Copenhague mon amour

La presencia de más de cien líderes mundiales en la Cumbre, la estratégica visita de Obama y las primeras señales de las tres economías más contaminantes del planeta de que se pueden producir cambios en su trayectoria en materia de medioambiente, parece que pueden invertir la tendencia al pesimismo que hasta hace un mes invadía los preparativos. Hoy, todo son esperanzas y llamamientos a la generosidad y altura de miras en las negociaciones que tienen que celebrar los distintos países entre sí, para conseguir una reducción de emisiones sustancial, de entre el 25 y el 40 %. La oferta norteamericana (reducción del 17 %), la reducción de intensidad energética prometida por China (aunque con problemas para su verificación) y también los compromisos anunciados por la India, han impulsado esta Cumbre y ha desatado una cierta ilusión colectiva que esperemos no se desabarate.

En medio de estos preparativos, le ha echado morbo la difusión del robo de unos correos electrónicos que alimentarían a los negacionistas del cambio climático, al señalar que algunos científicos han exagerado las consecuencias del mismo, en algo que se califica de nueva religión. Los ultraconservadores y los sectores más reaccionarios están intentando, sin mucho éxito, dinamitar el espíritu de protección del medio ambiente que se ha generado en torno a esta cumbre.

Por su parte, según se ha podido saber estos días, España va a anunciar las que serán sus propuestas en materia energética durante la presidencia de turno de la Unión Europea, cuyas líneas principales serán «la seguridad de suministro», la organización de una Conferencia de los Ministros de Energía y conseguir el apoyo a varios proyectos en curso (entre ellos el de captura de carbono de Ciuden). Esperemos que no sea un ejercicio de voluntarismo, de realidades demoradas futuras, y que debido a nuestras propias inconsistencias internas de “descafeine”, no se vea mermada la capacidad de nuestro país en tanto que anfitrión para comprender e impulsar directrices referidas a la política energética comunitaria (con nuestra peculiar “tercería vía autóctona”) en este caso.

Volviendo a Copenhague pero relacionado con la política energética española y como decía en días anteriores Pedro Linares en El País (en un artículo firmado junto a Gonzalo Sáenz de Miera), «cualquier acuerdo de esta naturaleza exige una decisión previa sobre el modelo energético que queremos, es decir, sobre la forma en que producimos y consumimos la energía, que es origen, en gran medida, de las emisiones de gases de efecto invernadero». Y, estas son decisiones que afectan al mix energético, a la competitividad y al precio de la electricidad. Todo ello son cuestiones de medio plazo si lo que se quiere hacer es serio y se quiere hacer de forma ortodoxa. Para ello, Linares reclamaba mayor conocimiento, mejores estudios, más análisis estratégico, para perfilar una estrategia española y recordaba la desgraciada negociación y el resultado de la misma del 15 % sobre las emisiones de 1990. En este artículo, Linares era «condescendiente» con los gobiernos y no enseñaba los trapos más sucios, además de evidenciar que volvemos a estar ante este nuevo acuerdo como estábamos respecto a estudios y estrategia: con una mano atrás y otra delante.

Por eso, y ante este escenario, hay otra manera de negar ese espíritu medioambientalista mucho peor. Y esa negación es la hipocresía. Es «ir de ello», ir de medioambientalista, sin serlo, generalmente para los comicios electorales, en los mítines, en los encuentros con los colectivos ecologistas, y luego, en virtud de razones volubles, actuar en sentido contrario de forma farisea, unos de corte distributivo por tecnología, otros de corte empresarial y otros derivados de presiones concretas. Tenemos muchos ejemplos en el caso español y Kyoto, lo que ha derivado en una visión muy pesimista de los resultados en nuestro país y de la seriedad a la hora de afrontarlo. Desde la distribución de los derechos de emisión por tecnologías hasta la detracción de derechos de emisión. Por no hablar de la pretensión de perpetrar el aumento de la generación de electricidad mediante la quema de carbón nacional bajo la excusa de la seguridad de suministro (en momentos en que más abundancia y sobrecapacidad existe en el sector energético).

Incluso, algunas decisiones, en apariencia medioambientalistas en el muy corto plazo como la «inflación» y «burbuja» de determinas tecnologías renovables, operan en sentido contrario en el largo plazo. Sobre todo, cuando las decisiones de precio de la energía chocan con la incapacidad política de asumir las consecuencias de sus actos previos en un ejercicio de improvisación con cuestiones que tienen mucho de medio plazo: inversión, modelo energético y medioambiente. Cosas que no se arreglan de la noche a la mañana con graciosas decisiones de gasto público, de ensoñación intervencionista y voluntarista.

Por tanto, la pregunta es, a la vista de la revitalización del proceso de Copenhague y México, si esta vez nos lo vamos a tomar en serio y no vamos a poner una vela a Dios y otra al diablo. Porque frente que tener una estrategia, el siguiente paso negativo es tener una estrategia equivocada. Y peor que una estrategia equivocada es no tener estrategia. Y, aún peor que no tener estrategia es no tenerla y estar sujeto a la administración de las presiones momentáneas y el coyunturalismo. Porque quien no sabe adónde va, puede aparecer en cualquier sitio.

La carencia de ese modelo global incapacita la definición de una estrategia coherente en materia de cambio climático, con señales claras a los agentes, sobre sus implicaciones, costes, sobre los precios de la energía y sus tendencias. Y, en ese río revuelto, sólo hay ganancia de pescadores (y de especuladores). Por eso, Copenhague debería ser un punto de inflexión para que empezáramos a hacer las cosas en serio.

0 comentarios

Dejar un comentario

¿Quieres unirte a la conversación?
Siéntete libre de contribuir

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *