El Parlamento Europeo rebaja el límite propuesto a biocombustibles que compiten con alimentos al 6%

«La industria del aceite de palma (utilizado para fabricar estos biocombustibles) ha ejercido una presión realmente indecente», aseguró la ponente del informe ante la Eurocámara, la eurodiputada liberal Corinne Lepage (ALDE).

«Hace cinco años que soy eurodiputada y nunca he visto una presión de los lobbies tan grande como la que he visto ahora», añadió, y admitió que si se aceptó el 6%, fue para asegurar que el texto pasara.

Lepage afirmó, no obstante, que está «contenta» de que al menos exista un límite a los biocombutibles de primera generación, al tiempo que consideró que el resultado final es «equilibrado» y manda «una señal fuerte».

La Comisión Europea propuso que el límite a los biocombutibles tradicionales se fijase en el 5%, mientras que las comisiones de Medio Ambiente y de Energía del Parlamento Europeo solicitaron un 5,5% y un 6,5%, respectivamente.

La Unión Europea tiene como objetivo para 2020 que el 10% de toda la energía utilizada en el transporte provenga de una fuente limpia.

La Comisión Europea sugería que para alcanzar ese 10% sólo se pudiese utilizar un 5% de biocombustibles tradicionales, mientras que el restante 5% debería conseguirse mediante biocombustibles de última generación, electricidad y otros recursos ecológicos, a los que se aplicaría un índice multiplicador que elevaría su valor a la hora de contabilizar.

«El sistema multiplicador propuesto por la Comisión no gustaba nada a la industria», reconoció en una conversación el experto de Oxfam Marc-Olivier Herman, quien explicó que en su lugar se propuso una meta vinculante del 2,5% para biocombustibles de segunda generación, fabricados con algas y algunos residuos.

La propuesta del Pleno, por tanto, -aprobada por 356 votos a favor, 327 en contra y 14 abstenciones- fija un máximo del 6% para biocombutibles tradicionales y un mínimo del 2,5% para biocombustibles de segunda generación; y deja el 1,5% que falta para llegar al 10% en 2020 abierto al uso de otras fuentes limpias.

«El resultado es una gran desilusión porque se han quedado fuera cuestiones esenciales que había respaldado la comisión de Medio Ambiente del Parlamento Europeo», sostuvo Herman.

Herman explicó además que el Pleno introdujo un objetivo vinculante nuevo y contradictorio, que obliga a que en 2020 el 7,5% del combustible que se utilice en el sector de los transportes sea etanol, es decir, un biocombustible tradicional.

La Oficina Medioambiental Europea (EEB) indicó que el límite «excesivamente generoso» apoyado por el Parlamento Europeo obliga a los ciudadanos europeos y a los Gobiernos nacionales a seguir financiando a una industria que causa más daño que beneficio.

Sin embargo, EEB sí consideró un logro que el Parlamento Europeo haya reconocido que la producción de biocombutibles tradicionales genere un aumento de las emisiones contaminantes y haya decidido incluir este concepto en la legislación sobre calidad del combustible, aunque lamentó que vaya a hacerlo sólo a partir de 2020 y no antes.

Greenpeace consideró «incoherente» el planteamiento del Parlamento Europeo y criticó que por un lado reconozca que los biocombustibles clásicos son perjudiciales para el medio ambiente, y por otro, les apoyen política y financieramente.

Las organizaciones ecologistas son contrarias al uso de biocombutibles clásicos, como el etanol y el biodiésel, porque se fabrican a partir de maíz, plantas oleaginosas, soja, girasol, palma y otros cultivos. Consideran que su fabricación va ligada a la deforestación y a la reconversión del uso de un terreno originalmente dedicado a la producción de cultivos para consumo humano.

Esto suele traducirse en una subida del precio de los alimentos y además genera un problema grave desde el punto de vista del cambio climático, ya que al eliminar bosques se pierde también el servicio que prestan de forma natural como sumideros de carbono (asimilan CO2 atmosférico en el proceso de fotosíntesis, con lo que ayudan a reducir las emisiones).

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