sus empresas. No estamos en la relación entre Sarkozy y Zapatero, por lo menos en la simetría de sus comportamientos, en una de esas correlaciones, porque aunque sea uno de los momentos en que las relaciones hispano-galas pasan por un momento dulce, lo cierto es que el país vecino prefiere aún mantener a raya los intereses de las pujantes y agresivas empresas españolas. Parece que, de nuestro lado, más que los intereses económicos han estado en la mesa otros, de corte más político como es la búsqueda de un hueco en la esfera internacional de nuestro país o la consecutividad de la necesaria acción contra ETA, cuestiones que parecen ser conseguidas a cambio de otras cuestiones, justiprecios que entran en el terreno de la especulación y del delirio político.

Tanto es así, que el domingo pasado Enric Juliana, subdirector y cronista político de ‘La Vanguardia’ en Madrid, narraba cómo Francia controla los corredores de transporte que decidirán la España del futuro y, así, el vigor del desarrollo del eje ferroviario atlántico (Algeciras-Sevilla-Madrid-Vitoria-Hendaya-Burdeos-París), frente a la pereza en la articulación del eje mediterráneo (Málaga-Murcia-Valencia-Barcelona-Montpellier-Lyón-París) y menos el desarrollo de una red asociada de mercancías, junto a la alta velocidad. Este cronista, quizá el que con mayor agudeza percibe los mapas, señala en este estado de cosas, pereza francesa, inconcrección española y olvidos en el diseño de las infraestructuras de las administraciones de nuestros gobiernos, desde Felipe González hasta Aznar.

En el caso de la energía, Sarkozy, que sí sigue una agenda diplomática de intereses económicos, no se ha andado con rodeos en la construcción de nuevas centrales en el norte de África, en la perseverancia en conseguir las interconexiones gasistas o el apoyo a su potente industria nuclear, por ejemplo. A cambio, cabría recoger el “negocio” realizado con la interconexión eléctrica, cuestión largamente reclamada por la Administración española y cerrado deprisa y corriendo en la última cumbre hispano-francesa antes de la finalización de la primer legislatura de Zapatero. La historia oficial incorpora, en ocasiones, unas omisiones que podían poner en evidencia.

Una interconexión que, una vez conocidos los detalles de la misma, parece que es una solución, pero no tanto. Es más bien un parche o una mejora. La nueva conexión permitirá una capacidad de interconexión del 10% de la demanda punta. Mejor que lo que había sí es, pero su configuración, parcialmente soterrada y en corriente continua, no permite resolver los problemas de suministro de Gerona, impide la importación-exportación de energía, aumenta los requerimientos técnicos de los parques eólicos españoles (y el crecimiento de esta industria), empeora las condiciones de calidad y seguridad que hubieran tenido de ser alternas y mantiene, en la medida de lo posible, la configuración de “isla eléctrica” de la Península Ibérica, pese a que se está configurando uno de los mercados regionales de la energía en Europa. Todo ello, tras haberse generado un caldo gordo de intereses hacia esta interconexión que puede ser incluso objeto de otro análisis separado, al modo de las cerezas.

Pero después de celebrar con albricias y fanfarrias este acuerdo, resulta que hoy todavía tampoco se ha puesto en marcha esta infraestructura, precaria, disminuida para la necesidad de nuestro país y tantas veces demorada. Implicando al ex comisario Mario Monti para intentar conseguir una cierta velocidad en el proceso, o no, da igual. Evidentemente, el resultado proviene de la renuencia francesa a establecer mejores interconexiones, combinada con la ineficiente diplomacia española (hay importantes monedas de cambio estratégicas), así como los intereses y comportamientos de la empresa encargada de su construcción, en este caso Red Eléctrica de España. ¿Servirá entonces la visita de Sarkozy para poner en marcha este proyecto de una vez? ¿Cómo puede ser cierto que esta infraestructura siga en este estado de cosas? ¿De quién es la responsabilidad de la construcción de la misma y sus retrasos?

Esperemos que esto suceda, que haya una reclamación en serio sobre esta cuestión y, como dice Juliana, se produzca “antes de que el glamour convierta en tul ilusión la razón de Estado”.

La visita de Sarkozy y la interconexión eléctrica España-Francia

«Il existe au milieu du temps, la possibilité d´une île/ Entrée en dépendance entière / Je sais le tremblement de l´être / L´hésitation à disparaître», canta Carla Bruni.

Es evidente la existencia de signos de hermanamiento con el país galo y con el actual Presidente de la República, Nicolas Sarkozy. Así, con motivo de la visita del presidente francés, el Paseo de la Castellana se ha vestido de gala, ha cambiado las banderas, se han estrenado gallardetes e, incluso, se ha emitido una edición de ‘pines’ a modo de escarapelas, con las banderas de los dos países cruzadas. Por su parte, nuestro presidente del gobierno no oculta su admiración (y en algunas cosas su “benchmarking” de las cosas que hace Sarko), la querencia por el golpe de efecto que, en los tiempos que corren, despierta más suspicacias que adhesiones y que inunda su acción política. Y, Sarkozy, por su parte, maneja con Zapatero tanto el favor (cesión del asiento en el G 20, colaboración indubitada en la lucha contra ETA) como el desdén, de vez en cuando, para animar la controversia en más de una y de dos ocasiones sobre la base de la ambigüedad en las declaraciones o en sus posiciones, que provocan malestar en la Moncloa, amago de conflicto diplomático “ma non tropo”, incluido el reciente episodio a cuenta de la inteligencia de nuestro presidente.

Por otra pare, el hecho es que muchos países han configurado una diplomacia denominada económica, basada en los intereses nacionales, de sus sectores económicos y de sus empresas. No estamos en la relación entre Sarkozy y Zapatero, por lo menos en la simetría de sus comportamientos, en una de esas correlaciones, porque aunque sea uno de los momentos en que las relaciones hispano-galas pasan por un momento dulce, lo cierto es que el país vecino prefiere aún mantener a raya los intereses de las pujantes y agresivas empresas españolas. Parece que, de nuestro lado, más que los intereses económicos han estado en la mesa otros, de corte más político como es la búsqueda de un hueco en la esfera internacional de nuestro país o la consecutividad de la necesaria acción contra ETA, cuestiones que parecen ser conseguidas a cambio de otras cuestiones, justiprecios que entran en el terreno de la especulación y del delirio político.

Tanto es así, que el domingo pasado Enric Juliana, subdirector y cronista político de ‘La Vanguardia’ en Madrid, narraba cómo Francia controla los corredores de transporte que decidirán la España del futuro y, así, el vigor del desarrollo del eje ferroviario atlántico (Algeciras-Sevilla-Madrid-Vitoria-Hendaya-Burdeos-París), frente a la pereza en la articulación del eje mediterráneo (Málaga-Murcia-Valencia-Barcelona-Montpellier-Lyón-París) y menos el desarrollo de una red asociada de mercancías, junto a la alta velocidad. Este cronista, quizá el que con mayor agudeza percibe los mapas, señala en este estado de cosas, pereza francesa, inconcrección española y olvidos en el diseño de las infraestructuras de las administraciones de nuestros gobiernos, desde Felipe González hasta Aznar.

En el caso de la energía, Sarkozy, que sí sigue una agenda diplomática de intereses económicos, no se ha andado con rodeos en la construcción de nuevas centrales en el norte de África, en la perseverancia en conseguir las interconexiones gasistas o el apoyo a su potente industria nuclear, por ejemplo. A cambio, cabría recoger el “negocio” realizado con la interconexión eléctrica, cuestión largamente reclamada por la Administración española y cerrado deprisa y corriendo en la última cumbre hispano-francesa antes de la finalización de la primer legislatura de Zapatero. La historia oficial incorpora, en ocasiones, unas omisiones que podían poner en evidencia.

Una interconexión que, una vez conocidos los detalles de la misma, parece que es una solución, pero no tanto. Es más bien un parche o una mejora. La nueva conexión permitirá una capacidad de interconexión del 10% de la demanda punta. Mejor que lo que había sí es, pero su configuración, parcialmente soterrada y en corriente continua, no permite resolver los problemas de suministro de Gerona, impide la importación-exportación de energía, aumenta los requerimientos técnicos de los parques eólicos españoles (y el crecimiento de esta industria), empeora las condiciones de calidad y seguridad que hubieran tenido de ser alternas y mantiene, en la medida de lo posible, la configuración de “isla eléctrica” de la Península Ibérica, pese a que se está configurando uno de los mercados regionales de la energía en Europa. Todo ello, tras haberse generado un caldo gordo de intereses hacia esta interconexión que puede ser incluso objeto de otro análisis separado, al modo de las cerezas.

Pero después de celebrar con albricias y fanfarrias este acuerdo, resulta que hoy todavía tampoco se ha puesto en marcha esta infraestructura, precaria, disminuida para la necesidad de nuestro país y tantas veces demorada. Implicando al ex comisario Mario Monti para intentar conseguir una cierta velocidad en el proceso, o no, da igual. Evidentemente, el resultado proviene de la renuencia francesa a establecer mejores interconexiones, combinada con la ineficiente diplomacia española (hay importantes monedas de cambio estratégicas), así como los intereses y comportamientos de la empresa encargada de su construcción, en este caso Red Eléctrica de España. ¿Servirá entonces la visita de Sarkozy para poner en marcha este proyecto de una vez? ¿Cómo puede ser cierto que esta infraestructura siga en este estado de cosas? ¿De quién es la responsabilidad de la construcción de la misma y sus retrasos?

Esperemos que esto suceda, que haya una reclamación en serio sobre esta cuestión y, como dice Juliana, se produzca “antes de que el glamour convierta en tul ilusión la razón de Estado”.

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