Energía: economía y sostenible

El anuncio, precedido de una «big band», de la presentación pública de la cacareada Ley de Economía Sostenible y que realizó el pasado domingo el Presidente del Gobierno está en todos los medios de comunicación como «claim informativo». Misión cumplida. Se ensayó (y mucho), para la puesta de largo del anuncio del anteproyecto de ley y su aprobación por el Consejo de Ministros el próximo viernes, un nuevo formato de mítin del Partido Socialista, incluyendo presentadores y jazz, siempre atentos a las «megatrends» de la comunicación política.

Todo ello con una escenografía novedosa y con el apoyo de sectores más o menos arrinconados en los últimos tiempos dentro del partido del Gobierno, el ala más liberal del partido, junto con la presencia de Felipe González. Parece que se están dando determinados signos externos de intento de reformas y de tomar una posición más activa en lo que se refiere a la situación económica. Queda por saber si estos movimientos que detecta el sismógrafo del Gobierno van en serio o forman parte de una estrategia para conseguir la iniciativa política mediante respiración asistida pero, la realidad tiene que confirmar si son movimientos de fondo y si son reales o no. Es decir, si es realidad o son espejismos o engaños.

En todo caso, a estas alturas del campeonato, ya no valen los fuegos de artificio, los movimientos de mercadotecnia electoral más o menos posmoderna y el tiempo que resta hasta las próximas elecciones exige que el imaginario político se convierta en reactivación real. Por eso, esa ansiedad por conjurar la salida de la crisis, esa urgencia, aumentada por cada anuncio trimestral del PIB y del empleo, puede jugar muy malas pasadas, si todo esto que se anuncia, al final, se conforma como un reclamo vano o vacío. Habrá que estar muy atentos y marcar en corto la situación.

Por tanto, y en referencia a la Ley de Economía Sostenible, se ha escrito mucho, se habían anunciado grandes expectativas que se verán confrontadas con la realidad en la medida que puedan desatarse reformas que necesitan la economía española y sus instituciones, y uno de los capítulos más esperados, jugosos y suculentos iba a ser el dedicado a la energía.

De hecho, con innegable oportunismo político, la ley, en teoría, estaba llamada a subsumir la Ley de Energías Renovables y Eficiencia Energética. Partamos de un hecho: la energía es una de las cuestiones más importantes de nuestro tiempo y de la que depende el desarrollo económico, el bienestar social y el futuro de las sociedades. Sin ella, no se entienden hasta los movimientos geopolíticos y estratégicos. Fíjense, por ejemplo, en la campaña que llevó a Obama a la Casa Blanca, cómo realmente quizá el escenario más importante en donde se dirimía el debate en el espacio político era la energía (y de ahí las reacciones que está desencadenando con su interés en la transformación del modelo energético americano). Fíjense en la atención que se está prestando en los distintos grupos e instituciones transnacionales como el G-20 o la Unión Europea.

Este tema es importante también en nuestro país, que no cuenta con recursos de energía primaria y que ha venido comportándose con una abstracción de las fronteras pasmosa, con un intervencionismo generador de ineficiencias, consumo desmedido y déficit que al final era solucionado. Eso sí que genera costes y precios por obra y gracia del control tarifario administrativo. Por eso sorprende la frivolidad con la que se está tratando esta cuestión y la ajeneidad a las cuestiones de corte económico y medioambiental de nuestra errática (por inexistente) política energética. En el fondo, lo único que ha preocupado es cómo no trasladar el coste de la energía o cómo distribuir su impacto en los sectores industriales anexos a la misma (el caso del carbón o el reciente de la termosolar son palmarios). ¿Es esto sostenibilidad?

Por ello, el hecho de fomentar un modelo energético sostenible (económica y medioambientalmente), así como eficiente es altamente importante y cobra una relevancia especial para que nos lo tomemos en serio. Casi trascendental. Lo que pasa es que la retórica no nos debe confundir y hay que seguir poniendo los pies en la tierra antes de caer en la más dulce y total renuncia a los postulados programáticos de la ley y su sonido de trompetas. Esa sostenibilidad supone reforma, transformación y cambio de modelo energético. Pero en serio. No se puede pretender un cambio de modelo e incrementar las ayudas públicas al carbón por la vía de trastornar todos los mercados energéticos y romper su lógica económica y medioambiental. O forzar el déficit tarifario o determinadas tecnologías renovables por compromisos colaterales con la política y el desarrollo regional. Y en medio de eso, exhibir una ley que tape la inconsistencia.

Por eso, sin hacer determinadas cosas en serio, no será creíble. Sin comportarse de forma coherente faltará la credibilidad necesaria en nuestra economía y en nuestras instituciones. Y sin tratar todo ello, mirando a los ojos a todos los agentes para abordar de una forma global las cuestiones que se derivan del problema energético, sólo serán pretensiones electorales postergadas o meros ejercicios de venta de mercancía mediática, poco sostenible en el tiempo.

Por otra parte, la sostenibilidad y la economía no sólo se deben cultivar en una ley, sino que deben ser el eje y norte de la actuación del Gobierno, en todas sus gestiones y actuación institucional. Sostenibilidad es buena regulación. Sostenibilidad son instituciones serias y creíbles, es resolver el entuerto de la CNE. Sostenibilidad es competitividad y mercado, con señales claras y estabilidad regulagoria. Sostenibilidad es definición de una política energética global. Es no dilapidar las primas a las energías renovables y utilizarlas correctamente. Sostenibilidad es no administrar estas primas con prodigalidad selectiva a partir de la generación de las burbujas a las que hemos asistido fruto de la mala regulación. Sostenibilidad también es acabar con un modelo de financiación dual del carbón, mediante subvenciones y precios altos, conjuntamente. Algo que ni es sostenibilidad, ni es economía.

Esperemos, por tanto, que esta normativa (tanto tiempo anunciada y que ha pasado por tantas vicisitudes en su elaboración) no defraude y entienda lo que quiere decir economía y sostenibilidad. Esperemos que las actuaciones políticas y decisiones del Ejecutivo se hagan en coherencia con el espíritu de estos dos términos. Si no, tendremos otro mantra nuevo, dentro del tacticismo gubernamental al que estamos acostumbrados, pero no habremos hecho nada. Seamos realistas, pidamos lo imposible: concreción a partir de este momento, coherencia y seriedad.

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