Valor, costes o precios

La semana pasada en su columna habitual en el diario Cinco Días, Miguel Ángel Aguilar, periodista de raza y maestro en la profesión, volvía a tratar uno de sus temas más recurrentes en ese rotativo: la presunta diferencia entre costes y precios en el mercado de generación de electricidad. Aguilar partía de Machado para señalar la necedad de confundir valor y precio, para incurrir en otra que es confundir precio con coste, de forma que lo que deben fijarse son precios correlacionados con los costes, surtidor inagotable de la grave carencia en materia de cultura económica que arrastra nuestro país y en el que arraigan argumentos de otra época, de otro momento y de otro lugar. Aguilar recibe “informaciones” con poco filtro y con poco equilibrio y eso se traslada a la construcción de su opinión, incluso con la forma de repetir los argumentos, que en algunos casos es hasta ciertamente mecánica y ajena a su propio lenguaje. Lo que seguramente conoce menos, son las consecuencias de lo contrario del modelo que tenemos actualmente, el mercado, dado que lo dibuja como modernez insoportable, siendo como es, un hombre progresista y que reconoce la evolución social de nuestro país. Y, han sido los mercados y la competencia los que han desarrollado una economía moderna.

La teoría es sencilla, en el mercado de la electricidad se fija un precio único del kilowatio, y ese kilowatio producido “produce” mayores diferencias dependiendo de la tecnología que lo produzca. Contra esas diferencias se muestra Aguilar y las señala como causantes del déficit tarifario, así como peso muerto para resolverlo. Al menos, después de un tiempo, hemos avanzado y se habla de déficit tarifario con conocimiento y con una cierta visión común de lo que es, aunque no de su causa o de la forma de resolverlo.

En todo ello, como sustrato ideológico, un informe que el Consejo de la CNE aprobó de forma irregular (el anterior director de Regulación incorporó el contenido de un informe elaborado por un consejero concreto, Jorge Fabra, con datos que obviaban hasta la propia contabilidad de las empresas) forzando hasta obtener grandes diferencias entre dos tecnologías: la nuclear y la hidráulica y cuestionar el propio mercado. Este mismo “informe” (que podría ser una Teoría sobre la Justicia Distributiva de las instalaciones de generación energética y de sus kilowatios, si nos ponemos), ha servido de ariete también contra las energías renovables. Se trataba de volver a modelos que tanto nos recuerdan al pasado franquista, en que se intervenía todo y existía un sentido de justicia falangista, que tanto ha hecho para que los españoles confundan socialismo con nacionalcatolicismo, y por supuesto, no reconozcan ni el funcionamiento de un mercado, ni en pintura. Dios, patria, pan, justicia y nobles próceres que fijen la retribución de los humanos dedicados a las actividades empresariales. Anhelo de empresa pública, chóferes, ordenanzas. Lo moderno no es el mercado, es por tanto, el extinto INI.

Evidentemente en todos los sectores, con sus distintas empresas, cada tecnología tiene costes diferentes (coincidan o no con los calculados mediante metodologías puramente académicas y torticeras). El eléctrico no es diferente. Y, lo que es más evidente es que nadie acude a un mercado a preguntar cuándo le venden un producto o un servicio en concreto, que cuánto le cuesta. Pruébenlo a ver si sale. Y, cuando ha pasado, se ha utilizado para que las empresas tendieran a aumentar sus costes para que les dieran una mayor retribución. El monopolio, siempre es más caro que el mercado para el consumidor. Es decir no había incentivo, ni a la inversión ni a la eficiencia. Eso sí que es “plusvalía”. Seguramente, Aguilar se quedaría sorprendido de lo que “cuesta” un SMS a una operadora de telefonía con respecto a su precio final, contra los que no mantiene paradójicamente una cruzada tan frontal. Es decir este debate es artificial y “provocado” desde instancias colindantes con las teorías retroprogresivas que alimentan el susodicho Informe.

Y también cada tecnología en la generación eléctrica tiene funciones diferentes, aunque parece en teoría comparable el precio de un kilowatio nuclear con uno hidráulico, o con uno obtenido en una central de carbón, lo cierto es que una central hidráulica se usa muchas menos horas al año porque es un tipo de tecnología que se utiliza para lo que son momentos “punta”. Y otras tecnologías son la base que mantiene el sistema eléctrico en términos de producción. Quiere decirse que, dado que todas las empresas tienen sus propios activos de generación, su resultado también es “medio” y que todas combinan sus distintos activos, por lo que los resultados deben ser conjuntos de las empresas y para nuestro mercado, el español.

Para ilustrar estos argumentos se señala que no se pueden construir nuevas centrales hidráulicas o nucleares, aunque otro fenómeno mediante el cual se suprimen esas barreras de entrada es la adquisición de empresas y activos, si están lo suficientemente bien valorados. Además, en un contexto como el Mercado Ibérico de la Electricidad, nuestro vecino luso está construyendo nuevas centrales hidráulicas a las que nuestras empresas aspiran. Por tanto, los argumentos simplistas y “justicialistas” a la forma de un peronismo energético, tienen poca sostenibilidad y poca resistencia para una discusión más o menos seria.

El segundo “argumento” blandido, esgrimido, en esta, eso sí, vehemente columna es que no se puede resolver el déficit tarifario desde los precios. Algo que es radicalmente falso. En paralelo, porque la causa real del déficit es la incapacidad política continuada para adecuar los precios de la energía a los ciudadanos y hacerles pensar que son venezolanos y que pueden gastar sin tasa. Por eso esa sorpresa con la labor didáctica que trata el Ministro de impulsar con el ahorro (cuestión cierta aunque insuficiente, son los precios los que moderan el consumo). Hay formas en el corto plazo y en el largo plazo: en el corto plazo, que las tarifas se ajusten al precio de mercado. En el largo plazo, que haya capacidad instalada excedente y tecnologías eficientes compitiendo entre sí. Pero claro, hay que competir. ¿Quién proporciona estos argumentos “tan sólidos” a los medios de comunicación, contribuyendo a boicotear las políticas de ahorro y eficiencia energética?

Un mensaje que no podría ir más allá de una cierta ‘boutade’ intelectual más o menos izquierdista/izquierdoide y más o menos, contraria al mercado, consecuencia de una aplicación de la teoría marxista de la plusvalía aunque sea por instalación, versión peculiar. Pero sucede que, obviamente, esta opinión no es inocente, en el momento en que se está negociando cómo acabar con el déficit tarifario, figura resultante de la diferencia entre la tarifa cobrada a los usuarios y la tarifa que realmente saldría de calcular todos los costes y precios que se deben incorporar, sin «ajuste político». Por eso, habrá que preguntarse quién y cómo está empeñado en aportar estos argumentos, sin su contraparte, sin su correlato en los efectos en el medio plazo de fomento de la inversión o de fomento de la competencia hacia empresas e instalaciones más eficientes. Así se han incorporado más de 23.000 GW en pocos años, gracias al mercado, saliendo de una situación de regulación basada en costes reconocidos.

La ortodoxia en garantizar en el sector eléctrico que estamos ante un mercado ha desatado una fuerte reacción entre los retroprogresivos (colectivo de ‘intelectuales’ defensores de la vuelta a una especie de Marco Legal Estable de precios regulados por tecnología y costes) contra el actual Ministro de Industria (cuyas ocurrencias en determinados momentos a la hora de tratar las cuestiones más serias le pueden pasar factura), y probablemente, contra la Unión Europea que promueve la liberalización de los mercados de la energía y, siguiendo ese camino, contra la caída del muro de Berlín y el resto de instituciones económicas internacionales. Y, contra el mundo, y contra Obama que, cree en los mercados y en la buena regulación, ahora que en tiempos de crisis, la necesidad de buena regulación se confunde con una rapiña intervencionista, más Estado como sea, que admite pocos matices a la hora de volver al gasto público (productivo o no), a las empresas públicas y denostar la iniciativa privada y el mercado per se, por la vía de volver a un modelo de sucursalismo político de las empresas y no de libertad, bien entendida, gestionada y bien regulada. No amaestrada.

Hoy en el mismo medio, se habla de lo que ha sido una constante en el sector en los ultimos años. El riesgo regulatorio. Continuará.

Operación ‘Muñeka rusa’

La operación de adquisición del 30 % de Repsol por parte de la petrolera rusa Lukoil, motivada por la situación de la constructora Sacyr Vallehermoso (y también por el interés de La Caixa, a través de Criteria que ve cómo mejorar los resultados de esta sociedad), encierra un número considerable de dobles y triples lecturas, en forma de “muñeca rusa”, es decir, lecturas sucesivas y, a su vez, descendentes y probablemente muy escondidas, incluso de forma arborescente. Nadie hubiera dicho que Repsol, una petrolera cuyo tamaño no es especialmente trascendente para que estuviera en las quinielas de las grandes operaciones a nivel internacional, haya desatado o vaya a desatar una tormenta política de tan amplio calado.

El primero, probablemente, es el hecho del anuncio fallido y de corta duración de que la empresa rusa que iba a ser la que hiciera la operación de compra de Repsol era Gazprom. El ejercicio (bastante pueril) de presentar a Gazprom como una empresa pública y, seguidamente, una vez descartada en primera instancia, que aparezca en su sustitución, casi orquestada, la también rusa petrolera Lukoil como empresa privada (inclusive participada por una empresa norteamericana). Sobre todo por que el concepto de público y privado en Rusia en lo que se refiere a sector energético es bastante relativo, así como la intervención que ejerce el Kremlin en estas cuestiones. Eso sin contar la ausencia de “reciprocidad” a la hora de que empresas extranjeras puedan participar en las empresas rusas.

La segunda cuestión es la razón por la cual Lukoil sería capaz de “aceptar”, comprar a un precio caro (27-28 euros, mientras que el mercado marca la mitad), un 30 % de Repsol y contar únicamente con derechos de voto por el 10 % del capital social de la petrolera y cuatro consejeros en el seno del Consejo de Administración. Precio caro, participación alta y sin prima de control. A primera vista, esa situación tiene un carácter coyuntural o temporal, o mejor dicho, tiene todos los visos de una permanencia en el tiempo totalmente discutible. Una situación que seguramente llevaría a la inestabilidad y al deterioro en las relaciones internas en el seno de la compañía.

La tercera es el papel que haya podido tener la Moncloa (y sus adyacentes o brazos activos: el modelo Oficina Económica redivivo) en conciliar los intereses de Luis del Rivero (Sacyr Vallehermoso) y de La Caixa con los de la empresa rusa. La propia operación de venta itínere y los procesos en los que ha participado el empresario murciano, como el asalto al BBVA son ahora recordados, punto por punto, en todos los medios.

Visto los indisimulados posicionamientos, sobre todo del actual Ministro de Industria, Miguel Sebastián y de todo su entorno, contra la operación como se recoge en todos los medios. Algo de lo que la prensa se ha hecho eco de forma fehaciente “Haré todo lo posible para que Repsol continúe siendo española e independiente” afirma Miguel Sebastián. Parece que ni en el gobierno, ni en el Partido Socialista, hay unanimidad en torno a esta operación que muchos consideran temeraria. El propio ex presidente del gobierno Felipe González (y responsable del grupo de sabios de la Unión Europea) ya se ha mostrado también muy contrario a la operación. En el Partido Popular las cosas están igual, porque la posición del partido y de Rajoy es una (contraria a la operación por motivos estratégicos), a la vez que se están difundiendo los intereses paralelos de Aznar (medidador internacional de empresas internacionales como hoy publica el diario El Mundo) y Rato (Presidente del Consejo Asesor de Criteria).

Una doble lectura del modelo de ‘muñekas rusas’, relacionado con el gobierno, sería qué querían decir las declaraciones de la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, en el sentido de que el gobierno quiere que “la gestión de la compañía siga en manos españolas”. Gestión y propiedad son cuestiones con las que no se juega y, de forma sibilina, no pueden ser utilizadas de forma confusa ante la ciudadanía.

El cuarto, es el propio ejercicio que conlleva a nivel internacional, en el seno de la Unión Europea, entregar de buenas a primeras una empresa como Repsol a manos rusas en medio de un conflicto latente y no cerrado con esta potencia a cuenta de la energía. Está claro que la cercanía de Europa a Rusia y sus reservas naturales, anticipan un conflicto en el que hace falta un mayor liderazgo para resolverlo y una posición conjunta en que los países centroeuropeos tienen mucho que decir.

La quinta es cómo afectará, la irrupción de este operación en el proceso de compra de Unión Fenosa por parte de Gas Natural, en la medida que Repsol mantiene un porcentaje de control importante sobre la gasista. Cuestión que en muchos sentidos no es nada inocua y que afectará a los propios mecanismos de participación que actualmente tiene Repsol en la gasista, algo que aboca a que La Caixa refuerce su control en la gasista a marchas forzadas.

Quedan, seguro, por conocerse más desdoblamientos. ¿Hay alguna muñeka rusa más?

Desde Rusia con amor

La irrupción de la compañía privada rusa Lukoil en el panorama empresarial energético español con su interés por entrar en Repsol mediante la compra de un importante paquete accionarial (el de Sacyr Vallermoso y un 9% de Criteria) no ha sido una sorpresa. En primer lugar, porque el ruido de campanas ya estaba entrenado desde que se empezó a especular recientemente con la posibilidad de que Gazprom (otra compañía rusa, esta vez pública) entrara en liza por participar en la, actualmente, petrolera hispano-argentina.

La reacción a la noticia ha sido contradictoria, al menos aparentemente. En primer lugar, han surgido los primeros demonios familiares consistentes en un modelo de resistencia del “españolismo” cosmopolita de Repsol. Una llamada quizá a un proteccionismo de baja intensidad en un sector estratégico. Pero, al mismo tiempo, y con la boca pequeña, la situación en este caso de Sacyr Vallermoso y la necesidad de buscar comprador a ese paquete accionarial que alivie la deuda y los avales de la constructora, han hecho más laxo, e incluso más hueco este discurso, que enseguida se ha suplantado con otro, el de libertad de mercado, combinado con que Lukoil es una compañía privada completamente, con lo cual nadie puede oponerse a las fuerzas del mercado. Como hemos podido leer en varios medios de comunicación, parece que el propio Ministro de Industria ha participado en las conversaciones con las empresas rusas y hay medios de comunicación que se atreven a más, llegándalo a calificarle de “broker”.

Por su parte, la oposición política, casi en pleno, considera que se trata de una operación estratégica y que la compañía española no debería entrar en la órbita de empresas que no pertenecieran a la Unión Europea y lanzan sospechas sobre el modelo de capitalismo emergente ruso. La red de disttribución y estaciones de servicio y la participación en Gas Natural (por su parte, incursa en la adquisición de Unión Fenosa) confirman el efecto dominó que puede tener la compra. Hay que tener en cuenta que las relaciones en el ámbito energético entre Rusia y la Unión Europea están en el trasfondo de la operación, lo que evidentemente, alimenta más la suspicacia que podría tener mayor resonancia si lo llevamos al terereno europeo.

Puede llegarse a interpretar que la opción Lukoil puede ser el Plan B de las autoridades rusas, dadas las reacciones que tuvieron lugar en el seno de la Comisión Europea cuando se empezó a desvelar el interés de Gazprom por la petrolera. Sobre todo de cara a que debiera existir reciprocidad en la posibilidad de adquisición de compañías rusas. En todo caso, si que parece que la construcción actual del sector energético ruso despierte fuertes recelos en el ámbito europeo (motivos geoestratégicos no faltan) y que la operación no sea una “perita en dulce” políticamente hablando para nadie, pudiendo convertirse en un caramelo envenenado. De hecho, y de ahí el título folletinesco/detectivesco de este artículo, a la medida de las películas del agente 007, hasta los servicios secretos parece que han intervenido advirtiendo de los riesgos de la operación a Asuntos Exteriores, según se ha podido conocer hoy.

En el fondo de la cuestión, todavía queda por resolverse tanto en el seno de la Unión Europea, como en su perspectiva económica internacional cuáles deben ser sus relaciones empresariales y políticas, intra y extra comunitarias más allá de los sustos puntuales. Hemos asistido a operaciones e intentonas de operaciones en los que empresas públicas han intentado hacerse con empresas privadas (en el ámbito intraeuropeo), y a operaciones en las que las condiciones de participación y adquisición de empresas no era simétrica ni recíporca entre países. Por otra parte, es en el plano energético en el que las condiciones para la realización de operaciones encuentran más resistencia desde las autoridades comunitarias de competencia. Y, esta situación y contexto, es si cabe, aparece más amplificada en esta operación, dónde además se contemplan los intereses geoestratégicos con su mayor crudeza. El modelo de proteccionismo súbito de los sectores empresariales (es decir, el que aparece cuando hay una operación en ciernes) es tan perjudicial como el modelo de libre mercado (súbito y sin simetrías).

Imaginemos que esta operación en lugar de lanzarse desde Rusia, fuese desde una petrolera norteamericana quien la detonará. ¿Tendría todas estas reacciones?

Y, mientras, la CNE y su función 14 con estos pelos.

Como un cencerro

Más vale estar callado y parecer tonto, que abrir la boca y confirmarlo. Groucho Marx

La Comisión Nacional de Energía inundó el pasado viernes los teletipos de las agencias con su decisión de proponer al gobierno una subida de las tarifas eléctricas del 31 % el mismo día 1 de enero de 2009, sin ninguna visión de transitoriedad de la situación actual a la liberalización concreta. Y, lo inundó junto con las reacciones del gobierno que tachaba la propuesta de “absurda” y “pintoresca”, según las propias declaraciones del Presidente del Gobierno y del Ministro de Industria, Miguel Sebastián, respectivamente. Seguramente, que como se dice, los dos se vieron sorprendidos en su buena fe, por la última de la Comisión Nacional de Energía en su versión más incendiaria, aunque visto el cariz que ha tomado el organismo durante el mandato de Maite Costa, ya no extraña nada.

Hay que partir de varios hechos para contextualizar la propuesta y el efecto descoloque de la misma. Estamos en un momento en que ya existe una conciencia generalizada del problema del déficit tarifario como un asunto grave e insoportable desde el punto de vista de nuestra sociedad y nuestra economía, así como para el propio sector energético. Hasta hace cierto tiempo era una custión “oculta”, en la medida que se cocinaba su solución en los reductos de las órdenes ministeriales y los decretos de tarifa. El hecho de saltar a la luz tiene su origen en tres factores: el volumen estratósferico alcanzado fruto de la evolución de precios energéticos (que además ya supone una parte importante de la factura actual); el hecho de que el problema de la colocación del déficit tarifario se haya manifestado con toda su crudeza, fruto de las condiciones de los mercados de capitales y de la desastrosa gestión con los agentes financieros efectuada desde el propio organismo regulador; y el hecho de que la inminencia de la última fase del proceso de liberalización impeliese de forma inminente a los responsables que no han podido trasladar nuevamente la carga al futuro. Algo que también ha dado alas a los contrarios al funcionamiento del mercado eléctrico para cuestionarlo y reclamar la vuelta al pasado de intervencionismo y precios

Podemos decir que en esta toma de consciencia se ha avanzado, tanto por la conciencia de que el déficit tarifario existe, como que éste ha alcanzado un volumen muy importante, hasta convertirse en una hipoteca eléctrica. Como es conocido, el déficit tarifario se produce porque existe una insuficiencia de la tarifa eléctrica (aprobada, regulada y política, en efecto) para cubrir la retribución de los distintos costes y elementos del sistema eléctrico. De hecho, la tarifa ha evolucionado de acuerdo a indicadores como el IPC, mientras que la evolución de los precios energéticos ha sido muy diferentes por muchos motivos de oferta y demanda.

Asimismo y por si hubiera dudas, en este medio, como es público, a través de nuestro ideario y de nuestra postura editorial estamos a favor de que las tarifas recojan los precios y costes reales de la energía, conforme a sus respectivos mercados. Actualmente, estamos ante tarifas de distorsión masiva que provocan fuertes impactos en el comportamiento de los agentes, dado que se desconocen los precios de la energía y se consume sin atención a ellos. Y, la solución, obviamente, no es manipular la legislación o intervenir, para evitar el comportamiento de los mismos. Del mismo modo, nuestra posición ha sido crítica con la tarifa social, en primer lugar por que pretendía lanzar el mensaje de que la energía se puede regalar y, en segundo lugar, por los propios resultados de la misma, por lo que no se puede decir que haya sido un éxito regulatorio ni siquiera para lo que se pretendía.

La CNE está out

Ahora, este informe de la Comisión Nacional de Energía se puede calificar de “pasada”, con todo el país, los responsables de la Administración y del sector buscando soluciones, plazos, negociaciones, analizando los componentes de la tarifa, tratando los puntos en los que hay que mejorar la colocación y posibilitar incluso la refinanciación de la deuda tarifaria acumulada. Por eso, este organismo, teóricamente especializado, regulador independiente del sector energético, no puede ventilar así la revisión tarifaria del uno de enero y tendría que haber contribuido, con alternativas a la misma. Tampoco puede, ni debe poner al gobierno en una dificultad de este calibre de una forma tan frívola, ni tan irresponsable, ni en la obligación de desautorizar el organismo que ya va por la enésima pérdida de credibilidad, en un ejercicio suicida de su papel. La forma de entender la independencia no es la de un electrón suelto y por tanto las críticas al mismo no se pueden situar en el plano de la ironía.

Esta propuesta, conocida y difundida así, confirma la situación de un organismo que hace, como dice el propio Ministro, “informes pintorescos”, que ha perdido los referentes de todo punto (dado lo prolífico de los informes inexplicables del organismo que ha proferido, incluido el Informe de Costes y Precios, del que seguramente habrá alguna reverberación asociada en esta revisión de tarifas). Por otra parte, este comportamiento, contrasta con otro espectáculo, el organizado a cuenta de la revisión de tarifas del gas dónde la CNE se inclinaba por un 5,6% e Industria un 9% o los que se montaron con motivo de las posiciones de las tarifas del tercer y cuatro trimestre de 2008.

La CNE hoy está “out” para desempeñar un papel relevante dentro de la última parte del proceso de liberalización del sector eléctrico. Su papel es totalmente prescindible como ya ha hecho ver el propio Presidente del Gobierno. Esta ajena a la situación y a la responsabilidad que es preciso exigir a un regulador independiente y especializado. No puede dedicarse a propiciar estampidas y revuelos de estas características que provocan que este problema no se aborde con seriedad y rigor, generando una considerable alarma social. No es admisible. Es una muestra del deterioro en el organismo a nivel gestor, e institucional, que adquiera tintes galopantes y desbocados y que sea además de conocido en el universo mundo, en todo sector, en el Gobierno y en toda la Administración. A ello se une una situación de interinidad y una gestión muy controvertida y poco acorde con los tiempos de austeridad. Actuaciones como la del viernes no hacen sino marginar a la CNE y poner en solfa el papel de un organo regulador independiente en este sector, que es necesario, pero que hoy es un peligro público. La CNE con este informe ha abierto la boca y ha expuesto su situación con toda crudeza.

En este caso, está claro, si no se es parte de la solución, se es parte del problema.

Se está haciendo cada vez más tarde

El título de este artículo está sacado de una novela del escritor italiano Antonio Tabucchi, “Se está haciendo cada vez más tarde”, con extraordinaria finura, es una novela epistolar, un libro donde un protagonista esencial es el tiempo, incluso dónde los tiempos se vuelven del revés y las personas se extravían.

Una situación de estas característias es la que estamos viviendo en el caso de las “negociaciones” (o lo que sea) entre Industria y el sector eléctrico para resolver el déficit tarifario y completar el proceso de liberalización, por otra parte, una patata caliente, abrasiva, dejada y abandonada a su suerte por las anteriores Administraciones energéticas (que además vivieron los tiempos de bonanza económica pero con poco sentido común).

En este ámbito, los sucesivos aplazamientos que están teniendo lugar en la ronda de reuniones que el Ministro de Industria iba a tener con los altos directivos de las empresas eléctricas y con UNESA, no es una buena noticia, dado que el proceso de liberalización de las tarifas eléctricas se precipita por motivos ya sólo de calendario (por un sucesivo proceso de dejación política que recae sobre el sector eléctrico). Y es que la ausencia de acciones y de un plan completo que aborde los cambios que precisa el sector es un elemento que introduce fuertes incertidumbres, y ha pasado de ser prudente a ser temario. No transmite una visión o un modelo y sobre todo porque se puede acabar abrazando el recurso fácil de la demagogia o la incapacidad gestora.

Hay que tener en cuenta que aquí. el tiempo está jugando en este escenario. El tiempo (y los cambios que operan cuando se dejan pudrir las cosas) es lo que ha provocado por ejemplo que hoy se tenga que colocar en el mercado la deuda tarifaria de ayer y sea imposible, por motivos de los mercado financieros y de una actuación verdaderamente lamentable y desastrosa en el proceso de colocación. El tiempo es quien ha llevado al borde del precipio un proceso manejado con criterios de política de baja estofa: la que no quiere resolver problemas, la que no quiere reformas, la que no los quiere abordar seriamente (sin rigor) y la que los evita hasta que no se puede hacer otra cosa.

Por otra parte, ayer conociamos a través del diario Expansión la intención de Industria de reclamar a las eléctricas miles de millones derivados de los CTC, en un intento de rescate de una figura extinta jurídicamente, pero a la que se trata de insuflar oxigeno por el procedimiento de la respiración artificial, y por eso, casi se narra su vuelta en términos pugilísticos y épicos. Se trata de exhibir un espantajo legal a efectos de esa negociación, apremiada por la inminencia del proceso liberalizatorio y la situación incendiaria de la imposibilidad de colocar el déficit en los mercados financieros (lo que ha convertido a las empresas en prestamistas, dejando en el balance esta morosidad).

Y ahí viene otro de los problemas, la tentación del atajo, de la solución fácil, del decretazo. Las últimas administraciones han estado encaramadas a la chapuza permanente en el sector eléctrico, buscando soluciones oportunistas y atrabiliarias para reducir la factura energética: confirmando el uso político de la tarifa (algo que nadie duda, con la electricidad más barata de Europa y subvencionada, como si fueramos venezolanos). La detracción de derechos de emisión sobrevenida (y por procedimientos más que dudosos) o el chalaneo con la retribución de determinadas actividades, son ejemplos a los que hemos asistido con evidente falta de pudor, además del riesgo de judicialización de los mismos.

En este estado, los retroprogresivos, apostados, están en línea de salida para hacerse con soluciones “imaginativas”. Volver al pasado, marco legal estable y tentetieso. Costes reconocidos, no al mercado, ineficiencia en el sistema. Soluciones de marcado carácter expropiatorio como la vuelta de los CTC’s. Son los que más han aplaudido el fracaso político y del Estado en la figura demoníaca del déficit tarifario. Todo ello, menos asumir que la energía tiene un coste, menos diseñar y negociar una transición digerible, razonable, gestionar la colocación de los activos del déficit tarifario, refinanciar la deuda. Es decir gestión, gestión, gestión y oficio. Es la hora de la seriedad.

Todo ello, provoca que haya una situación semejante a la parábola del hijo pródigo (decidimos en el pasado ser manirrotos, no asumir los precios de la energía, o que unos se los subvencionen a los otros y, hoy, vía votocracia y boletín oficial del Estado, podemos desdecirnos ¿alguien puede estar tranquilo?) y no sería tan grave (que ya lo es), si no fuera porque además lo que se está jugando es la seriedad de nuestra economía, la seguridad jurídica, el respeto a los marcos legales, la inversión futura y riesgos observados de forma oportunista por los ciclos cuatrianuales o menores.

Y es que además, desde la Comisión Europea, nos están mirando, el espectáculo para evitar hacer lo que se debe hacer se puede ofrecer nuevamente (y ya tenemos bastantes reprobaciones en el ámbito energético). No valen las bombillas, las ideas felices o los proyectos al 2050 para resolver el problema que nos quema en las manos y que ha llegado a un estado de excepcionalidad jurídica. Nos están viendo y se está haciendo cada vez más tarde.

La cortina de humo y la sanción que corresponda

Nos desayunamos el pasado viernes con una noticia la de que la Comisión Nacional de Energía y el Ministerio de Industria estaban descubriendo un “fraude masivo” en lo que afecta a las energías renovables y en lo que se deriva de la inscripción en los correspondientes registros, lo que conlleva a su vez diferencias de retribución si en ese tránsito hay cambios regulatorios en las mismas. Al mismo tiempo, podemos recordar como Maite Costa decía la semana pasada en el diario ABC eso de “Barremos España” en referencia al seguimiento de precios de las gasolineras. Curiosa esta forma de asirse a la labor de inspección y supervisión, cuando la CNE se ha dedicado, fundamentalmente a ideologizar los problemas y a cuestionar mercado. Una forma curiosa y peligrosa de ponerse en primera plana, además de generar nuevos elementos de inseguridad, por intentar politizar una labor que debe ser precisa, rigurosa y técnica.

De este modo, es particularmente curioso como el organismo regulador tiene pocos matices a la hora de difundir una noticia de esas características, en la que todavía prima la utilización del indefinido: alguien, algunos, muchos, podrían y a dar explicaciones de las diferencias de precios. Una estadística de los resultados de los MW instalados y otra de la energía que se vierte a la red. Poca concreción en los expedientes, en los casos, en los tipos de situaciones. La verdad es que poco. Pocas precauciones y, al mismo tiempo, en otro ejercicio de riesgo, como en una misma tacada es capaz de llevarse al Ministerio de Industria de calle (hay que intentar que sea pareja de algún viaje).

Aparejado a la difusión de la noticia, se señala como la CNE ha dispuesto de más de 30 personas para la investigación de este “fraude”. Eso es el total del personal técnico que tiene la CNE para inspección y para liquidaciones. ¿Quién barrerá España mientras para las gasolineras? ¿Quién hará las liquidaciones? ¿Ya no se harán? Otra exageración es la propìa insinuación delictiva que entraña la presunta delación, cuando en muchos casos se tratará de infracciones administrativas. Su volumen, cuantificación y calificación se conocerá con el tiempo y mucho nos tememos que el anuncio ha sido fuertemente prematuro, entre otras cosas, por la necesidad de hacer algo en la frontera del precipicio que sufre el organismo. Además, dentro de esa “política de comunicación” mediante el ‘bulo ilustrado’, no se realiza ninguno de los mecanismos institucionales que tendría que usar el propio organismo: notas de prensa, difusión pública y transparencia.

Por otra parte, hay que analizar dos fuentes, causas u orígenes de los problemas que ahora se denuncian. La primera, la inestabilidad regulatoria, cuyos cambios y transiciones son más bien abruptos y provoca que los promotores de las instalaciones intenten superar los trámites con mucha celeridad. En segundo lugar, la propia actuación de las administraciones públicas de las Comunidades Autónomas, que han cobrado un papel especialmente relevante en los procesos de inscripción y puesta en servicio (incluso hay comunidades autónomas que han hecho regulaciones propias). Por tanto, es posible que desde los ejecutivos autónomos tengan algo que decir, y que veamos cómo en el medio plazo se diluye en una actuación normalizada esta actividad inspectora.

Porque, lo primero sería realizar una reflexión sobre la labor de inspección que tiene que realizar un organismo regulador de estas características en este sector. La labor de inspección tiene que ser un proceso continuado, callado y rigorista. Un proceso no sujeto a los vaivenes e intereses políticos de una organización puesta en la picota y que precisa entrar en el juego de los fuegos de artificio. Es razonable que, tras el proceso inspector, con todas sus garantías y rigores, se incoen sus respectivos expedientes, se dé audiencia al interesado, se tipifique y fije la sanción correspondiente, se proceda a sus correspondientes trámites de recurso y, finalmente, quede una sanción firme. Ese es un procedimiento razonable, aunque menos mediático, menos espectacular, menos escandaloso.

¿Se imaginan ustedes que la Dirección General de Tráfico anunciase cada fin de semana las multas que pone (o mejor dicho las que insinúa que va a poner)? ¿Se imaginan ustedes que el Banco de España en su labor de inspección y supervisión difundiese con tanta frivolidad sus actuaciones? ¿Se imaginan una Administración que genere más escándalo que resolución de problemas? Tomen nota. Desde aquella intervención gloriosa de la presidenta de la CNE, la catalana Maite Costa, en TV3 amenazando con un gran expediente en el sector de hidrocarburos, a la situación actual. La memoria es frágil y el fru-fru del vértigo de generar una noticia bomba es mucho. Y, eso tiene siempre posibilidades de volverse en contra de quien lo promueve.

A cambio qué tenemos: alarma social, trastorno para un subsector energético (el de las energías renovables), generación de sospecha para los sectores empresariales a los que se señala con el dedo como intrínsicamente promotores de fraude (además de víctimas de regulaciones del todo o nada), incorporación de dudas sobre las propias tecnologías y sobre la política de renovables, meter en el mismo saco a todas la tecnologías en diferentes situaciones y por distintos motivos. Es lo que pasa cuando las estrategias políticas troskistas se meten en un sector que lo que precisa es estabilidad y buen gobierno.

Lo mismo sucede en el caso del mercado eléctrico: abundan quienes generan inquietud sobre su funcionamiento y su transparencia (lo cual es fácil incorporar en un proceso de contínua murmuración con el tamiz de los prejuicios antimercado) y mientras, no se articula un procedimiento de inspección y supervisión, eficaz, adecuado, no político y no ideológico. Todo ello, por la falta y ausencia de medida, de mesura y razón. Por eso, en el caso de estos presuntos fraudes, de estas faltas administrativas, procedimientales, como en todos los casos, que se llegue hasta el fondo, se concreten responsabilidades, de empresas y administraciones, se fijen las sanciones que correspondan, a quién corresponda y cuando esté todo claro, que se retransmita en directo.

Mientras, por favor, no sometan al país, en concreto, a los sectores que generan empleo y riqueza a que se vean involucrados en la cortina de humo para tapar este estado de descomposición que sufre la CNE. Barremos España.

La «negociación» vive arriba

La presencia en los medios de comunicación de noticias referidas al efecto de la elevación de los precios de la electricidad por el tránsito a un escenario liberalizado sobre determinadas industrias han vuelto a cobrar actualidad. Son noticias que tienen un denominador común. El de una empresa que pertenece a lo que se podría llamar industria pesada siderurgia o cementera, multinacional, que está afincada en España y que estaba sometida a un tipo de tarifa de alta tensión que entrañaba precios de la energía por debajo de los precios reales y por debajo también de la tarifa que se aplicaba a los consumidores residenciales. Y que en el escenario actual, expresa su malestar por los nuevos precios de la energía.

Lo que si parece demostrado es que esa transferencia de los precios que soportaban los consumidores residenciales a los grandes consumidores, es cierta, sólo que se justificaba en motivos de “fuerza mayor”, es decir, por el bien común nacional. El mensaje, añadido e incorporado, era una amenaza más o menos velada de deslocalización industrial, de razonable preocupación en momentos de crisis.

Segundo, un escenario redivivo, un cierto deja vú, percibible en el hecho de que el año pasado cuando se trató la forma de retribuir los denominados servicios de “gestión de la demanda”, fórmula instrumentada para retribuir determinados servicios a las empresas que ponen a disposición del sistema eléctrico determinadas facilidades como la interrumpibilidad o la energía reactiva. Por estos servicios las empresas perciben una retribución específica, que se articula como mecanismo de reducción de su factura eléctrica, y al mismo tiempo se puede intervenir en el sistema ante problemas de indisponiblidad o de cuellos de botella.

Situación que por otra parte, cada vez se ha venido reduciendo en su incidencia, fruto de la disposición de mayor capacidad de generación en nuestro país (ciclos combinados y renovabales incorporadas en los últimos años). La última vez que sucedió un apagón de las empresas interrumpibles, sucedió, en octubre de 2007 por motivos extremos. En 2006 y anteriores, estuvo decreciendo la utilización de este “Código Rojo”, hasta que lo habitual es que se utilice nunca o casi nunca.

Por tanto, ahora nos hemos adentrado en el terreno de que vuelve a cobrar vigencia, a la vista está la desaparición definitiva de la tarifa de alta tensión, elemento que falta por ser eliminado en el proceso de liberalización (cuestión que ha sido demorada “in extremis” hasta que los reglamentos comunitarios nos impelen).

En ese contexto, y ante la retirada del escenario protector de la tarifa regulada, las dos vías que se abrían para este tipo de consumidores eran las de los contratos bilaterales entre las industrias y las eléctricas y la de la constución de una central de compras de electricidad que operase de forma semejante, pero concentrando esta demanda. En este caso, se constituyó Fortia como entidad que pudiera, o bien acudir a realizar esos contratos bilaterales evidenciando su poder de compra por volumen o acudir al mercado diaria y directamente (algo que siempre sería más oneroso por no obtener ninguna mejora en los precios). Así por lo menos, se hizo patente en su presentación conjunta hace unos meses.

Por otra parte, esta industria viene reclamando contratos a muy largo plazo (quince años), una especie de hipoteca eléctrica, para suscribir estos contratos y condiciones económicas próximas al escenario pretérito de precios regulados. La no obtención de estas condiciones es lo que ha sido causa a su juicio de verse obligados a acudir al «mercado eléctrico».

El hecho es que actualmente Fortia acude al mercado, así como a las subastas virtuales de capacidad, en lugar de haber suscritos contratos bilaterales. Algo que implica que las mejoras en los precios de la electricidad, que han ido consiguiendo aquellas empresas que han hecho contratos bilaterales, no las están percibiendo. Una unidad de acción rota, en la medida, que según el propio Ministerio de Industria, un gran número de este tipo de industria se ha bilateralizado.

En consecuencia, parece que toca el ejercicio de segunda vuelta, volver a los clásicos. Acudir a la instancia reglamentaria, al Ministerio de Industria a solicitar el aumento de la retribución por determinados servicios (los anterioes y alguno nuevo), instrumentando una presión mediática a tal efecto. En paralelo, el mecanismo de la central de compras en su caso, más o menos se queda a su suerte y a la del mercado, aceptando precios inimaginables hace solamente un año. Estos son los términos de esta denominada y anómala negociación.

(Todo ello, sin que entremos a plantearnos, que hacemos produciendo determinado tipo de bien, intensivo en energía, cuando ni contamos con materia prima, ni contamos con energía propia y en el que se plantea un ejercicio de presunta competitividad sobre el hecho de que unos consumidores subvencionen a otros.)

Felipe González y la energía nuclear

La semana pasada, el Club Español de la Energía distinguió a Felipe González con el premio Energía y Sociedad (por cierto, un premio altamente justo y bien ponderado) El ex presidente, además, se despachó en su alocución diciendo que medio gobierno actual es pronuclear. El colmo.

Sobre la “supuesta transformación” de Felipe González se han escrito ríos de tinta: el fue el presidente que impuso la denominada “moratoria nuclear” y, hoy le vemos posicionado a favor de este tipo de tecnología. En la misma recepción, Miguel Sebastián haciendo ejercicios de escapismo: no seré yo quien me decante por qué tipo de tecnología es mejor: la nuclear o las renovables por utilizar la contraposición y, además, que la mejor alternativa es el ahorro. Loable.

Ante todo, hay que decir que Felipe González siempre ha sido un hombre de visión, de visión de largo plazo y de visión internacional, más allá de los bandazos de la política exterior española en los últimos doce años o de la asistencia multitudinarias a los encuentros de Jefes de Estado y de Gobierno, obligatorios por otra parte o de los aprietos políticos momentáneos de la política interna.

Hagamos historia. Felipe González abandonó en su momento el marxismo en una decisión valiente y arriesgada, en un movimiento que introdujo al socialismo español en el europeísmo, y realizó las más importantes reformas que se han realizado en nuestro país desde la restauración de la democracia. Reformas que hoy no serían posibles, metidos como están los grupos políticos en el fango de un conflicto ininteligible que de lo que menos tiene es de proyecto de sociedad y de país. Alguien tendría que reflexionar sobre esto y sobre la necesidad de estrategia frente al tacticismo, de visión de futuro y de capacidad de liderazgo como país.

El caso es que, al parecer, se dice de Felipe González,que ha entrado en la órbita nuclear, cuando los exegetas antinucleares afirman que el declaró la famosa moratoria, cosa de la que se habla y muy pocos saben lo que quiere decir. La moratoria nuclear fue un proceso a mediados de los ochenta mediante el cual, se paralizó la construcción de varias centrales nucleares que se iniciaron años antes. El motivo de esta paralización no fue ideológico, en ningún caso: fue resultado del diagnóstico de que la demanda de energía eléctrica había sido sobredimensionada años antes y que era preciso abortar el proceso inversor que se había reclamado a las eléctricas para que realizaran estas instalaciones.

Sobre todo porque el país necesitaba dirigir la inversión a otras utilidades, también productivas, como fue el programa de autovías y toda la modernización que necesitaban otras infraestructuras y el tamaño de la economía era lo suficientemente estrecho como para que esta inversión hubiera drenado muchos recursos para estas otras necesidades. Ese proceso, además, se vio acompañado de un escrupuloso programa de pagos para devolver las inversiones realizadas y no conclusas, lo que da la impresión de una respuesta seria, equilibrada, con seguridad jurídica y negociada a una decisión modificada de los poderes del Estado en su ejecutoria (todavía lo pueden ver Vds.en sus facturas).

Recuerden por tanto. La economía es la manera en que se gestionan los recursos existentes entre prioridades, en que se eligen la utilización de bienes escasos a fines alternativos. El propio Felipe González declaró una vez, que “los economistas, son como ese niño que te dice en el colegio que los Reyes Magos son los padres”.

De hecho, ese cálculo que obligó a parar las centrales, no estaría tan mal realizado, porque la gran cantidad de ciclos combinados que han reforzado nuestro sistema eléctrico lo han hecho en los últimos años y, nuestro país, no ha pasasdo crisis de suministro en estos años. Hoy, si seguimos los artículos de Felipe González en materia energética, e incluso en lo que se refiere a geoestrategia y visión internacional, se comprende perfectamente el posicionamiento del ex Presidente del Gobierno y no supone, en ningún caso, que González abdique su pragmatismo y de su visión de construcción de progreso. Efectos sobre el cambio climático, necesidad de un ‘mix’ de generación diversificado, control de la factura energética sobre el país con política de medio plazo, combinación con otras fuentes energéticas y respaldo a la seguridad de suministro son claves que maneja con evidente conocimiento y asesoramiento.

Pero llega la ideología al debate nuclear. Un nuevo adanismo en palabras del propio Felipe González. Un izquierdismo demodé. Y, cada vez que alguien intenta abrir el debate nuclear (y las declaraciones de González son un nuevo intento, más serio que en otra ocasiones), el Gobierno aplica la política de la consigna y el dogmatismo para cerrarlo en seco. Un debate que se cierra con la declaración de un Ministro o de otro, con la sensación de necesitar hacer sonoro el portazo por si alguien no se había dado cuenta (cuestión que debería poner también en solfa el consabido tema de la libertad de expresión en los partidos políticos)

Y, la política, juega hoy, en el mal sentido de la palabra, utilizada como instrumento que todo lo puede y que se impone a la racionalidad económica, incluso que en ocasiones subvierte los criterios de la seguridad jurídica. La politización de determinados problemas como el futuro del mix energético o las tarifas eléctricas, llevan a que los gestores se abandonen, porque en el fondo desde otra instancia política superior (in excelsis Deo) lo deciden y sus consecuencias o las pagará otro, o aparecerán de otra forma o se llevan al futuro. De hecho, el pago de la factura energética, su encarecimiento y el aumento de la dependencia exterior dependen de las decisiones de inversión de hoy, por lo que dentro de veinte años, todos calvos, al menos políticamente hablando, sobre todo cuando todo se juega en el campo del tacticismo.

Que hoy medio gobierno sea pronuclear no es de extrañar y que en el Partido Socialista haya una tendencia pronuclear muy reconocible, tampoco debería rasgar las vestiduras a nadie. Que lo diga con todas las letras Felipe González es un nuevo gesto que le honra, es un ejemplo de libertad, de democracia, de valentía en tiempos de dogma y de rebeldía ante la imposición de la verdad oficial para conservar los cargos y la confianza del que tiene la sartén por el mango.

Seguimos necesitando estadistas.

Creacionismo energético y Gran Hermano

El debate recientemente revisitado en Estados Unidos a cuenta de las visiones sobre el origen del universo y las especies, el denominado creacionismo como fuerza motriz de la evolución de nuestro planeta, al margen de la propia interacción entre las fuerzas y los agentes, es una metáfora sobre el funcionamiento de los mercados y de la interacción ente las fuerzas que operan en los mismos. Sobre todo después de las soflamas antimercado que se profieren desde los órganos de regulación españoles, en un espectáculo tan extravagante como bochornoso, impropio de nuestro proceso de liberalización y modernización del país, de nuestro papel (hasta el momento en la Unión Europea, con grandes esfuerzos para echarlo a perder).

En primer lugar, se puede afirmar que actuar mediante un modelo intervencionista es negar la existencia de los mercados como lugar en donde se producen las relaciones entre los agentes y las transacciones. Y, sobre todo, pensar que interviniendo en los mercados los agentes no cambian su forma de comportarse, es ya el colmo de un perfil prometeico del regulador (o del consejero, o del responsable de turno que sea) que así piense. Porque ese tipo de actuaciones trae consecuencias más graves, entre otras para la inversión y la credibilidad de nuestra economía, de nuestras instituciones y nuestras empresas. Y más, en una situación como la que vivimos de crisis de financiación internacional, en que semejantes bandazos son interpretados como lo que son: muestras de insuficiente desarrollo de la sociedad económica democrática y libre.

¿Quién superará todo ésto?: quien mejor haya echo los deberes hasta el momento, los más ortodoxos en el funcionamiento de los mercados y en el conocimiento de los procesos de financiación, no los más intervencionistas. Eso en ningún caso. Uncirse al carro de la crisis financiera para intervenir más, no es sólo muestra de pobreza intelectual, sino de cinismo moral. Ya lo indicaba recientemente José Luis Feito en un artículo reciente publicado en el diario El País cuando habla de la responsabilidad de los reguladores en “el haz de incentivos que dirige el interés propio de los individuos hacia comportamientos agregados que terminan siendo perjudiciales para su bienestar”.

En este caso, ¿por qué en España tenemos “creacionistas” en el sector energético? Creacionistas entendidos como defensores de la intervención del Estado en los mercados hasta el final, es decir, hasta anular las reglas de mercado e introducir precios, fomentadores de sistemas de reconocimiento de costes o de determinación directa de la retribución de determinadas tecnologías. En primer lugar, se justifica su presencia, por su procedencia del pasado del sector, nostalgia pretérita, sin capacidad de “reciclarse” a un entorno de mercados y agentes abiertos. Cualquier tiempo pasado fue mejor (en realidad, fue anterior). Un tiempo basado en el reconocimiento de costes y en el arbitrismo (capacidad de decidir para cada tecnología cual sería su retribución), lo que ya de por sí eleva el ego del que tiene en su mano la decisión.

El estado como ordenador, alfa y omega. Embalsador de costes y que las empresas sean meros brazos ejecutores de la política e ideología económica o energética al uso. La política concebida como suplantadora de la sociedad civil. Una mezcla ideológica, poco evolucionada, de socialismo prosoviético con la autarquía franquista. Lo que era el nacionalcatolicismo y el falangismo ideológico. Dios, patria y pan e historias del abuelo Cebolleta.

Creacionistas, retroprogresivos, como administradores de una “justicia divina” sobre los resultados de cada una de las tecnologías productoras de energía, sin valorar el funcionamiento general de los mercados, de cualquier mercado, que no distingue de tecnologías y que por ello, fomenta la competencia y eficiencia entre las mismas.

El argumento deísta utilizado en términos de “justicia distributiva” (si es que la justicia distributiva es aplicabe a las tecnologías) es: ¿cómo resulta que unas tecnologías (renovables, hidráulica, nuclear) tienen más márgenes que otras tenclogías en función de sus costes? (cosa que se produce en cualquier mercado). La respuesta no está en considerar que fruto de ello, hay tecnologías (como centrales de fuel o de ciclo combinado) que no son “rentables” y que, realmente, la rentabilidad sectorial o empresarial es media, en virtud de los diversos mixes de generación de las empresas, que como agentes inteligentes buscan su propia diversificación en su toma de decisiones estratégicas. En cambio, los creacionistas consideran que la clave es negar la naturaleza intrínseca de cada mercado, porque muerto el perro se acaba la rabia. Para eso hace falta una “deidad” decisora y administradora.

Porque claro, la exhibición obscena (e incluso intencionalmente manipulada de los resultados, excluyendo amortizaciones, gastos de mantenimiento, tributos, inversiones, etc…), delectación en comparativas deliberadas, parciales y demagógicas, persigue justificar unas tesis, forzar los argumentos, en pos de un modelo expropiatorio y confiscatorio y deteriorar los modelos de mercado. Y nos encontramos ante una paradoja, cuando el resultado debería ser más mercado y mejor supervisión (modelo de mercados financieros y Banco de España), en el sector energético se mantiene un debate inverosímil que se resume en: dudas sobre el modelo, mercado ya veremos, reguladores como burócratas y la supervisión es un residuo en el que no se cree.

Cuando se anulan las reglas del mercado los agentes también cambian y modulan sus respuestas a las actuaciones del sempiterno y omnímodo poder regulador. Responden. En este caso, los agentes económicos adecuan sus actuaciones (de inversión) y de relación al marco que les dibuja el “protectorado público”. En el caso del reconocimiento de costes, al gestor está tentado a aumentar sus propios costes, incluyendo elementos suntuarios: que es una colección de figuritas de la dinastía Ming o poner una piscina llena de peces caros para una empresa eléctrica. Estos son ejemplos de cómo si aumentamos la base de costes, al multiplicador de la rentabilidad presunta o presumible, adjetivizada como adecuada. Por tanto, lo interesante es ser ineficiente, no eficiente. En un segundo caso, si se establece un modelo “fijo”, lo que harán los agentes, será no invertir y reducir sus costes operativos. El problema además es identificar las necesidades de inversión y generación futura, porque gracias al mercado, y con precios de la energía semejantes a los europeos en entornos competitivos se ha logrado aumentar nuestra capacidad de generación en 23.000 MW y salir del atolladero y de los posibles apagones.

Lo curioso es que el creacionismo, como teoría, como ideología o incluso como teología, o como vindicación legítima desde el punto de vista racional e incluso intelectual, es que inútil completamente, para algo más que para ejercer de control sobre la sociedad y los agente económicos. Los agentes siguen interactuando entre sí, cambian su comportamiento, generan reacciones mucho más peligrosas: como acabar con la inversión y generar nuevos argumentos a los invervencionistas, ávidos de corregir sus propios errores con más medidas y más Estado. El Gran Hermano.

Y ahora, la gestión

La situación que se deriva de que la Comisión Nacional de Energía declare la ultima subasta de financiación del déficit tarifario desierta confirma los efectos de una política de inestabilidad regulatoria y de tierra quemada sobre un sector como es el energético y más concretamente el eléctrico. Devastador resultado nuevamente para este organismo regulador independiente.

El mecanismo de generación de déficit tarifario es relativamente sencillo en su formalización: la tarifa regulada, topada y fijada políticamente, es insuficiente para atender los componentes que la integran. La diferencia entre los precios reales y lo que se cobra a través de la tarifa forma ese déficit tarifario, que obviamente hay que pagar y hay que financiar. Este déficit se utilizaba inicialmente para subsanar las diferencias transitorias surgidas anualmente entre la estimación de las tarifas a principio de ejercicio y la liquidación final a final de año. Es decir, ese déficit se producía debido a los deslizamientos anuales y esos deslizamientos conformaban el déficit tarifario en su primera versión. Todo ello, además se producía en momentos en que los precios de la energía a nivel internacional y de las materias primas, eran bajos.

Pero las sucesivas administraciones fueron cogiéndole el gusto a esto de no subir la tarifa, a mantener los precios eléctricos por debajo de la realidad. Y, vinieron los precios elevados de la energía a trastornar estas cifras y a multiplicar su volumen. Todas estas diferencias se financiaban y distribuían a catorce años recuperándose a través de la tarifa en ese período, de forma y modo que ya es un pico lo que en la factura estamos pagando de ejercicios anteriores. En aquel momento, el proceso de financiación estaba organizado por las propias empresas (que se dirigían a las entidades financieras directamente) y se obtenían condiciones de financiación muy eficientes. Esas condiciones se regulaban de todas formas mediante instrumento legislativo que garantizaba, procedimiento, plazos de retorno, etc…

Y surge una nueva técnica, propia del ex ministro Clos y de su Secretario General de Energía, Ignasi Nieto. El déficit ex ante. La torna de la torna Es decir, desde el primer momento la tarifa se calcula insuficiente. Cada año, en enero se comienza el ejercicio con deuda. Y, por tanto, la necesidad de financiar esta deuda surge desde el primer momento, y además se cambia la forma de obtener la financiación mediante rondas que organiza la CNE, pero en la que tampoco aporta valor añadido la intervención del regulador independiente, puesto que estos activos no reciben ningún beneficio adicional por la intervención de esta instancia pública. Las instancias de que pueden dar credibilidad al producto en términos financieros: Dirección General de Seguros, Banco de España,… no mueven un dedo (o no son llamadas, o no se trata en instancia política suficiente) y el producto, queda a la intemperie de la situación de los mercados, con el tic añadido de los propios cambios regulatorios en el proceso de regulación de tipos de interés y plazos, etc. (obra del anterior Secretario General de Energía). Eso junto a la actuación de los “hooligans” contra el mercado eléctrico que anacrónicamente perviven en este sector.

Por eso, desde que la Comisión Nacional de Energía recoge este encargo envenenado, el de articular el proceso de financiación del déficit tarifario, la cosa no ha dejado de ir de mal en peor, incluyendo lógicamente la crisis financiera de los mercados de capitales que todos conocemos y de la que hay que aprender que la clave está en hacer las cosas bien ex ante: estabilidad regulatoria, seguridad jurídica, buena supervisión, respaldo institucional y político. La última subasta antes de esta debacle, tuvo lugar en junio y sólo consiguió colocar la mitad de lo que era preciso financiar (la penúltima, no colocó nada) con un fuerte diferencial de tipos de interés (ese si es marginalista). Fue poco y caro.

Hoy nos encontramos con una situación que requiere soluciones eficientes, dedicación a resolver problemas con garantía para el sector y la inversión, conociendo de los mercados financieros, de su funcionamiento y de los mecanismos de formación de precios, dosis de buena gestión, diálogo, acabar con las interferencias de los retroprogresivos ideológicos del sector, diseño de un marco claro del mecanismo de transición a la liberalización completa de tarifas, estabilidad regulatoria, seguridad jurídica, liderazgo político, conciencia desde las instancias económicas y financieras del Estado para respaldar el proceso de colocación de estos activos y de refinanciación, si es preciso de los déficit existentes.

Las declaraciones de Miguel Sebastián de ayer en este sentido, al menos, son una luz frente a la tendencia regulatoria de la anterior Administración empeñada en hacer lo contrario, buscar atajos regulatorios y económicos, despreciando los mecanismos que operan y dirigen la acción de los agentes financieros, económicos y sectoriales, que nos han llevado a una situación inconcebible. Es el momento de empezar a trabajar duro, a gestionar en serio y con rigor. Esta en juego la credibilidad del sistema en todo este proceso. Ser conscientes es el primer paso.