El rinoceronte regulatorio

El escritor y dramaturgo rumano Eugéne Ionesco escribió a mediados del siglo pasado una hermosa pieza del teatro del absurdo titulada “El rinoceronte”. Es una obra cargada de simbolismo: la forma de propagarse el nazismo en Alemania. Más o menos la enseñanza se puede resumir así: algo que nos parece extraño, de repetirse muchas veces, pasa a parecernos frecuente y a partir de ahí puede convertirse en algo habitual, para instalarse finalmente en la normalidad de nuestros usos y costumbres. En la obra, los protagonistas empezaban a ver rinocerontes poco a poco, hasta que les parecía completamente normal verse rodeados de estos plantígrados.

Y todo esto viene al caso porque un titular del suplemento negocios de “El País”, decía recientemente, al referirse al plan estratégico de Enagás, para justificar el motivo por el que sus previsiones no seducían a los inversores en que no se despejaba el riesgo regulatorio alrededor de la compañía. Como si las empresas administradas pudieran hacer algo en este plano, más que sufrir las consecuencias de la regulación o de la acción directa del regulador. En este momento, el mercado recordaba la intervención del Ministerio de Industria, a través de la Secretaría General de Energía, recortando la retribución de los activos gasistas regulados a principio de año, lo que provocó un temblor en el valor más importante que el que recibieron empresas como Repsol cuando Hugo Chávez decidió nacionalizar los activos energéticos (las malas lenguas atribuían esta medida al hostigamiento al anterior presidente de la compañía, Antonio González Adalid).

El problema es que ya dentro de los análisis económicos y financieros de las publicaciones más serias hemos introducido el término ‘riesgo regulatorio’ con la más absoluta normalidad. Ya explica muchas situaciones y peligros de las empresas, y nos parece lógico que un regulador pueda alterar cada año las reglas de los mercados, modificando la retribución de activos que se instalan con mucho más tiempo de pervivencia como en el caso gasista, buscando la retroactividad o la arbitrariedad regulatoria como en el caso eólico (todavía en el horno), la liquidación del déficit tarifario de cada año, o el descuento de los derechos de emisión entregados a las eléctricas con criterios interpretabales, en último término.

Por el momento, ya nos parece normal que un Gobierno, un Ministerio y un Secretario General, ungidos del Boletín Oficial del Estado, ejerzan toda su potestad con absoluto desprecio a las leyes de los mercados financieros, a los inversores y a los accionistas. Es lo que se denomina adoptar una convención: los gobiernos están para campar a sus anchas, porque para esto están los votos cada cuatro años. El que venga detrás, que aprenda para cuando le toque.

Todo ello, sin intentar valorar lo que significa para los análisis que se realizan de la economía de un país (lo que se denomina en terminología de inversión exterior y comercio internacional, riesgo-país), por ejemplo, que aumente el riesgo regulatorio. Es decir, que nos podemos precipitar hacia posiciones que ocupan países con mucha menor seguridad jurídica, debido a nuestros usos y costumbres.

Y todo eso, para finalizar con la pléyade de mecanismos de intervención en los mercados, sin contar con una posibilidad adicional: la capacidad de intervenir muñendo alianzas empresariales o la posible intencionalidad, acción directa o indirecta para unir empresas (privadas, con sus accionistas y todo), venderlas, trocearlas o hacer cambiar sus presidentes y consejero delegado. En el caso que nos ocupa, por ejemplo, además de todo lo ocurrido en las ultimas operaciones en el sector, que se confirme esa operación ‘sotto voce’ de integrar Red Eléctrica y Enagás (que, como ya anticipamos en Energía diario, ya hay un banco de negocios trabajando en ello desde septiembre pasado).

Cada vez hay más rinocerontes.

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